Basta
una fugaz ojeada a su retrato para comprender que Theodoros
Papaloukas no podía haber nacido en otro lugar que no fuera Atenas.
Los ojos, pequeños, su nariz a dos aguas y su perfilada barbilla
dotan a su rostro de un carácter ineludiblemente griego. Estoy
convencido que, de haber habitado en la Antigüedad Clásica, podría
haber cultivado cualquiera de las artes liberales, ser geómetra o
gramático, filósofo o músico. De hecho, a su manera, teniendo en
cuenta el tiempo en el que le tocó vivir, sacó a relucir su
sabiduría en el deporte que mejor combina el arte y la ciencia, el
baloncesto.
(...)
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