Desandando el camino






“Caminante, son tus huellas el camino y nada más...”

Si en tierras castellanas a alguien, en medio de una conversación sobre el fútbol, el toreo o la vida misma, le da por decir “el poeta”, todos sabrán que éste, el poeta, no puede ser otro que Antonio Machado. Y desde esta estepa salpicada de pequeños oasis y rodeada de vastas montañas a la que cantó el poeta quisiera desearos un feliz año 2013 repasando lo que el 2012 nos dejó en forma de huellas que los vientos del presente intentarán borrar.



Y como este blog pretende ser un pequeño cuaderno donde expongo mi inexperta visión sobre el baloncesto seleccionaré de entre todas esas huellas las que tienen relación con este nuestro deporte. Y de entre ellas, a su vez, rescataré las que fueron producto de acontecimientos improbables, de actuaciones heroicas que sobresalieron, en su momento, sobre la anodina mar de mediocridad en la que nos bañamos habitualmente.



La primera gran batalla baloncestística del año se libró en el Palau Sant Jordi. El Barcelona se presentaba como gran favorito a la cita copera y sin embargo, de la mano de un Llull muy acertado y de un Carroll inspiradísimo el Real Madrid recuperó el trono y nos hizo a muchos, la gran mayoría, madrugar al día siguiente para pedir perdón por menospreciar sus opciones.






Otra copa, la de la reina, coronó a las chicas del Perfumerías Avenida en una mañana de marzo en la que todo hacía indicar que sería Ros Casares el equipo vencedor. Aquel cuento de la cenicienta inauguró una serie de posts dedicados al baloncesto femenino en los que repasamos la confrontación de modelos entre los finalistas de la Copa de Europa, Ros y Rivas, la posterior caída del rascacielos valenciano y también, cómo no, la increíble carrera de la mejor entrenadora de baloncesto que ha conocido este mundo, Pat Summit, a raíz de su retirada de los banquillos como consecuencia del Alzheimer.









Fue durante la primavera, también, cuando hallé el tiempo necesario para repasar acontecimientos históricos y rememorar figuras que deben traspasar el tránsito de las generaciones. Empecé con el cuento que las madres de Philadelphia leen cada noche a sus hijos durante la estación florida y seguí con el legado que la Universidad de Georgetown fabricó durante los años 80 con repercusiones que fueron mucho más allá del simple baloncesto. A su vez, imbuido por el panorama sombrío que se cierne sobre nuestras cabezas, quise comprobar las lecciones que nos dejó el pasado para intentar no incurrir en los mismos errores.












Un 14 de mayo, no como cualquier otro, el Olympiakos se alzó con el título de la Euroliga despertando entre los griegos un sentimiento casi olvidado. Aquel mágico final supuso el prólogo de una mágica sucesión de noches que supuso el fin de equipos mal construidos y tríos para el recuerdo, así como el nacimiento de una rivalidad colectiva y personal que desembocó en la explosión definitiva del jugador más determinante del baloncesto actual, Lebron James, quien reconoció haberse centrado, únicamente, en regresar a lo más básico.











Mientras tanto, en España, un triple mezcla de genialidad y fortuna y una sorprendente zona durante el cuarto partido de las finales, posibilitaron que el Barcelona se hiciera de nuevo con el título de liga. Aquella tarde, como si se tratara de una jornada electoral, todos salieron ganando. Y en realidad fue así porque si el equipo culé engrosaba su palmarés el Real dejaba marcado el estilo que le ha de guiar durante los próximos años. La apuesta es buena. Habrá que ver si ganadora.






La llegada del verano con sus tonos tostados y su calor abrasador me dejó, en lo personal, una fantástica experiencia durante el curso de entrenador que realicé en Valladolid. A nivel más general, por su parte, fue el verano de los Juegos de Londres y sus diecisiete medallas y media. Fue el verano en el que España ganó sin nueve y en el que Estados Unidos prescindió del cinco.








Carentes de fecha de caducidad. Así son los genios sobre los que escribí intentando no dejar en evidencia la distancia que nos separa. Tres grandes pasadores y un brutal finalizador, ídolo, por cierto, del más grande deportista de todos los tiempos, de un Michael Jordan al que también quise rendir homenaje recordando la figura más influyente de su vida, la de su padre.



Regreso al futuro (Magic Johnson)


El camarero (Toni Kukoc)



 



Numerosas horas frente a la inquisitiva pantalla han merecido la pena. La elipse que dibuja nuestro planeta alrededor de la estrella se cierra y en este viaje muchos sois los que me habéis acompañado a través de vuestros comentarios o con una simple visita. Sed felices y pensad que no hace falta que termine un año para hacer balance, que cada día la Tierra gira sobre sí misma, que cada minuto muere una persona a causa del injusto reparto de lo material, como consecuencia de una visión que en un espacio tridimensional quiso colocar al norte por encima del sur, al blanco por encima del negro y al Dios dinero por encima del esclavo amor.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Siempre Navarro





Eran las siete de la tarde y todo estaba preparado en el Palau. El escenario lucía sus mejores galas. Las gradas, repletas de banderas esteladas, anunciaban una enorme orgía de nacionalismo e independentismo catalán. La excusa, un partido de baloncesto contra el máximo rival, el exponente, bajo su prisma, del centralismo y la España dieciochesca de los Decretos de Nueva Planta y el despotismo ilustrado (a lo que contribuía indudablemente la barba de Sergio Rodríguez similar a la que se dejó el Príncipe Felipe en fechas recientes). 



