Esta
semana el mundo del fútbol se halla conmocionado ante la convulsión
que han originado en el vestuario del Bayern Munich unas presuntas
filtraciones sobre alineaciones y estrategias. Pep Guardiola, el
entrenador, se ha mostrado contundente y amenaza con expulsar a los
topos que pretenden socavar la estabilidad del colectivo.
Sirva
esta anécdota para reflexionar sobre una cuestión de mayor enjundia
cuyas consecuencias se extienden desde la élite hasta los cimientos
del deporte a escala mundial. Imaginen, si no, un corral de comedias.
Sobre el escenario, puntualmente todos los viernes, sacan a relucir
sus talentos los miembros de una compañía de actores. Representan
una obra en la que han invertido mucho tiempo. Nadie osa, al menos a
priori, cuestionar el proceso y es que los asistentes, repartidos en
diferentes pisos, separados tal vez por clase social y género, se
saben ignorantes. ¿Quiénes son ellos para cuestionar la valía de
los intérpretes, el ingenio y la dramaturgia de Lope o Calderón?
Eso sí, una vez terminada la obra, si ésta no ha gustado, no
dudarán en hacer valer su derecho tirando tomates, huevos o cuantas viandas pudiera acoger la alhóndiga del pueblo.
Pues
bien, imaginemos que, de pronto, ese corral de comedias, ese lugar
ideado para la distensión, se convierte de pronto en una corrala o
patio de vecinos donde conviven los actores, los guionistas y el
director de la obra de teatro junto con el herrero, el granjero, la
hilandera, la tendera,... El guionista procura escribir de noche y el
director se las ingenia para que los ensayos sean siempre a la hora
en que las mujeres cocinan y los hombres trabajan. Sin embargo, se
empiezan a observar cortinas corridas y miradas indiscretas. Pronto,
la Carmen le habrá contado a la Isabel cómo es el día a día de la
compañía y si la actriz que hace de princesa le parece una furcia,
furcia será para toda la vida. Igualmente, que no se le ocurra al
director alzar la voz en un momento de tensión porque ya se sabe:
“Qué malo que es ese hombre, qué mal que trata a las niñas, con
lo jóvenes que son”. Así, cuando llega el momento de la
representación, ya no sólo será juzgada la ejecución, sino que
entrarán en juego visiones subjetivas y prejuicios. Todo el mundo se
sentirá capacitado para opinar pues todos creen saber de lo que
hablan. Surgirán, además, adhesiones particulares, procesos de
identificación y empatía con los protagonistas. Protagonistas que
ya no serán profesionales ajenos a todo cuanto sucede, sino ídolos
o villanos que, además de hacer bien su trabajo, deberán responder
a toda una serie de expectativas. Ha nacido el derecho a opinar y ese
eslogan que no por manido deja de ser falso de “el cliente siempre
tiene la razón”.
Y de ahí
la necesidad, hablo ya de baloncesto, de marcar distancias y dotarse
de argumentos para poder mantener el relato del “tú no sabes,
déjamelo a mí”. De ahí la necesidad de acreditar formación,
diplomas. De ahí también la perversa obsesión por atesorar
triunfos, triunfos que pueden ser derrotas a largo plazo, que pueden
ser éticos o menos éticos, pero que son triunfos a fin de cuentas
(CURRÍCULUM). De ahí, también, el imperativo de imponer una ley
del candado entre el sector que, a nivel sociológico, más daño
puede hacer al trabajo de un equipo de cantera: los padres.
El padre
(la madre) no es un simple aficionado. No tiene por qué entender
(aunque algunos sí que lo hacen) de dinámicas colectivas, reglas
internas de vestuario o aspectos técnicos, aunque suele ser
orgulloso y reclamar para sí un saber especializado basado en sus
pachangas en el parque o en sus tiempos (remotos) como jugador de
patio de colegio. Eso, si hay suerte. En ocasiones, en cambio, puede
ser un experto psicólogo, un ex jugador de élite o un periodista,
es decir, una verdadera autoridad en la materia. En cualquier caso,
más allá de esta grotesca caricatura que he dibujado de los padres
(muchos me vais a matar), no creo en un cierre corporativo, en un
funcionamiento paralelo de lo que es el equipo en sí y de lo que
Johan Cruyff vino a llamar el “entorno”.
Colaboremos,
reforcemos actitudes positivas en el chaval, evitemos que escuche
mensajes contradictorios y partamos siempre de la base de que todos,
padres y entrenadores remamos en la misma dirección; de que todos, a
fin de cuentas, queremos lo mejor para el hijo/jugador y para el
equipo/grupo de amigos.
Por
supuesto, no existe comparación entre el deporte de élite y el de
cantera. Guardiola puede creer que lo mejor para la dinámica de su
equipo es desenmascarar al topo y eliminarlo para siempre, pero
también debe entender que, con las indecentes sumas de dinero que
mueve el fútbol gracias al seguimiento generalizado, se debe a sus
aficionados. Su política del candado tiene sentido cuando analizamos
la porquería de prensa que se mueve alrededor, pero no cuando se le
evita a los consumidores de fútbol poder acceder a un mayor
conocimiento de sus ídolos. Es decir, Guardiola, como parte de un
espectáculo sobredimensionado y muy bien pagado, debería estar
obligado a vivir en el corral de vecinos y no sólo a actuar
públicamente los fines de semana.
Sin
embargo, en cantera, mi apuesta pasa por una “política” de
confianza que debe partir, en primer lugar, de la ética y la
formación de los entrenadores. Somos los principales responsables
del progreso deportivo y personal de los chavales y por eso debemos
invertir horas de nuestro tiempo en mejorar nuestras capacidades. Una
vez suceda esto estaremos en disposición de poder demandar a los
padres un espacio de autonomía para poder trabajar sin prisas y sin
una orientación resultadista. Un espacio de autonomía que, como
decía antes, no debe suponer un muro infranqueable, sino una red
mallada a través de la cual los intercambios sean fructíferos,
sobre todo, para el interés del menor.
Ésta es
mi opinión y he disfrutado compartiéndola con vosotros. Ahora me
gustaría escuchar las vuestras, ya sean imparciales o de parte.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS