No es país para juegos





No tengo ni idea de cómo se gestan las decisiones del COI, qué clase de turbias relaciones se establecen entre los que se prostituyen por un voto y esos estandartes del olimpismo moderno que a mí me generan náuseas sin apenas conocerlos. Y sin embargo no me siento dolido en mi orgullo patrio, tampoco maltratado o vacilado, porque los Juegos de 2020 vayan a disputarse en Tokio, en esa catedral tecnológica que quiso cautivar al jurado echándole corazón a un estereotipo que les tiene por excesivamente cabales (aunque en su versión turística se destapen desnudando impunemente todo cuanto observan con sus cámaras de fotos).

Nos representaron en Buenos Aires dos clases tan contrapuestas de humanoides que es normal que a los del COI aquello les sonase a chufla y les pareciese un disparate. Es difícil encontrar un denominador común entre deportistas como Pau Gasol y Mireia Belmonte y esa calaña de políticos que en este momento crítico de la historia de nuestro país, o eso nos hicieron creer, tienen a mal representar esa maraña institucional, edilicia y energética que es Madrid. Y es que Maragall y Pujol, de aquéllas, no sé si más honrados, pero un poquito más listos sí que eran.

O será, simplemente, que Madrid no es ciudad para Juegos, que no tiene en su espíritu albergar una cita tan universal por muchos años que lleve practicando un marketing salvaje vendiendo sus bondades y tapando, como muchas otras, sus infinitas miserias. Y es que ni siquiera las labores de estilización llevadas a cabo en los últimos años consiguen tapar, como sí lo consiguieron en cambio con la M-30, las desigualdades sociales existentes entre quienes dan los discursos y los que los sufren.

Claro, me dirán, entonces Pekín qué. Y Río, ¿qué dice usted de Río? Pues lo mismo, qué voy a decir, que al COI le puede eso de abrir mercados tras el parapeto de un mensaje que habla de la expansión del movimiento olímpico, de sus valores y de todo el resto de basura que arrastra un negocio que sólo merece la pena, en términos humanísticos, durante los 16 días en los que el esfuerzo, la competición cuerpo a cuerpo, también aquella más estratégica y la defensa del viejo y verdadero ideal olímpico se imponen sobre todo lo demás.

Y a aquellos deportistas humildes que soñaban con una segunda versión del exitoso Plan ADO decirles que no hubiera cambiado mucho su perspectiva. Porque de la nada, y no sólo hablo de dinero, también de ideas brillantes y mentes lúcidas, nada se puede extraer. Y nada es lo que se remueve en el corazón de las instituciones. Nada que no sea dinero, poder y más nada. Y de Barcelona, además de una bella ciudad, no se confundan, tampoco queda nada, ni siquiera una cultura polideportiva, un abanico de opciones que se salga de lo que en este país siempre se ha cultivado, no en los estadios, vacíos, y sí en esos cómodos asientos, de las casas o los bares, desde los que sólo se sigue el fútbol o, si acaso, al ídolo de turno. Siempre que gane, claro.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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