“Tiene
los requisitos para protagonizar una historia bíblica moderna”.
Así hablaba Dwight Howard padre de Dwight Howard hijo días antes de
que el pívot georgiano fuera elegido como número uno del Draft de
2004 en una promoción más profunda que brillante en la que este
joven de la Southwest Atlanta Christian Academy sobresalía por
encima del resto de promesas, incluida la del center de la victoriosa
Universidad de Connecticut, Emeka Okafor.
En
aquella academia privada el pívot pasaba sus ratos libres cantando
en el coro, lavando los platos, sacando la basura y limpiando su
habitación. Nada hacía indicar, por lo tanto, que aquellos orígenes
humildes fueran el prólogo de una historia que se enturbia cada vez
que su protagonista abre la boca o toma una decisión acerca de su
futuro. Y es que en la actualidad ni el propio Howard recordará
haber recibido el siguiente consejo de su ídolo Michael Jordan:
“Mientras los demás jugadores están durmiendo es cuando tú has
de querer estar entrenando. Trabaja duro, sé el mejor, exígete a ti
mismo y cuando te hayas ganado el respeto, exígele entonces a los
demás”.
Es
difícil afirmar que, alguien que ha sido campeón olímpico y
subcampeón de la NBA, sea un juguete roto, pero sí es posible
sostener cualquier argumento que aluda a lo decepcionante de su
progresión y a lo sorprendente de su transformación personal. Y es
que una carrera que empezó siendo una ofrenda a Dios ha terminado
siendo un sainete, un carrusel de despropósitos que si no se detiene
es porque Howard se empeña en que siga girando.
Pero
más allá de caprichos, abrazos hipócritas (miren si no, hasta el final, el
siguiente vídeo en el que Van Gundy reconoce que Howard ha exigido su despido) y mejoras cada vez más sutiles e inapreciables, es
su salida de Lakers la que certifica, aunque sea pronto aún para
juzgar su carrera, la materialización de un fracaso. Y es que
persiguiendo las sombras de Chamberlain, Jabbar o el propio O´Neal
(del que siempre ha querido parecer un clon) su figura se ha ido
haciendo cada vez más pequeña. También desde el este llegaron
a los Lakers los pívots antes citados. Chamberlain para
hacer realidad el sueño de Jerry West y aquellos acomplejados Lakers
que tenían por costumbre ganar la conferencia para luego perder ante
los Celtics. Jabbar para ser la referencia interior de un equipo, el
del showtime, que hubiera sido mero fuego de artificio sin su
presencia y Shaquille, con un historial semejante al de Dwight en los
Magic, para completar el legado de Phil Jackson e iniciar un ciclo
que Kobe quiere hacer suyo cuando en realidad, durante aquel
“threepeat”, todo empezaba y terminaba en el número 34, bajo el
imperio de su propia ley.
Salir
de los Lakers con rumbo a Houston puede parecer una decisión
correcta desde una óptica analítica y a baja temperatura. Sin
embargo, el dineral que va a cobrar, más allá de que sea justo en
la medida en que alguien está dispuesto a ofrecérselo, demuestra
cuál es su escala de valores y en qué lugar queda la lucha por el
anillo. Si son ciertas las cifras que se barajan, su sueldo
fagocitaría un tercio del límite salarial del equipo e hipotecaría
la calidad del resto de jugadores (más aún si tenemos en cuenta los
quince millones de media que cobrará Harden en las próximas cinco
temporadas).
Lo
cierto es que la decisión de Howard parece haber dolido más en las
franquicias que lo ansiaban (Dallas Mavericks, Golden State Warriors)
que en aquella que tuvo que aguantar su comportamiento poco
profesional. Así, si en los Lakers se dibuja un horizonte de
reconstrucción poco compatible con un Gasol con tripita y en clara
decadencia y con un Kobe aún convaleciente, en la proa del barco sin
rumbo que es la vida de Howard, se divisa una nueva sombra en forma
de leyenda de los tableros, de señor de la pintura. El bailarín de
claqué del Cotton Club, con quien ha trabajado durante algunos
veranos, le espera sentado para comprobar sus progresos y contrastar
su capacidad de liderazgo.
Hakeem
Olajuwon, pese a haber impuesto un dominio tiránico en las
proximidades del aro, tuvo que esperar a que Jordan se tomara un par
de años de descanso para cosechar dos anillos. Mucho me temo que, ni
aun retirándose Lebron a hacerse un tratamiento capilar, Howard sería capaz de repetir sus logros. Y es que al pívot de Georgia le
falta lo que a aquellos Rockets les sobraba: el corazón de un
campeón.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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