¿Tú también?





Hoy el caso Bárcenas vuelve a estar en la calle. Resulta que unos cuantos cabecillas del PP, incluido su ilustrísimo presidente que es de paso el del gobierno de todos los españoles, accedieron a cobrar dinero sin conocimiento de Hacienda. Ahora se lamentan. No por haberlo intentado, sino por haber sido cazados. Hicieron lo que muchos hacemos también en nuestra vida cotidiana, pero con la particularidad de presentarse ante la opinión pública como defensores de sus derechos y portavoces de sus anhelos. Es decir, como políticos de casta, que invierten su juventud en pegar carteles y chupar pollas, no siempre literalmente, para trepar en esa especie de escalera que conduce a la fortuna material y a la ruindad espiritual.

La sociedad, claro, se ha rebelado. Lo ha hecho a través de twitter convencida de que con 140 caracteres se puede cambiar el mundo, derrocar a un gobierno y, además, parecer inteligente. Identifican el problema con los políticos actuales cuando en realidad éste sienta sus bases en la educación. Pero no en la de las escuelas públicas, privadas, católicas u ortodoxas, sino en la que se recibe (recibía) en casa. Cuando las madres, cuando digo madres me refiero a aquellas magníficas mujeres con capacidad para instruir en los principios más elementales del respeto a todo hijo de vecino con independencia de su manera de vestir, condición económica o ideología, desaparecieron del hogar, entraron de pronto los televisores y a través de ellos mil maneras de vivir la vida sin trabajar, sin respetar y sin pensar.

Pues bien, a mí me lo enseñó prácticamente todo mi madre y aunque seguramente ella también me hubiera insistido para convencer al fontanero de pagarle en efectivo y sin factura, sólo puedo estarle agradecido. Por lo menos tengo claro que no debo hacer lo que no me gustaría que me hiciesen a mí. Y en estos tiempos que corren, pues qué queréis que os diga, no me parece poco.

Si hubo otra influencia importante, ésta la ejerció el deporte. A través del deporte conocí a mis amigos y reconocí a mis potenciales enemigos porque de la honesta pelea por saltar más alto, ser más fuerte o más rápido, emanan los valores que configuran nuestra personalidad. En la lucha deportiva no hay máscaras ni poses, sólo seres humanos llevados al límite de sus posibilidades, desnudos ante la opción de caer derrotados. O así debería ser.

Con las declaraciones de Lance Armstrong en las últimas semanas se ha hecho público lo que muchos no queríamos creer. El deporte, actividad física tan vieja como el propio hombre, ha dejado de ser tal para convertirse en un asunto pluridisciplinar en el que los laboratorios juegan un papel similar al que representan los ingenieros en el éxito de un piloto de Fórmula 1.

Afirma el norteamericano que ninguna generación del ciclismo está libre de mácula. Por extensión, me atrevería a decir que no es el ciclismo el único foco infectado. En el tenis han sido muchos los sancionados, aunque en este caso el cumplimiento de las sanciones ha conducido en la mayor parte de los casos a una redención total. En el atletismo grandes estrellas se convirtieron después en grandes fraudes para el aficionado. Estoy pensando en Marion Jones o Tim Montgomery, por no citar al celebérrimo Ben Johnson. No se libran tampoco los grandes deportes de equipo. Todos sabemos que el COI mira para otro lado para que los jugadores NBA compitan en los Juegos Olímpicos y que en el fútbol fueron práctica habitual las transfusiones de sangre.

¿Entonces quién gana? ¿El que más talento heredó? ¿El que más esfuerzo puso para depurar dicho talento? ¿El que siendo rico de cuna contrató al mejor (peor) doctor? ¿El espectador, porque de esta manera ve espectáculos más grandilocuentes y alejados de sus más modestas posibilidades?

Perdemos todos. Porque el deporte es ante todo un espejo que retrata las aspiraciones del ser humano por superar los límites establecidos. Y no, la medicina no debería inmiscuirse en esta lucha que en algunos casos puede conducir a la muerte, pero que siempre, y digo siempre, ha de ser honrada y transparente. La victoria no es llegar el primero, es caminar sin atajos por esta senda que ya está de por sí lo suficientemente minada.

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Como un buen Celtic





Como un buen Celtic, orgulloso y testarudo, Rajon Rondo se presentó en la sesión de tiro del equipo el mismo domingo por la mañana con una bolsa de hielo alrededor de su muslo derecho. Doc Rivers y todos los miembros del staff técnico pensaban que se trataba de una sobrecarga en el cuádriceps y no se preocuparon en exceso por la salud de su base. Fue entonces cuando Brian McKeon, el especialista en dar malas noticias, le comentó al entrenador su particular impresión acerca de la rodilla derecha del siempre genial Rajon Rondo. Ligamento cruzado anterior. Baja para toda la temporada.

El número 9 de los Celtics, entre incrédulo y apesadumbrado, quiso resistirse a aceptar el diagnóstico. “No me duele demasiado como para que sea el ligamento cruzado”. Aun así, veinticuatro minutos antes de que comenzara uno de los duelos más esperados por la afición del TD Garden, Rondo asumió que no estaba bien y acudió al hospital para hacerse unas pruebas. Tras éstas, y de regreso a la instalación deportiva, un periodista le detuvo y le dijo: “Ey Rajon, están anunciando que tienes el ligamento cruzado anterior roto y que eres baja para toda la temporada”. Ofendido, éste le respondió: “Si ni siquiera se conoce el resultado”.

El resultado fue el esperado. No hubo sorpresas. La lesión se produjo durante el partido anterior en Atlanta y aun así se mantuvo durante doce minutos en pista con el ligamento destrozado. Otros lo habían hecho antes, pero aun así su esfuerzo no deja de sorprender. No, al menos, a su entrenador, quien recuerda cómo vivió esta misma pesadilla en sus años como jugador: “Caí al suelo y permanecí llorando unos cuantos segundos como si fuera un bebé”. No hubo lágrimas, en cambio, para Rondo, quien terminó de firmar en Atlanta el que será el último triple doble de la temporada y el último en unos cuantos meses.

Ahora que Ricky Rubio está en pleno proceso de recuperar sensaciones y a poco más de un mes para que Derrick Rose regrese a las pistas para volver a aprender a jugar al baloncesto, otro ligamento roto se ha empeñado en dejarnos sin uno de los jugadores más espectaculares del campeonato. En este caso, el ejemplo a seguir ha de ser el de Blake Griffin, quien no pudo disputar ni un solo partido en el que iba a ser su año rookie para regresar con más fuerza y ambición hasta convertirse en uno de los mejores jugadores interiores del campeonato. 



La lesión de Rondo ha caído como una daga en el corazón de los aficionados de los Celtics. Sin embargo, la victoria de ayer ante Miami nos enseña, una vez más, que la fe en uno mismo es un eficaz antídoto contra los infortunios. Sin embargo, hasta el más optimista seguidor del equipo puede adivinar que la temporada ha tocado a su fin. Pierce y Garnett tirarán de orgullo, pero el depósito de gasolina está a punto de quedar agotado. Sin su guía estos Celtics que ya navegaban a la deriva serán presa fácil para los cocos de la conferencia. Danny Ainge moverá el mercado, pero hay poco que ofrecer. Y no, a los que presumimos de ser verdes y de sentir como tal, no nos gusta la idea de ver a Pierce terminar su carrera en Memphis. Graceland será un santuario para los amantes de la música, pero un cementerio de lo más vulgar para las estrellas del baloncesto. La carrera del 34 debe terminar donde empezó, en las antípodas de lo que dictaba su corazón, en el polo opuesto del lugar donde se crió. Y es que este chico que aprendió a vivir en Inglewood, uno de los barrios más peligrosos de Los Ángeles, se ha hecho un hombre y una estrella jugando para los Celtics, elevando el nivel de su juego cuando las cosas más se torcían para su equipo. Ayer, en un partido agónico, rodeado de circunstancias extrañas y con Ray Allen de regreso enfundado en una camiseta que huele a traición, Paul Pierce firmó un triple doble y condujo a su equipo a una fantástica victoria ante los poseedores del anillo.

Garnett y Pierce se encargarán de que no haya lamentos ni autocomplacencia, de que en cada sesión de entrenamiento de los Boston Celtics se respire optimismo y disciplina. Con su sudor y su sangre les recordarán a los compañeros que sobre el parqué que tienen la suerte de pisar en cada noche de partido se hicieron un nombre Cousy, Russell, Havlicek, Cowens, Bird, McHale y tantos otros. Y es que no basta con ser un Celtic. Lo demostró Rondo con su testarudez y amor infinito a ese trébol de tres hojas. Hay que actuar como un buen Celtic. Y eso es mucho decir. 



