Entrenar es ante todo un oficio, una “ocupación habitual”, un
arte que se puede aprender, pero que en el que las dosis de
inspiración marcan enormes diferencias. Al contrario que en los
viejos talleres la tarea se enseña mientras se aprende, se absorbe
haciendo y deshaciendo, errando de manera más o menos patente o
prudente. No hay oficiales que compartan todos los secretos ni
aprendices dóciles que los tomen al pie de la letra. Hay jerarquías,
sí, pero van y vienen al compás disarmónico de los resultados, la
fama y un prestigio no siempre bien ganado. O perdido.
No se
entrena ni por dinero ni por prestigio. Si nunca te planteaste
entrenar sin recompensa monetaria, olvídate, naciste para este
mundo, pero no para este oficio. El placer de enseñar debe ser
suficiente, al menos en los comienzos, para saciar el innato apetito
de educar. Ojo, no saquen tajada de esto los directivos de los
clubes; cuando la responsabilidad se incrementa y el placer
disminuye, ahí deben aparecer los billetes para hacer justicia y
darle a cada uno lo suyo.
En
este oficio, dicen los que saben, los que saben hoy, matizo (que vaya
usted a saber quiénes son los que ganan, ay perdón, los que saben
mañana), que todo está inventado. Y yo me pregunto, ¿cómo va a
estar todo inventado en una actividad que es suma de artes, ciencias
y saberes, que es asunto de unos pocos años y que es reflejo, por
definición, de la sociedad y sus cambios? Sólo encuentro dos
razones para mantener tan osado y esclerótico discurso. La primera,
que es lo más cómodo. Reciclarse cuesta un riñón, unos cuantos
euros y unas pocas canas. La segunda, que es una estrategia. Ustedes
créanse este discurso y sigan haciendo lo que se viene haciendo
porque se ha hecho así toda la vida, mientras yo leo, remuevo e
interactúo con otras escuelas de baloncesto y saco el máximo jugo
de los recursos humanos de mi plantilla. Y a ver quién gana al
final. El baloncesto es un hábito, sí, pero no una costumbre
inamovible. Es de ayer, sí, pero también de hoy y de mañana. Como
reza el título de la entrada, es un oficio de este siglo, pero
también lo será del siguiente. Así que inventen, innoven, creen y,
sobre todo, disfruten haciéndolo.
Tengan
cuidado. Este oficio, como el amor o el tabaco, perjudica seriamente
la salud. La suya y la de quienes le rodean. Pero bendita muerte
lenta la nuestra si mientras, durante el proceso, uno se reconcilia
con el ser humano en un estadio primitivo, el de la comunidad. Porque
no creo que sea parte del oficio de entrenador ejercer de padre o
madre, jugar a los médicos ni a los psicólogos o tratar de
establecer un corpus jurídico demasiado denso para el funcionamiento
diario del grupo. No, se trata de guiar al conjunto hacia unos
resultados, deportivos y también humanos, pero siempre en referencia
a eso, al colectivo. Porque en la búsqueda de objetivos comunes y
protegido por la manada el individuo debe sentirse reconfortado.
Conocido su rol, todo lo que le queda es luchar por la promoción
social y profesional. Conocidas las reglas, sólo le queda convivir o
marcharse. En un siglo en el que las sociedades confundieron
complejidad con bienestar, es tarea del entrenador hacerlo simple.
Porque el juego, precisamente, cuanto más simple más efectivo. Y
bello.
Hablando
de belleza, es tarea del entrenador perseguir lo estético y promover
lo ético. Y si fuera bello matar no lo dudemos, prohibámoslo. No
cabe el conflicto entre la victoria en el marcador y la victoria
completa. Algunos atajos pueden resultar atractivos, pero no olviden
nunca que una ninfa, Calipso, esbelta y aparente, retuvo a Odiseo
durante siete años alejándolo de su hogar.
¿Y
cuál es la patria del entrenador si cada poco hace y deshace sus
maletas, si en cada puerto se deja un amor, una pluma y un aliento?
Pues sus ideas. Ideas expuestas, siempre, al escrutinio de la duda.
Duda que no justifica la práctica repetida del adulterio con uno
mismo y sus principios. Porque ya lo decía Schopenhahuer, “no hay
viento favorable para el que no sabe hacia dónde se dirige”.
Por
último un recordatorio. Para despistados o fanfarrones. Este oficio
sobrevivirá en tanto que exista baloncesto, mientras haya niños que
aspiren a dominarlo o, simplemente, jugarlo con cierta destreza. De
su futuro dependerá el nuestro. Sólo por si alguna vez intentan
ponerse por encima del propio deporte. O, y esto es más grave aún,
por encima de un niño.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
1 comentarios:
Me alegra ver, que vas mejorando el tono, aún un tanto correoso y cascarrabias (creo que es parte de ser entrenador también, culpa de esa frustrada búsqueda de un perfeccionismo inalcanzable), pero que espero poco a poco se torne en un optimismo casi completo.
Hoy te echamos de menos en salas bajas. Me despido por un tiempo por vacaciones, un descanso de TODO para la psique de tan solo 10 días y volveré por aquí, espero verte por las canchas.
Abrazos!
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