Los
ecos del fin de semana se desvanecen entre las luces de la ciudad.
Aún hay ropa en la terraza y marzo sigue empeñado en marcear. Es
domingo por la noche y en la soledad de mi cuarto mis dedos se
preguntan cuál será la próxima tecla a golpear. Me autorreceto una
dosis de escritura para superar una dura tarde en la cancha, vestido
de largo, sin la posibilidad de luchar por un balón suelto o de
ayudar a un compañero a detener a un atacante, aprendiendo del
sabio, pero indigesto, arte de errar. Errar en la dirección de
partido y, sobre todo, en la tutela de un grupo humano que hoy se
comportó como una suma de individuos sin rastro alguno de alma o
espíritu colectivo.
El
pasado viernes acudí a una librería del centro de Salamanca, vacía
por cierto, para adquirir el primer libro de Carlos del Amor, La Vida
a Veces, en el que narra con su reconocible voz una serie de pequeñas
historias que no cambiarán el mundo, pero que lo convierten, en
cambio, en un lugar más agradable para vivir. En ellas, lo cotidiano
se eleva por encima de la noticia por encerrar, dentro de sí,
valores universales como la belleza, el amor o la amistad, valores
éstos, creo, que en cierta medida también deben estar presentes en
una pista de baloncesto.
No
busquen conexión alguna entre los dos primeros párrafos. Son
pensamientos deslavazados fruto de una reflexión inexistente acerca
de una tarde de baloncesto que yace sobre el suelo con la sangre aún
caliente. Sirva además esta anarquía como metáfora del nomadismo
al que están sometidas las rachas o los momentos. Ocho días después
de disputar nuestro mejor partido, con una defensa basada en la
confianza en el compañero y en la solidaridad y un ataque agresivo y
comprometido, hemos ofrecido una versión totalmente distinta, ni
prima ni lejana de la anterior.
Quizá
seamos los entrenadores como esa mujer fiel que teje y desteje su
sudario a la espera de un marido que no llega. Quizá seamos los
últimos en enterarnos de que algo está pasando a la vista de unos
ojos sumidos en una blanca ceguera. ¿Cómo puede cambiar tanto un
equipo en tan poco tiempo? La lógica me lleva a pensar en que la
semana de entrenamientos no había sido buena. Quisimos interpretar
una buena obra sin el número suficiente de ensayos y para que una
escena parezca natural debe ser repetida miles de veces. Tomamos el
camino fácil y nos encontramos todas las trabas al final cuando lo
ideal es ir sorteando poquito a poco, pasito a paso, cada una de las
dificultades.
Y
sobre todo, y lo que más me duele, decidimos hacerlo solos, de
manera individual. Cogimos un remo cada uno, en vez de uno para
todos. Nos embarcamos en luchas diferentes y de ninguna extrajimos el
sentido. Quisimos ser como el viejo en el mar, pero no tuvimos ni su
paciencia ni su ambición y un pez mucho menos fiero, con todo el
respeto hacia un rival que disputó un buen partido, nos hizo
naufragar.
Supongo
que la vida, a veces, dura cuarenta minutos. Cuarenta minutos
repletos de pequeñas historias que no se pueden entender sin
retroceder al pasado y que de nada sirven, si no contribuyen a
mejorar el futuro.
La
vida, a veces, es una lluviosa noche de domingo.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
3 comentarios:
Eres un tipo listo, y sabrás aprender. La vida a veces, tiene momentos torcidos...pero hay que enfrentarse a ellos. Ánimo ;)
Animo Juanjo. Un pequeño bache en el camino, a por el próximo partido.
JJ, enhorabuena por esta entrada, no solo por las reflexiones en las que coincido plenamente, si no por la redacción que es excepcional.
Espero que tu afición y refugio en la escritura no solo se limite a este maravilloso blog si no que encuentre también, su sitio en el mundo donde podamos disfrutar de tu arte que cada día da un paso más allá.
La entrada y sus reflexiones me han transportado a este bolero.
Un abrazo amigo y compañero, para este lluvioso domingo:
http://www.youtube.com/watch?v=_laFmUYSIpA
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