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Cómo hemos cambiado





Tras las finales de 1972, aquéllas en las que el baloncesto le devolvió a Jerry West todo lo que éste le había dado antes, diecisiete de los venticinco campeonatos que se habían disputado hasta la fecha habían sido ganados por sólo dos franquicias. Cuando la liga celebró su quincuagésimo aniversario en el All Star de Cleveland esas mismas dos franquicias sumaban ya veintisiete títulos. Aún hoy, en pleno invierno de 2013, los treinta y tres anillos que suman Boston Celtics (17) y Los Ángeles Lakers (16) les dotarían de una mayoría absoluta en un hipotético parlamento aristocrático en el que la máxima de “una persona un voto” hubiera sido transformada por otra más clasista con el lema “un anillo un voto”.

Estos números invitarían a pensar en una liga polarizada y sectaria con contratos de televisión negociados equipo por equipo y con una palmaria disparidad presupuestaria entre las diferentes franquicias. Pero no, esto no es la liga de fútbol española y son otros los factores que explican esta aparente diarquía. No me duele reconocer (en realidad sí) que once de los diecisiete títulos célticos se lograron en campeonatos con ocho o nueve equipos participantes. En realidad no sé si esto le quita mérito a aquellas gestas o si, tal vez, le otorga un plus de dificultad. Y es que el talento se concentraba irremediablemente en unas pocas franquicias y todas ellas contaban con al menos tres jugadores con grandes posibilidades. Lo cierto, aunque escueza, es que en los últimos veinteseis años la ciudad de Boston sólo se ha engalanado en una ocasión para honrar a sus orgullosos Celtics. Fue en 2008 y, apunten esta fecha porque puede que se convierta en una nueva, vieja, referencia para los aficionados del equipo de la Beantown. 



Los Lakers, por su parte, deben agradecerle cinco anillos a la dominante y eminente figura de un George Mikan que reinó en la liga allá por los años 50. En aquel campeonato recién nacido y lleno de imperfecciones que el tiempo ha ido curando, un jugador de su tamaño e inteligencia era prácticamente imparable. Ya en Los Ángeles, los Lakers tuvieron que esperar varios años para recuperar una senda que la sombra de Bill Russell se empeñó en oscurecer. Tuvo que llegar Magic para que Kareem recuperase su mejor versión y para que Los Ángeles vibrase de nuevo al ritmo del mejor baloncesto que se ha practicado jamás en este planeta. Shaquille, Kobe y Gasol contribuyeron a engrandecer la historia de la franquicia, pero otros nombres, en plena actualidad, se están ocupando de poner en solfa esta incontestable grandeza. 


Sólo por si fuera verdad aquello de “la historia para los historiadores” (¿o era América para los americanos) utilizaré también argumentos más cercanos en el tiempo para dotar de contenido al título de esta entrada. Resulta que el próximo 17 de junio se cumplirán tres años del séptimo partido de las finales de la NBA de 2010 disputadas entre Boston Celtics y Los Ángeles Lakers y que concluyeron con el triunfo angelino en un apretado encuentro. Los Lakers contaban con la mejor pareja interior del campeonato, con una de sus tres máximas estrellas y con el sexto hombre más decisivo. Los Celtics, por su parte, vivían de las genialidades de tres futuros hall of famers y de la bendita locura del base más brillante de la competición. Para los de Boston aquella final suponía el cierre definitivo de una ventana que después, por avatares de la vida y gracias al orgullo de los jugadores, permanecería abierta un par de años más. Para los Lakers, en cambio, nada hacía indicar que aquél fuera el principio de un final que comienza a hacerse demasiado largo. En Los Ángeles alguien debería tomar la palabra y sentenciar definitivamente un caso que desde la salida de Phil Jackson demanda una operación a corazón abierto. Más bien, un lavado de estómago con el que limpiar las células envejecidas de sus otrora referencias y los depósitos de idiotez de las nuevas incorporaciones. 

Menos de tres años después de su última aparición en las finales Lakers y Celtics transitan por la tierra de nadie de la liga con más pena que gloria. Los primeros arrastran el peso de estrellas sobrevaloradas económicamente. A los segundos les pesa el paso de los años, las caprichosas piernas que se resisten a concederle tan siquiera un deseo a sus viejos dueños. De poco sirve ahora apelar a los tiempos pasados. Un Van Gogh siempre será un Van Gogh, pero en el deporte, en su espiral vertiginosa, el pasado será simplemente eso, pasado.

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Tienen los grandes hombres, los grandes de verdad, la cada vez más extraña capacidad de observar el mundo desde el ángulo desde el que lo haría un habitante de Lilliput. Sabiéndose pequeños luchan y perseveran hasta alcanzar sus objetivos y de su boca, antes que un insignificante yo, suele salir un inmenso gracias. Precisamente gracias, "thanks", fue la palabra más veces pronunciada por Patrick Aloysius Ewing en su discurso de entrada en el Hall of Fame del baloncesto, uno de los contados santuarios de los que un joven jamaicano de orígenes humildes puede sentirse parte importante sin necesidad de prostituirse moral o socialmente.

