Lo
confieso. Cierro el año con el récord negativo (o positivo, según
se mire) de entradas. Supongo que es normal, que en todo ciclo está
implícito un subciclo que invita al hastío, la pereza y hasta la
desesperación. Más aún cuando el objeto de cualquier blog es uno
mismo, aunque luego esta relación se camufle con temáticas
variadas. Y cuando sujeto y objeto se convierten en una única
entidad, cuando se fusionan en una misma realidad, pues tienen
derecho a sentir asco el uno por el otro y a “darse un tiempo” o
a “relacionarse con otros sujetos y objetos”. Pero no se trata de
efectuar un monólogo sobre la relación de pareja que se establece
en el interior de uno mismo, sino a hacer balance de lo que significó
este año o período de 365 días, órbita elíptica alrededor del
Sol completada o invento imperial para controlar esa cuarta dimensión
cuya naturaleza se nos escapa y, al mismo tiempo, esclaviza: el
tiempo.
Permítanme
que vaya de lo insignificante a lo menos significante. De lo personal
a lo global con la única referencia del baloncesto como elemento
común. 2013 fue un año de oportunidades que no supe aprovechar en
su debida proporción, de retos que me pillaron aprendiendo. Me
refiero al equipo Junior del C.B. Santa Marta y no hablo precisamente
de resultados, sino de aspectos mucho más fundamentales que tienen
que ver con la madurez de los grupos, la resolución de problemas y,
principalmente, la filosofía de juego. Sinceramente, no lo puedo
expresar mejor de como lo hice el pasado 24 de marzo en una noche
lluviosa en Salamanca en la entrada “La vida a veces”.
Paradójicamente,
como jugador experimenté la mayor alegría de mi carrera, una
victoria que no por menor en el escalafón de premios, es menos
importante en el curriculum vitae de un afanoso aficionado al que el
baloncesto, en su vertiente como jugador, le proporciona
principalmente un medio para compartir experiencias deportivas con
compañeros por los que merece la pena dejarse el alma. Hay pocas
sensaciones tan placenteras como mantenerse concentrado al cien por
cien en una tarea que implica sacrificio físico y psíquico,
colaboración y oposición con otros seres humanos y el aprendizaje
continuo de valores, los del baloncesto, que nos engrandecen como
miembros de una misma raza. Lean, si no, AQUÍ, cómo me sentía la
mañana siguiente del pequeño gran éxito de los chicos del Bambú
Legends en el Pabellón Ángel Nieto de Zamora. Fue un 19 de mayo.
2013 fue
también un año de despedidas, de adioses impuestos por agendas que
marcan el devenir de los acontecimientos de manera autómata, sin
preguntar a sus dueños. En junio comuniqué oficialmente mi marcha a
los grandes valedores de un proyecto baloncestístico que con pocos
medios lucha cada día por llegar muy lejos. Me refiero al Club
Baloncesto Santa Marta, una comunidad humana, porque eso es a fin de
cuentas un club, con el que estaré siempre en deuda. En este post de
30 de julio certifiqué públicamente mi marcha y expresé, como
mejor pude, tantos y tantos sentimientos acumulados fruto de no menos
recuerdos. Dos años, un club.
Para
cerrar el capítulo personal no puedo, ni pretendo, olvidarme de la
fantástica experiencia con los alevines salmantinos de la generación
de 2002. Y es que lo que pretende ser, desde Federación, una
actividad de detección precoz de talento y de tecnificación (algo
muy loable, no se me malinterprete), es, ante todo, una experiencia
inolvidable sobre la que los chicos y chicas deben construir un
armazón sólido y generoso que les ayude como futuros jugadores y,
sobre todo, como futuros sostenes de una sociedad que si se tambalea
es, precisamente, por una sangrante pérdida de la orientación
moral. Así me referí a aquella experiencia en la entrada “Días de Mini”.
