Deportistas, millonarios y ya





En estos últimos días, ganándole tiempo al tiempo, he podido disfrutar de tres documentales de alto nivel artístico sobre tres deportistas cuya figura ha traspasado las fronteras de la mera actividad lúdica. En “Cuando Éramos Reyes”, Leon Gast, su director, nos muestra los prolegómenos y el propio combate por el título de los pesos pesados en el que Muhammad Ali recuperaría por última vez su corona ante ese ogro de ébano que era y sigue siendo George Foreman. Esto no tendría nada de particular si no estuviéramos hablando de un icono como Ali y de un combate celebrado en Zaire, antiguo Congo Belga, ante una población negra que sucumbió ante el magnetismo y el poder seductor de Klay. Por su parte, Informe Robinson, magistral producción de Canal Plus, rescató del olvido la emblemática figura de Luis Ocaña, la vida de un rebelde que se resistió de la misma manera a un destino que le dictaba ser carpintero y a un caníbal montado sobre una bicicleta que respondía al nombre de Eddy Mercx. Por último, en “Mi indiscutible verdad” Mike Tyson, de la mano de Spike Lee, se confiesa ante el mundo y nos expone, de manera sincera y sin armadura, cómo de inclinada es la escalera del éxito. En ambos sentidos, claro, en la subida a los cielos y en la bajada a los infiernos, esos dos polos antagónicos situados más allá de la vida y lejos, en cualquier caso, del humilde gueto de Brooklyn en el que nació.



Tanto Ocaña, como Tyson y, especialmente, Ali, son ejemplos paradigmáticos de un concepto de deportista alejado del presente. En la actualidad el deportista, amén de dedicar el tiempo que sea necesario para mantenerse en la élite, se dedica a satisfacer las múltiples cláusulas que le vinculan con una u otra marca deportiva, crema de afeitado, casa de apuestas,... En el marco de una concepción (algunos ni siquiera pueden presumir de tener alguna concepción) funcionalista, aquélla que afirma que las cosas son como deben ser, evitan mezclar su discurso, a menudo de perogrullo, con afirmaciones con carga ideológica o política. Sólo cuando les puede el instinto y ante descuidos de sus asesores, se desmarcan con declaraciones altisonantes, atrevidas, poco adecuadas, en cualquier caso, para sus patrocinadores y equipos. Para su imagen, en definitiva, la única preocupación del deportista del nuevo siglo, de esa persona que se alimenta de las personas con la misma indiferencia con la que los leones devoran a las gacelas que, exhaustas, se rinden ante la fatalidad. Probablemente, la complacencia con la que actuamos ante estos nuevos ricos que se dedican, como tantos otros en el mundo, a hacer bien o muy bien su trabajo, explique en gran medida esta antropofagia, esta alienación de nuestra identidad, una identidad que pasa a ser la suya por imitación o delegación. Ganamos cuando ellos ganan, sentimos, o creemos sentir, lo que ellos sienten y, por eso mismo, aceptamos que ganen lo que ganan, que revisen los contratos al alza con la misma frecuencia con la que una empresa despide a sus trabajadores. Así aceptamos el cinismo con el que estos magnates del nuevo tiempo pretenden combatir la miseria generando fundaciones tapadera que son, ante todo, sumideros de fondos, lavaderos de euros que ningún hospital público, carretera o servicio social verá.



Hay excepciones, claro, oxigenantes y reconciliadoras. Deportistas como Pau Gasol, Dikembe Mutombo, Samuel Eto´o y algunos otros rebasan la línea de la caridad institucionalizada propia de la limosna dirigida por los managers, para integrarse e identificarse con las causas que apoyan sintiéndose, porque lo son, como lo somos todos, corresponsables del bienestar de ésta y de las futuras generaciones que habitan en los lugares menos favorecidos del mundo, lugares que fueron expoliados de sus riquezas naturales, hombres y mujeres que fueron obligados a renunciar a sus modelos de vida coherentes con el medio para pasar a producir a un alto coste (humano y cultural) y a un bajo precio (o valor de mercado) bienes que satisfacieran a las gacelas del mundo “civilizado” y desarrollado, las mismas que se dejan devorar por estos nuevos leones sin escrúpulos que creen que, de verdad, su salario se corresponde con su grandeza (cuando no es insuficiente).






