“La
crisis nos enfrenta cara a cara con nuestros defectos, pero ningún
destino está desprovisto de esperanza y ninguna situación es
irreversible”. En estas palabras de “Beyond Our Selves” de
Catherine Marshall se refugió Dean Smith durante la noche más
larga y difícil de su carrera. Corría 1965 y el balance de los tar
heels de Carolina del Norte estaba muy por debajo de las
expectativas. Aquella tarde su equipo había perdido por veinte
puntos contra Wake Forest y al regresar, su figura, hecha de cartón
piedra y bastante deformada, colgaba por el cuello de la rama de un
magnolio.
“Chapel
Hill es un inolvidable lugar lleno de encanto y con un inconfundible
sabor a vida salvaje”. Así describía el poeta norteamericano
de principios de siglo XX; Tom Wolfe, la vida en esta pequeña villa
sede de uno de los programas baloncestísticos universitarios más
famosos de la nación. Quizá fuera precisamente ese carácter
salvaje, esa pasión incontrolada, la que llevara a los estudiantes
de la universidad a sentenciar metafóricamente con la pena capital
al joven entrenador, un hombre de poco más de treinta años
comprometido con causas tan loables como la erradicación de las
armas nucleares y la segregación racial y, al mismo tiempo,
profundamente religioso y amante de la disciplina.
Si
quieres profundizar en los difíciles inicios y en el fecundo
patrimonio que nos legó Dean Smith visita la entrada original en
www.jordanypippen.com
pinchando AQUÍ.
UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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