Partido
feo y gris. Marcador corto para una contienda que lleva siglos
disputándose. La pobreza de las propuestas en juego, la cortedad de
miras y lo enfangado del terreno de juego propiciaron que el público
abandonase la grada antes de que finalizara el encuentro. Los
entrenadores hablaron en rueda de prensa de las decisiones
arbitrales, de la meteorología y del estado del césped para justificar los cambios. Hay que recordar que por los locales
abandonaron el campo el sentido común, la creatividad y la
individualización de la enseñanza para dar entrada a la
rentabilidad empresarial, el trabajo en serie y la estandarización.
41-32.
Este es el gran titular de los periódicos digitales en un 30 de
enero que ha amanecido gris y ventoso en la Península. El párrafo
anterior, por lo demás, sólo la crónica satírica de este cruel
desatino. Siento banalizar sobre un Real Decreto que, en función de
la prerrogativa que le concede a las universidades, puede derivar en
un incremento del coste final del periplo universitario de nuestros
jóvenes, pero no me queda otra.
Ya
está bien de simplificar los males de nuestro sistema educativo y de
reducirlos a parámetros técnicos y burocráticos. Tres años de
grado y dos de máster no garantizan mejor educación que cuatro y
uno, cinco y cero o que cien años sabáticos. Se lo dice alguien que
habría cogido los miles de euros invertidos en la universidad y los
hubiera empleado en invitar a cafés a las personas verdaderamente
sabias e ilustres de este mundo. A un café en una cafetería, en una
biblioteca o en un parque. Porque el propio entorno físico, lo
anémico y esclerótico de esas aulas cortadas por el mismo patrón,
desprovistas de imágenes evocadoras o de un sonido ambiente propicio
para el aprendizaje, son un primer factor de desmotivación. Tan
superficial, si quieren, como este de los años, pero, ¿a alguien se
le ha ocurrido pararse a pensarlo?
Y de
la geografía del espacio a la geografía del tiempo. ¿De verdad es
necesario salpicar los “mejores años de nuestra vida” de clases
de manual, onanísticas sesiones de estudio (denle el sentido que
quieran al epíteto) y citas puntuales para la baremación del
esfuerzo barra talento barra memoria barra memoria barra memoria
barra empatía para conocer lo que quiere leer un profesor.
La
universidad lo calcula todo. Los tiempos de estudio, las horas en
clase, los créditos ECTS, el número de caracteres de un paper, las
tasas de las matrículas y las convalidaciones. Y los certificados y
los seguros escolares. Y el precio de la tarjeta universitaria. Y el número de
desgraciados incapaces de responder a las preguntas que, a modo de
minas antipersona, se le cruzan en el camino. Bueno, esto no, pero lo
estiman en un número muy alto sin que ello les importe demasiado.
Seguramente
el sistema 3+2 sea un nuevo cálculo minucioso, amén de un intento
de armonización, esta key word que ejemplifica la orgía
terminológica en que ha derivado el mucho más mundano arte de
aprender. De aprender y emocionarse; de entusiasmarse en ese cara a
cara que debería disputarse al desnudo, sin tantas trabas ni
milongas, entre el curioso y todo lo que se le aparece, enfrente, por
descubrir.
En
fin, 41-32.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
1 comentarios:
Completamente de acuerdo.
Por suerte hay otros sistemas, yo conozco bien alguno , que basan el aprendizaje en métodos gamificados, en traer sólo a los mejores especialistas de cada cuestión para dar 4 u 8 horas de clases como mucho --y en muchas ocasiones esto incluye charlas de cafetería o comidas con sobremesas interesantísimas-- y que lleva a los alumnos de viaje por medio mundo para que conozcan in situ los lugares y las personas que practican a diario la disciplina que quieren aprender. No hay exámenes como tal y los trabajos se intenta que sean prácticos y creativos, estoy totalmente convencido de que aprenden mucho más que con sistemas tradicionales, aunque también he de reconocer que hay algunos libros que contienen mucha sabiduría y que deberían leerse para complementar la experiencia educativa.
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