Aquí
sigo, pasando a limpio pensamientos, apuntes y notas tomadas durante
un año de baloncesto que incluyó 110 sesiones de entrenamiento, 16
partidos oficiales y 10 amistosos. De ello dejan constancia
cuadernos, libretas y algunas hojas sueltas. También algunos vídeos.
Y si en la anterior entrada me centré en el aspecto psicológico y
humano hoy trataré de hacerlo en el juego utilizando, eso sí, la
misma fórmula que entonces, es decir, encabezar cada pensamiento con
el título de alguna de mis obras favoritas, de cine o literatura.
Doce
Hombres sin Piedad. Denle la vuelta al argumento de esta genial
obra de Sidney Lumet, calculen el inverso de doce y tendrán resumida
la difícil tarea de repartir los minutos, escasos, entre doce
jugadores de ambiciones ilimitadas. Introduzcan en el algoritmo una
plantilla no confeccionada sobre plano, descompensada por exceso de
exteriores y no siempre equitativa en lo referente a la suma de
talento y esfuerzo. Añádenle, además, la necesidad de impartir
justicia en base a los méritos contraídos durante los
entrenamientos. Después de esto tendrán una planilla, un modelo de
rotación que el devenir del encuentro pondrá a prueba en forma de
faltas personales, jugadores inspirados, o todo lo contrario, y
movimientos tácticos del rival. Lo dicho, un hombre pensando por
doce y doce pensando por cada cual. Un reto al que se enfrentan
numerosos entrenadores cada año. Un reto que algunos no superamos.
Tiempos
Modernos. Aunque en la crítica al sistema de producción
fordista que presenta Chaplin en esta inolvidable película, se
plantea una drástica ruptura con todo lo anterior, en el baloncesto,
hablo del juego, algunos axiomas se resisten a envejecer y dejar paso
a otros nuevos. Ahora, como antes, los éxitos de los equipos se
fundamentan en la labor de dirección de un base y en la presencia,
en ambos lados de la cancha, de un jugador interior, en nuestro caso,
un alero reconvertido a cinco muy a mi pesar (y al suyo).
Cuando los bases se erigieron en puntales de nuestra defensa, cuando
controlaron el ritmo, perdieron pocos balones y, además, anotaron,
jugamos mejor baloncesto. Cuando nuestro hombre grande cambió tiros,
dominó el rebote, puso rápido la bola en manos de los jugadores más
veloces y, además, vio aro en ataque, dominamos los encuentros.
Agárralo
como puedas. Sé que Leslie Nielsen tiene muchos seguidores. No
es mi caso. Me sirvo del título de esta comedia para destacar la
importancia del rebote, un apartado del juego que se entrena en una
proporción muy inferior a la de su relevancia real. Si a Arquímedes
le bastaba con un punto de apoyo para mover el mundo, a un equipo de
talento limitado le sobrará con dominar el rebote para disimular
gran parte de sus carencias. Así se nos escaparon algunas victorias
ante equipos inferiores quintal por quintal. Y mira que insistimos
desde el comienzo en introducir una responsabilidad colectiva para
esta tarea. A lo largo de mi vida he disfrutado muchísimo viendo a
bases implicados en el rebote defensivo cogiendo el balón y mirando
rápidamente a la pista delantera para ponérselo en las manos de un
compañero sin tiempo, apenas, para que el equipo contrario se
repliegue. Pienso en Magic y en Jason Kidd, aunque algunos como Ricky
Rubio parecen haber nacido con la lección aprendida. Lo cierto es
que no fuimos un buen equipo en esta faceta y lo terminamos pagando
en otras. Y es que verse dominado bajo los tableros merma mucho la
moral y afecta a la confianza.
El
Dios de las Pequeñas Cosas. Arundhati Roy, escritora india nos
presentó hace ya más de quince años, la historia de tres
generaciones que habitaban en el sur de su país. Yo, en cambio, me
limitaré a tomar prestado el título de esta novela para revelaros
la grandeza de lo ínfimo y lo esencial del detalle. Ya hablemos de
técnica individual, de táctica individual o de táctica colectiva,
la ejecución lo es todo. Tanto en el mecanismo de una entrada en
pérdida de paso, como en la correcta aplicación del autobloqueo o
en el dibujo de una situación final de aclarado o pick and roll, lo
principal es la ejecución, la correcta sucesión de gestos bien
efectuados, bien aplicados y bien conjuntados. Porque la armonía es
necesaria tanto para elevarse, arquear el cuerpo y extender el brazo
en una finalización como para jugar con el cuerpo del rival y
generarse un espacio para la recepción o para que un sistema salga a
la perfección. Y yo, lo reconozco, hastiado en ocasiones por
determinadas actitudes y mostrando un talante poco profesional, no
fui lo suficientemente detallista. Lo fui en ocasiones, pero no por
método. Dependí de una predisposición receptiva por parte de los
jugadores y no, un entrenador no puede depender de ello, debe ir al
barro todos los días. Aunque sea el único que se manche. Aunque
fuera un único jugador el que estuviera dispuesto a aprender.
Aún
quedan más conclusiones en la recámara. Un año da para mucho, pero
no quiero agotaros con la lectura de mis particulares vaivenes
mentales. Yo, mientras, sigo poniendo negro sobre blanco lo que dio
de sí. Es necesario.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
0 comentarios:
Publicar un comentario