Una de
las razones por las que no he sido tan fecundo en la actualización
de este diario ha sido mi colaboración con el sueño de un loco, con
una web que un día fue un blog y que, cualquier día, se habrá
constituido por la fe de su administrador y con la ayuda de quienes
participamos, en una auténtica referencia para los aficionados. Me
refiero a www.jordanypippen.com,
página en la que además de colaborar con crónicas como las de las
finales de la NBA o la selección española, participo activamente a
través de una sección, Leyendas desde Otra perspectiva, que me ha
permitido conocer mejor a grandes ídolos e iconos del baloncesto
mundial como Rick Barry, Bill Walton, Scottie Pippen o Dean Smith.
Pero hay
otros nombres propios que algún día merecerán el mismo
reconocimiento de los anteriores, nombres que en 2013 recabaron el
protagonismo gracias a gestas como la consecución del anillo de la NBA o la liga ACB. Otros nombres se escribieron con letras de oro en
trofeos quizá menos prestigiosos, pero no menos importantes para sus
vencedores. Me refiero al salmantino José Ignacio Hernández,
campeón de Europa sub 16 en categoría masculina o a las mujeres dePerfumerías Avenida, campeonas de liga. Y otros, para su desgracia,
se vertieron, literalmente en columnas y artículos de diferente
autoría, fueron calumniados y aún lo siguen siendo. Por eso mismo,
no pude por menos que salir en su defensa. Me refiero principalmente
a los nombres de Juan Antonio Orenga (Yo no acuso) y Pau Gasol (Elmismo hombre).
Lo que
no pude evitar en este año que termina fue seguir sintiendo
demasiado por un equipo al que nunca he visto jugar en directo, con
el que no comparto ni el idioma ni la cultura y que conoció sus
mejores épocas antes de que hubiera nacido. Me refiero a los
Celtics, mi particular devoción, un sentimiento que muchos
calificarían de irracional simplemente porque no comparten ni
comprenden los motivos que me llevan a ser un gran aficionado de la
franquicia del trébol. Una franquicia, por cierto, que vivió sumida
en una auténtica montaña rusa de emociones que fueron desde la
lesión de Rondo y el adiós a las opciones reales de anillo (Como unbuen celtic) hasta la marcha de mi ídolo de adolescencia Paul Pierce
(Tú te vas y yo me quedo) y la contratación de un nuevo motivo para
la esperanza, Coach Stevens (El ambicioso Brad) pasando, claro, por
la eliminación en el sexto partido contra los Knicks que viví,
casualmente, en un rincón muy especial de la geografía española
(Buenas noches).
Si en
algo se ha convertido este diario, y ya termino, es en el
recopilatorio de mis reflexiones sobre aspectos generales que me
preocupan. Así, el pasado 17 de febrero me referí al ego de los
entrenadores, ese aspecto oculto de nuestra personalidad que amenaza,
a diario, con alienarnos (Ni yo, ni me, ni imprescindible). Dos
semanas más tarde me decidí a poner negro sobre blanco el peligro
que supone la hiperinflación de contenidos en el ciberespacio, una
hiperinflación que genera dos riesgos: el exceso de información y
la ausencia de conocimiento (La autoridad que da el fracaso). Ya en
julio, en pleno verano, y a raíz de una desoladora tarde de domingo,
quise dejar constancia de las nuevas formas de ocio y de cómo éstas
suponen una amenaza para las formas tradicionales de diversión,
aquéllas que no sólo por pasadas, sino por compatibles con nuestra
propia naturaleza humana, creo que son mejores (Querido parque). El 8
de septiembre, un día después de conocer que Tokyo será la sede
olímpica en 2020 no pude por menos que recordar al novelista Cormac
McCarthy y titular mi reflexión No es país para juegos. Finalmente,
temas tan dispares como la oferta televisiva (Oferta privada, debatepúblico), la educación en nuestro país (A las tres serán las dos)
y la relación entre padres y entrenadores en el mundo del deporte
(Cierre la puerta al salir), ocuparon el otoño y anunciaron,
finalmente, la llegada de este día que siempre que amanece nos invita
a hacer balance.
Espero
que hayan disfrutado de alguna de las lecturas de este blog y que en
2014 pueda volver a contar con su grata compañía. Muchas gracias y
Feliz año.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS