La violencia como forma de vida




Los lamentables sucesos del pasado domingo, relacionados de alguna manera con el deporte, me han incitado a escribir unas cuantas letras reflexionando sobre los mismos y sus implicaciones.

Lo siento Jimmy, en parte por tu muerte, claro, pero sobre todo por todo lo que la antecede. Ese todo se resume en una palabra: abandono. Abandono real o espiritual. Y es que hace falta estar muy solo para pasar a formar parte de un clan como el que constituyen, por lo que leo, los grupos ultra de cualquier equipo en cualquier país. En cualquier contexto.

En el clan Jimmy, y el resto, esconden sus inseguridades y encuentran motivaciones. En el clan son uno más, pero al menos uno. No hay lugar para la zozobra cuando lo complejo se simplifica al tiempo que las voluntades se diluyen y jerarquizan. Paradójicamente, en este páramo antiexistencialista, los egos encuentran acomodo y se reconfortan. Guiados por una fuerza salida del propio conjunto sus miembros son capaces de todo, siendo la violencia, quizá, la manifestación más pavorosa, aquella que más remueve el suelo que tenemos bajo nuestros pies mientras pone en jaque los tradicionales parapetos de esta sociedad.

Puede que tengan razón los que dicen que el deporte es simplemente el escenario de sus crímenes, la excusa perfecta para dar rienda suelta a esos instintos que no dejan de ser el reverso de sus miedos. No obstante, parece saltar a la vista la relación existente entre las emociones que suscita uno y las desatadas, con pésimo gusto, por los otros. Nadie puede negar lo irracional de ser de un equipo, de hablar de ello cada lunes o incluso dejar de cenar porque se ha perdido. De lo emocional hicieron unos, los listos, negocio, mientras que estos, los pobrecitos, se contentan con jugarse la vida y hacer correr un poco de sangre en nombre de una ideología que no deja de ser la misma que la de sus contrarios pues no deja de llamarse, se ejerza en nombre de unos u otros, violencia.

Con esto no pretendo diluir la responsabilidad de los clubes, pues creo que éstos deben actuar sin ambages en la defensa de la paz en los estadios y sus entornos. Quien concilia y llega a acuerdos con los delincuentes, medie o no chantaje, contribuye por acción u omisión a la justificación de su existencia. Tampoco quiero eximir de culpa a quienes no previeron que estaba a punto de desencandenarse una sangrienta batalla en torno al Manzanares. Pero, en fin, creo que hablar ahora del deficiente dispositivo policial sería desviar el foco de lo realmente grave.

Es de educación de lo que deberían estar hablando políticos, sociólogos, criminólogos, contertulios sin otro oficio conocido y todos los que ejercen de portavoces de la razón en los medios de comunicación. No sé si Jimmy, y sus verdugos, tuvieron abuelos que les advirtieron de lo triste que fue jugarse la vida, o morir, en una guerra fratricida o si tal vez se limitaron a no escucharlos. No sé si Jimmy y sus verdugos recibieron alguna lección de moral y ética, si aprendieron tan siquiera a diferenciar el bien del mal, en su paso por la escuela o si asistieron con los ojos bien abiertos a alguna demostración de virtud . No sé, y esto me preocupa porque pasa por ser la situación actual de muchos de nuestros jóvenes, si Jimmy y sus verdugos conocieron el amor de sus congéneres. O si alguna vez, aunque fuese sólo una, lo apreciaron.

Enzarzados, como estamos, en una carrera sin fin por acreditar competencias, acumular condecoraciones y, por supuesto, atesorar bienes materiales, nuestras escuelas se convierten cada vez más en elementos catalizadores, aceleradores de partículas que tienen por misión, porque así se lo exigen los agobiados padres, maximizar el talento de los infantes. Mientras tanto, ante cualquier dilema ético, la callada ha pasado a ser la respuesta más políticamente correcta, la que mejor casa con el relativismo moral en el que estamos instalados. Mientras tanto, ante la orfandad espiritual que sufren muchos niños, despojados de todo referente adulto (maduro, consciente, culto,...), estos grupos parecen ofrecer cobijo a su desamparo erigiéndose en una especie de sistema “educativo” en paralelo. Lástima que esa guarida sea más bien una zanja de la que se vuelve muy complicado salir.

En esta sociedad orientada hacia el fin pretendemos poner solución a las consecuencias de las malas prácticas educativas con nuevos y cada vez más ingeniosos parches. Mi propuesta es que combatamos el mal en su origen rescatando la importancia que un día tuvo la enseñanza de valores que no por anticuados deben parecernos caducos. No hay nada de rancio en la rectitud y la integridad, en la aceptación del compromiso de que el ejercicio de la libertad individual nunca podrá rebasar el ámbito de la libertad de los demás.

Creo en el libre albedrío. Por ello reclamo un juicio justo para quienes obran de esta irracional manera. Pero creo también en el papel que juegan la cultura, la educación y el entorno más próximo en la evolución de las personas. Por eso lo siento Jimmy. No porque buscando morir matando murieras, pues esa era, a fin de cuentas, una posibilidad. Lo siento porque a tus 42 años una de tus motivaciones vitales, por encima de tu familia, pasase por acudir un domingo a Madrid, a 600 kilómetros de tu hogar, en busca de camorra.


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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