Será
que mi niñez sigue jugando en la playa. Será que aún se balancean
los columpios de los que un día salté. Será que otra vez me
embauca la nostalgia, taimada compañera de viaje, para hacerme evocar tiempos que tal vez sólo fueron mejores en mi embustero
recuerdo. Será, puede ser, quizá, tal vez, pero no. Esta vez no.
Esta vez
me respaldan argumentos de autoridad, datos y cifras, los sentidos y
también las sensibilidades. No son imaginaciones mías las que
dibujan asientos vacíos, las que dirigen el orquestado silencio que
de denso puede cogerse con los dedos de la mano. El silencio, digo,
que se escucha en los pabellones de la República de Eslovenia, esa
avanzadilla rebelde en contra del yugo yugoslavo. Tan real como esta
cacofonía, así es el fracaso de un baloncesto, el europeo, incapaz
de fidelizar a los suyos, empeñado en abrir fronteras sin haber
aprobado antes los exámenes internos.
Este
fracaso tiene tantos padrinos como causas. Sobre los primeros no me
detendré, a la mayoría ni les conozco. Simplemente me los imagino
vestidos de etiqueta en los palcos, comiendo en los mejores
restaurantes e ignorantes de todo cuanto sucede en las gradas, los
colegios y los parques. En cuanto a las causas pues qué quieren que
les diga, tengo una opinión más o menos fundamentada, más menos
que más, pero aun así la cuento.
Sirva la
crisis económica como comodín. El dinero antes reservado para el
ocio ha quedado repartido en tres partidas principales: Impuestos
directos, impuestos indirectos y supervivencia. Me refiero, claro,
entre las clases que habitualmente poblaban los diferentes templos
baloncestísticos, es decir, los estratos populares de las diferentes
naciones europeas. Y es que al baloncesto le está sucediendo como a
tantas otras actividades que han dejado de ser puntos de reunión
familiar y encuentro amistoso para pasar a formar parte de un
selectivo listado de opciones elitistas. Todo ello en virtud de la
proliferación de palcos para gente VIP (importantes dentro de lo que
una sociedad pobre en términos artísticos y morales entiende como
importante) y precios muy alejados de la realidad económica y social
de nuestro tiempo. El baloncesto se ha vuelto burgués. Mejor dicho,
le han hecho burgués, un vulgar señorito sin el atrezzo de una
buena obra de teatro y sin la capacidad para generar esa bilis
emocional, casi belicosa, que encierra un partido de fútbol.
¿Por
qué sube el precio si el producto no ha mejorado con el paso del
tiempo, si cada vez es más homogéneo, si rara vez nos sorprende u
ofrece algo distinto? La gente vibraba con los Petrovic, Gallis o
Sabonis de turno, con esas estrellas sobre las que giraba el peso de
un equipo, de una ciudad, de una afición. Ahora, porque haberlas
“hailas”, esas estrellas se diluyen entre rotaciones logarítmicas
y argumentos poco viriles (cansancio, presión) como para satisfacer
las ansias del pueblo. Con la palabra “equipo” por bandera los
entrenadores se han ido apoderando del protagonismo de los partidos,
partidos que bailan al son de sus dedos, puños, palmas y todo ese
lenguaje de signos que simboliza el triunfo del “tacticismo”
sobre la iniciativa individual. Y perdonen que emplee este palabro,
pero no encuentro otro para reflejar cómo la táctica, un elemento
importante en cualquier juego, ha terminado por esclavizar al talento
cuando en realidad debería favorecer todo lo contrario.
La FIBA
ha perseguido un mimetismo diferido en el tiempo con la NBA. Adopta
reglas sin plan alguno, copia sin saber bien cómo. La globalización
impone parámetros comunes mientras las viejas rivalidades se
disuelven como granos de café en agua caliente. Cada vez es más
fácil acceder a lo de allí, que es igual pero mejor, e ignorar lo
que aquí se cuece, entre bambalinas, sin tener en cuenta al aburrido
aficionado, ni a su penosa cuenta corriente.
Espero
que esta reflexión os sugiera algo e incite al debate. El baloncesto
europeo sufre un período de crisis que va más allá de la coyuntura
económica y es necesario que tiemblen no sólo las estructuras de
los clubes modestos, sino también las sillas de quienes, cómodamente
asentados en la cúpula, asisten impertérritos a la ruina de un
deporte que forma parte de la cultura de todo un continente.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
2 comentarios:
Totalmente de acuerdo. Nunca he entendido por qué ese miedo a copiar a la NBA en reglas y gestión, siempre con una línea de 3 intermedia, siempre con reglas a medias (el salto entre 2, por dios!!), eso se traduce en pabellones a medias. Pero sobre todo se ha perdido el sentido del espectáculo, y eso pasa por las reglas, por la iluminación del pabellón, por sacar partido a los héroes, que siempre habrá en el deporte aunque deba primar el equipo, y por quitarle protagonismo a los que nunca debieron tenerlo (entrenadores y árbitros).
En fin, si los clubes, ciudades y MEDIOS, no se preocupan de este deporte desde su BASE, puede ser el fin de lo que un día fue un deporte mayoritario.
Terminaré con Serrat ya que tú casi lo haces al inicio de tu post, al estilo Mediterráneo.
Y si algún día viene a buscarme la parca... Echaré al mar mi barca. ;)
Ganó España el Eurobasket y casi ni se llenó una plaza, ganó España la Eurocopa y... Obviamente siempre habrá más seguidores del fútbol en nuestro país, pero dedicar 2 min. a comentar lo que hacen 2 jugadores durante un entrenamiento y solamente citar el resultado de un partido oficial de un campeonato... yo creo que si se implicasen los medios se podría arreglar bastante. Venderlo a lo NBA; por ejemplo, la presentación del Bilbao Basket es impresionante. Sin duda falla la forma, ¿El contenido? lo puedes ver en cualquier partido de Euroliga.
Pd: con que viesen partidos todos los que tienen 'camisetas de basket'... jaja)
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