“El
mundo es una gran paradoja que gira en el universo. A este paso, de
aquí a poco, los propietarios del planeta prohibirán el hambre y la
sed, para que no falten ni el pan ni el agua.”
(Eduardo
Galeano)
Salamanca
recuerda hoy a una de esas ciudades mineras del Perú que vieron
agotadas sus vetas de plata. Salamanca es hoy ese pueblo abandonado
del Brasil que vivió del caucho hasta que un alemán descubrió su
correlato sintético. Salamanca es un museo urbano que envejece a
marchas forzadas, una taberna de paso para el joven intrépido, un
esqueleto de hormigón al servicio interesado de unos pocos.
Dicen
de ella que vivió tiempos felices, que en ella nunca rebosó la guita, pero
que siempre floreció el conocimiento. Mencionan el nombre de
insignes maestros, hábiles en la oratoria y comprometidos con su
tiempo. Cuentan que es cuna de grandes toreros, pero ya no se
recuerda el día en que su plaza colgó el cartel de “no hay
billetes”. Hablan de la fertilidad de sus vegas, ahora ocupadas por
chalés y centros comerciales.
No
hace falta que me cuenten, porque ya estaba aquí, el rumor que, con
origen en el Estadio Helmántico, invadía cada tarde de domingo la
atmósfera de la ciudad. Bastaba, aunque te encontraras en la plaza o
en el más alejado, aún, puente romano, con afinar el oído para
saber cuántos goles llevaba marcados la Unión. Hoy, 90 años de
historia se ponen en liquidación y, aunque no me toque muy de cerca
(sólo fui socio durante tres años), siento como míos los lamentos
de quienes sobrevivieron a las gélidas noches de invierno, al fútbol
rácano que acostumbraban a emplear los rivales en sus visitas al
Helmántico y a los arbitrajes que, probablemente desde una
percepción distorsionada de la realidad (la propia de todo
aficionado) siempre nos perjudicaron.
Pero
el rumor del Helmántico no es el primero que se apaga en esta
ciudad. También retumbaban Würzburg y la Alamedilla en aquellos
maravillosos 90 en los que CBS y Sol Fuerza disputaban la ACB y la
Liga de División de Honor de Fútbol Sala. Sin necesidad de adornos
dorados ni alfombras rojas aquellos salones contribuían a hacer
ciudad, a crear un sentimiento de comunidad y pertenencia que nos
hacía sentir más fuertes y dichosos
Entonces,
cuando la selección nunca pasaba de cuartos, cuando la manera de
contactar con los amigos era una simple llamada (simple, pero cara
como te recordaba tu padre al llegar la factura), Salamanca, mi
Salamanca, que cantaba el gran Farina, era capital del deporte. Aquí
se rindieron leyendas del baloncesto y el fútbol como Sabonis,
Vieri, Figo o Rivaldo. En nuestras calles se celebraron ascensos
improbables y otros más bien imposibles como aquel 0-5 en Albacete.
Aquí, para no perder las tradiciones, se tuvo poca paciencia y se
ajustició con premura a alguno de los artífices de este sueño
(Juan Manuel Lillo y Fernando Merchante lo pueden atestiguar). No es
la paciencia un hábito castellano, aunque la tierra suela premiar al
que la trabaja y la sabe esperar. Y de tierra, aquí, saben un rato.
Y es
que en los 90 el deporte era un elemento articulador. Almendralejo,
Mérida, Soria un poco más tarde, Lérida y Albacete entre otras
muchas localidades del interior de la península pudieron disfrutar
de fútbol de primera. Ahora, en cambio, apenas hay vida más allá
del centro madrileño y la periferia. Creo que muchos cambiarían
ahora estas eurocopas y mundiales de fugaces celebraciones víspera
de un nuevo lunes en la oficina (eso si hay suerte y se tiene un
empleo) por aquellas tardes de bota y farinato, de encuentro y
plática con los paisanos en el campo de siempre, al sol o a la
sombra, animando a los chavales si se ganaba, y atizando a los mercenarios si se perdía.
Hoy,
día en que 90 años de recuerdos y vivencias compartidas quedan
enterrados, la sangre se desparrama por las venas abiertas de una
ciudad que expide, cada día que pasa, un visado de salida a quienes la amamos
y aún la vivimos.
¡HALA
UNIÓN!
5 comentarios:
Hipocresía oportunista.
Es una manera de verlo. Yo diría más bien verdad incómoda. Gracias por el comentario.
Se te olvida mencionar a las Avenida entre nuestras glorias deportivas...
Si no las menciono es porque, por fortuna, siguen dando guerra.
Ni caso al anónimo que usa palabras de las que ignora el significado. Es muy bueno :)
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