Hace
un par de días discutía, departía quizá es más apropiado, con
mis colegas de Crónica desde el Sofá sobre identidades, filosofías,
mitos y demás leyendas que envuelven al deporte. Yo defendía una
visión más romántica y, por qué no decirlo, más periodística.
Ellos, una perspectiva más práctica, que viene a decir que ganan
los que tienen los mejores jugadores, los equipos que están mejor
entrenados. Que triunfan, y fracasan, en definitiva, las personas y
no las ideas ni las señas de identidad.
Aunque
sea difícil discernir sobre la antecedencia o subsidencia de la
gallina y el huevo, parece claro que el titular sigue a la noticia y
no al contrario. La actualidad, fiel compañera de nuestro caminar
diario, me ha puesto en bandeja varios ejemplos con los que ilustrar
una teoría que ni siquiera pretende ser tal pues, para empezar, pone
en entredicho esa óptica romántica desde la que tradicionalmente me
he aproximado al mundo del deporte.
Os
pongo en situación. Hablábamos (tuiteábamos si es que se puede
españolizar este vocablo y añadirle impunemente una tilde) de los
Celtics y de los Lakers, de ganar por el peso específico de una
camiseta. En eso coincidíamos. El escudo no gana partidos. Sin
embargo, yo defendía que los de Boston, al menos ellos, representan
unos valores (Celtic Pride, pase extra,...) que parten del pasado y
deben permanecer en el futuro. Para ellos, en cambio, hay tantos
Celtics como temporadas pues cada equipo, cada unión de doce
jugadores, es diferente de la anterior y de la siguiente. Mi idea es
que si eliges a las personas adecuadas para los cargos directivos
(General Manager y entrenador principalmente) puedes dar continuidad
a una idea. Hay en el deporte marcas registradas de las que todos
conocemos sus características. En deportes individuales Rafa Nadal
representa la lucha continua del mismo modo en que Roger Federer
encarna a la elegancia. En cuestiones de equipo el Inter de Milán,
salvo en contadas excepciones, ha sido el principal exponente del
catenaccio, mientras que en el mundo del ciclismo los equipos
holandeses y belgas llevan décadas sembrando el pánico del pelotón
cuando la carretera ni siquiera insinúa una pequeña cuesta.
Es
decir, existen factores históricos y geográficos e irrumpen figuras
icónicas que parecen elevar el deporte a una categoría por encima
de su aparente simplicidad. Así como los altiplanos keniatas acogen
razas con ínfimas cantidades de masa corporal predestinadas a correr
muy rápido en largos trayectos, y de igual manera que el Caribe
acogió, debido al reprobable tráfico de esclavos, la mejor mezcla
genética para la carrera explosiva, también circunstancias
culturales contribuyen a la conformación de identidades que perduran
en el tiempo. O al menos eso defendía yo.
Prohombres
de nuestro tiempo como Red Auerbach o Santiago Bernabéu han
significado tanto para sus respectivas sociedades deportivas
(franquicia y club respectivamente) que su legado, casi por inercia,
aspira a prorrogarse década tras década. Sin embargo, el halo de
perdurabilidad que rodea a su obra se tambalea cuando la actualidad a
la que antes hacía mención, irrumpe de manera caótica dotando de
razón a quienes opinan que en el deporte no hay ayer ni mañana,
sólo un presente marcado por el talento y por el trabajo.
No
cabe duda de que la universalidad del Real Madrid se convirtió en
provincianismo (prefiero no añadir epítetos) cuando su presidente,
amigo de grandilocuentes discursos vacíos de contenido (Zidanes y
Pavones), autocoronado heredero de Don Santiago y notablemente
irritado por el dominio del Barcelona, eligió a José Mourinho para
el banquillo de su primer equipo. El señor Florentino Pérez
admitía, de esta manera, que esa presunta universalidad se asentaba
únicamente en la victoria. Primer mito destruído, pero esperen, que
hay más.
Cuando
tu único ideario es la victoria y no ganas, ¿qué te queda? Si tu
propuesta futbolística es esencialmente mezquina (al basarse en los
errores del rival y al confiar únicamente en la inspiración de
alguno de los mejores jugadores del mundo) y te dedicas a engendrar
enemigos a cada paso que das, ¿cómo es que aún mantienes la
etiqueta de ganador si no ganas? Sigo.
Hilo
Real Madrid y Mourinho con la necesidad de superar el 4-1 de la ida
de las semifinales de Champions. Tengo 25 años y aún no he vivido
ninguna remontada histórica. Lo más aproximado que he vivido ha
sido un 4-0 ante el Real Zaragoza en semifinales de la Copa del Rey
de 2006. Impresionante si no fuera porque era necesario un 5-0. La
remontada se quedó en un casi y sobre los años 80 sólo he podido
leer y escuchar historietas. Juanito, por desgracia, ya estaba bajo
tierra cuando aprendí la norma del fuera de juego. ¿Es, por lo
tanto, el Real Madrid un equipo acostumbrado a remontar? ¿Servirá
de algo apelar al mito? ¿Es acaso el Bernabeu del siglo XXI la misma
caldera explosiva que llevaba al equipo en volandas durante los años
80? Desde luego, tengo claro que los yuppies que atestan las tribunas
del estadio no sienten la camiseta como lo hacían los humildes
obreros o profesionales de clase media que coreaban aquello de... “que
Juanito la prepara que Juanito la prepara y Santillana mete gol”.
Me
quito la coraza y escribo en carne viva sobre mis Celtics. Soy del
equipo de Boston porque conocí su historia, porque me enamoré de
sus mitos y porque otra leyenda viviente, Paul Pierce, me cautivó
con su juego. Ahora, tras dos partidos marcados por la impotencia de
un grupo infinitamente inferior al de temporadas anteriores, entiendo
que la historia no juega, que como diría Pitino Larry Bird no va a
entrar por la puerta y que a Paul Pierce los 35 años de experiencia
no le sirven para defender a Carmelo Anthony. Ahora entiendo que los
de Crónica desde el Sofá tienen razón (como casi siempre), que
ganan los mejores en cada momento y que luego ya llegamos nosotros,
los juntaletras, para elaborar cuentos con los que dormir a los niños
(que si Celtic Pride, que si espíritu de Juanito, que si fútbol
total,...)
Alego
frente al tribunal popular que antes que verdugo fui víctima, que
primero escuché los cuentos, luego me los creí para más tarde elaborarlos
y ahora los quemo. Eso sí, me quedo con unas cuantas cenizas no sea
que mis dos equipos resuciten y me hagan creer nuevamente en ellos.
En los mitos que el raciocinio se empeña en desprestigiar pero sin
los cuales, sin su existencia, todo se volvería más anodino.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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