Pero hubo un tiempo, creedme, en el que deportistas emblemáticos, seres bendecidos por un don, conscientes de su fortuna y de su visibilidad, se erigieron como portavoces de diferentes causas. Bill Russell, Ali, Kareem Abdul Jabbar y muchos otros practicaron el activismo político y renunciaron a mantenerse indiferentes ante el trato discriminatorio que sufría la población negra en los Estados Unidos fruto de una absurda creencia que estratifica a las razas bajo no sé qué principio del derecho divino o natural. Cabe recordar, también, el celo con el que se entrenó Jesse Owens para castigar al más fanático de todos, a Adolf Hitler en su propia casa, en su propia bacanal berlinesa durante los Juegos del 36. Y quién puede olvidar el brazo en alto de Tommie Smith y John Carlos al recibir las medallas de oro y bronce en los 200 metros de los Juegos Olímpicos de 1968.



Poco queda ya de aquellos tiempos pese a que la realidad social de determinados países siga mostrando graves injusticias. En España la política ha promovido el deporte profesional, ha sido condescendiente, cuando no cómplice, a la hora de cobrarse deudas y por eso se sabe a salvo de cualquier intento subversivo. No les quepa duda de que se acusaría de traidor a quien osara levantar la voz denunciando la corrupción o la mala gestión de nuestros representantes. Pero hay más. Son las marcas publicitarias, los agentes y asesores de imagen los que recomiendan discursos asépticos. No escucharemos jamás a Nadal, Iniesta, Ricky Rubio o Fernando Alonso levantarse en contra de una política fiscal que grava más a los más pobres al potenciar los impuestos indirectos. Quizá piensen que es suficiente con hacer sonreír al pueblo con una victoria o una medalla en base a ese principio de delegación de sus triunfos del que hablaba antes.



El modelo Russell o Ali de deportistas activistas dejó paso al de Jordan o Tiger Woods como mayores ejemplos de representantes de sí mismos y de su marca. Nike les estará eternamente agradecidos por sus victorias y su carisma a la hora de anunciar sus productos. También Tag Heuer, Gatorade, EA Sports, 2K Sports y muchas otras grandes compañías, amén de innumerables casinos. No seré yo quien les niegue su derecho a amasar riquezas y a emplearlas como deseen, pero me voy a permitir el lujo de recordarles que todo lo que son se lo deben a la comunidad, a una comunidad que los idolatra por el mero hecho de poder hacer lo que ellos nunca podrán. Y así se lo pagan.



Sí, así. Con silencios cómplices, con conductas muchas veces inmorales e inapropiadas, trasladando el típico mensaje del “hagan lo que digo, pero no lo que hago”. Ayer vi a Arbeloa y a Pepe maltratando a Diego Costa, otro ejemplo de mal deportista, cuando el árbitro no les veía y me acordé de Coppi y Bartali compartiendo el agua que les quedaba camino del Galibier. Simplemente una muestra de que el deporte profesional y los negocios aledaños han terminado no sólo con la implicación social de los deportistas, sino también con el carácter ejemplarizante que debería acompañar a toda actividad difundida mundialmente sin filtros de edad. 





Os dejo recomendándoos la visión de los tres documentales que os cité al principio. En Ocaña reconoceréis al hombre testarudo e inconformista, en Tyson a un ídolo caído que solicita redención y en Ali, además de al mejor boxeador de todos los tiempos, a un dios venido del cielo para dotar de esperanza a un pueblo, el africano, maltratado por las naciones que primero se hicieron con la tecnología, por los hombres que primero articularon un discurso racista para imponérselo a los demás. Ay de nosotros, blancos, si los primeros hubieran sido negros.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Juanjose,excepcional entrada.me ha encantado.

Ya es hora que la gente se revele ante estas situaciones injustas y desproporcionadas.aunque sea desde este humilde blog.( humilde en el buen sentido de la palabra).

Merecería calificar esos comportamientos con palabras mas gruesas pero el respeto y la educación se antepone.

Ver a ciertos deportistas millonarios anteponer sus intereses comerciales a ese rol que todo deportista de elite debería adoptar me parece ruin.

No es inmoral ver a Nadal anunciar un coche Kia cuando sabemos que nunca lo utilizara en su vida privada.y mientras se pasea con sus deportivos de alta gama?

Lo dicho,excelente entrada

Anónimo dijo...

Olvide firmar antes.Benito

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