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El rey, los reyes, twitter y un derby






Aunque alguno de vosotros pueda pensar que hoy es la noche del rey, víspera de la noche de reyes y, claro, 4 de enero, yo sólo puedo deciros que estáis equivocados. No porque en la 1 no esté Hermida lamiéndole el culo al borbón que reina, pero no gobierna. Ni tampoco porque mañana sea la noche en la que unos presuntos sabios de oriente se desdoblarán en miles de versiones de sí mismos para pasear por las calles y plazas de nuestras ciudades generando una ilusión tan falaz como efímera entre los niños que un día serán adultos y seguirán preguntándose por qué no hay regalos si se han portado bien. Pero igualmente estáis equivocados. En todo salvo en que es 4 de enero.



Y es que en realidad hoy es la noche del día en el que Kobe Bryant se hizo una cuenta oficial en twitter, una más dentro de esa red social que amenaza con envolver al planeta generando un nuevo recalentamiento, en este caso neuronal, que sumar al provocado por el efecto invernadero, el agujero de la capa de ozono y Telecinco.



Esta noche, además, y ya hablando en serio, se disputará el derby de Los Ángeles, el enfrentamiento que durante cuatro veces al año mide las fuerzas de Lakers y Clippers en el mismo escenario, el Staples Center de la ciudad californiana, una especie de nave espacial aparcada sin demasiado buen gusto en el medio de un downtown que intenta recuperar su vida interior a base de centros comerciales, restaurantes y locales nocturnos. La diferencia con respecto a otras temporadas pasa por que al hermano pobre de LA le ha dado por sublevarse presentándose a la cita con un balance nueve partidos mejor que el de sus vecinos de púrpura y oro.



Aunque los resultados hablan por sí solos, un rápido vistazo a las plantillas nos permite deducir que es la planificación, por su presencia o ausencia, el factor clave del éxito de unos y de las decepciones de los otros. Así, mientras en las oficinas de los Clippers se mantiene un contacto directo con el cuerpo técnico y se atiende a lo que éste pueda sugerir, en los Lakers preocupan más cuestiones extradeportivas o personales, viciadas en todo caso de la vanidad que envuelve a todo lo que se mueve en la franquicia. En los Lakers, si alguien tiene algo que decir se lo consulta primero a Kobe Bryant. Sí, el de la cuenta de twitter, y uno de los cinco mejores anotadores de la historia del campeonato, un genio con el balón en las manos, pero un mal gestor para los designios de su propio equipo.



Sirva como ejemplo el nombre de Lamar Odom, el ala pívot que llega a la liga para jugar en los Clippers, madura en Miami y disputa sus mejores partidos con los Lakers para que éstos finalmente le regalen. Ahora, tras un periplo fallido en Dallas, Odom es una garantía desde el banquillo que Vinnie del Negro no piensa desaprovechar. Pues bien, la salida de Odom a cambio de nada fue el principio de la hecatombe en unos Lakers que aún siguen buscando esa figura del cuatro abierto que rebotea, ataca de frente, puede lanzar y sobre todo, le hace la vida más fácil a los pívots puros del equipo. Y no, Jamison no es Odom. Nunca lo fue. 





Es hora de poner a grabar el partido, ese choque de personalidades deportivas que promete no defraudar. Y es que si los Clippers revolotean como una mariposa y pican como una abeja al más puro estilo Muhammad Ali, los Lakers practican un juego más pesado y posicional. En breves horas comprobaremos si Nash es capaz de cuadrar el círculo y colocar a cada cual en el lugar donde más rinde mientras persigue por el rectángulo de juego a un Chris Paul cada vez más simbiotizado con el baloncesto. También promete emociones fuertes el duelo entre Pau Gasol y Blake Griffin y es que el de Sant Boi ya ha conocido de primera mano las habilidades atléticas del ex alumno de la Universidad de Oklahoma. Sin embargo, más allá de todos estos alicientes, el factor x y una de las principales claves del buen hacer de los Clippers se llama Jamal Crawford. El mayor candidato en estos momentos al premio de mejor sexto hombre es una amenaza constante para las caderas de sus defensores. Veremos si D´Antoni se atreve a colocar a Ron Artest frente a un jugador mucho más rápido, listo y talentoso que él. 





En la víspera de la noche de reyes los aficionados al baloncesto nos hemos encontrado con un regalo por adelantado. Se trata del derby de los Ángeles, un duelo que promete ser de cine. 





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