Por suerte, dos horas después, la excusa se había convertido en el acontecimiento principal de la velada y los gritos de independencia se transformaron, de súbito, en la aclamación popular de un héroe desprovisto de músculos hipertrofiados o de la labia de un Cicerón. Para la fortuna del buen aficionado, el baloncesto se hizo con las riendas de la mano (y los pies, los apoyos como no se cansó de repetir Manel Comas durante la retransmisión) de un Juan Carlos Navarro al que todo adjetivo calificativo (en positivo) que pudiera acompañarle resultaría insuficiente.

Se presentaba el Madrid en Barcelona con ganas de batir récords y de poner en apuros al máximo rival de cara a su clasificación copera. Sin embargo, los de Laso volvieron a mostrar sus carencias dejando un regusto amargo en la boca del seguidor blanco para cuya desaparición harán falta mucho más que doce uvas y una buena borrachera. El estilo del Madrid divierte, pero no es el indicado para alzarse a final de temporada con los títulos de mayor importancia. Así, mientras en los dos últimos partidos el Regal ha demostrado poseer condiciones para adaptarse a cualquier tipo de ritmo o marcador, el Real ha quedado en evidencia. Sólo tiene una marcha. Y no tiene juego interior.

Sin intimidación ni rebote defensivo, a la defensa del Real Madrid le queda confiarse a la rapidez de manos, y piernas, de Rudy, Draper o los Sergios. Sin embargo, al saberse desprotegidos, muchas veces se encuentran ante el dilema de apretar y ser rebasados o dar un paso atrás para intentar mantenerse entre el balón y la canasta. No sé si desde las oficinas del club blanco dan por cerrada la plantilla o si aún existen opciones para reforzarla, pero lo cierto es que el equipo necesita un pívot que asegure rebotes atrás y que cambie unos cuantos tiros en las proximidades del aro.

Pero sería injusto seguir hablando del Madrid en una noche como la de hoy en la que el mundo del baloncesto aún sigue rendido a los pies de Navarro. El twitter ardía a eso de las nueve de la noche y las afirmaciones hiperbólicas se sucedían a riesgo de ofender, sin querer, a Petrovic (no dejéis de ver el vídeo a continuación), Gallis u otros mitos del baloncesto continental. Llovían, también, comparaciones con estrellas de la NBA. Quizá nos pudo la euforia, pero qué delicioso sentimiento éste de saberse feliz por el hecho de existir y de poder ver jugar a un ser aparentemente como nosotros capaz, eso sí, de meterle 33 puntos al Madrid en una serie casi perfecta de tiro y con un estilo inigualable que mañana más de un niño tratará de imitar en el parque junto a su casa.



Gracias a Navarro, a su talento y a su amor por este juego, el baloncesto quedó liberado de las ataduras en forma de sistemas y se simplificó hasta el punto de ser infinitamente bello. Sirva esta exhibición para reivindicar que el trabajo en los clubes de cantera se aleje de la geometría de los esquemas tácticos y se acerque al arte más primario de la danza. Primemos, quienes tenemos la responsabilidad de gestionar un mayor o menor talento, los juegos de coordinación, la creatividad y el uno contra uno. A lo peor perdemos el siguiente partido. A lo mejor, quién sabe, el día de mañana la red social que haya dejado obsoleta a Twitter esté repleta de mensajes de adoración y pleitesía hacia uno de nuestros pupilos. Ocurra esto o no, la mera posibilidad hará que haya merecido la pena. ¿O no?

Reflexiones aparte, lo cierto es que una tarde como ésta merece ser recordada. Lo que iba a ser una orgía política para unos pocos devino en un orgasmo generalizado sin posibilidades de exclusión. No está mal sentirse de un sitio e identificarse con sus símbolos y valores. Entiendo, aunque no comparta, a los que hacen de una bandera su patria, o de una patria una bandera. Pero me identifico más, si es que ésta es la cuestión, con los que en la vida o en el baloncesto, son capaces de reconocer el arte a cada paso, el amor en cada rincón y el talento en las manos y los pies de un genio como Navarro. ¿Independencia? Qué sé yo. ¿Navarro? Siempre.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

FELIZ BALONCESTO






No sé si conseguiré explicarme. En realidad convivo con esta duda cada vez que empiezo a salpicar de negro el fondo blanco de mis pensamientos simbolizado por la hoja de papel virtual del editor de texto. De hecho, no sé si hago bien en escribir sobre estas fechas en unas fechas en las que que las propias fechas explican por sí solas nuestra manera de actuar y nos pilotan, sin rumbo fijo, a un paraíso de fingida felicidad o de irreparable melancolía (allá cada cual) del que es muy difícil escapar.

Pero en fin, me arriesgaré. Me arriesgaré, digo, a contaros la desazón y el desencanto que me provoca la sucesión de tradiciones que, ligeras de contenido, seguimos religiosamente mientras nos proclamamos ateos, escépticos o hijos de un dios menor llámese Messi o Justin Bieber. Llámese mejor, porque éste es su verdadero nombre, dinero, eso que según Jules Renard, postromántico francés, nos preocupa haciéndonos, por ello, diferentes a los animales.

Así, y aun asumiendo la omnipresencia de lo material en nuestras vidas, hoy quiero hacer una llamada a la esperanza, un canto sordo repleto de versos que no riman y estrofas que se pierden como gotas en el océano. Y es que no escribo para que me lean o me escuchen. Menos aún para que sigan las cuatro normas que intento poner en práctica cada día y que olvido torpemente mientras desayuno. Hoy las escribo para eso, para recordarlas. Y las hago extensibles como parte de la terapia que sigo en la búsqueda de sentido de este carrusel el que nos vemos inmersos sin, ni siquiera, tener que pagar entrada.

O mejor, no sé qué os parecerá, hago lo que hago siempre y me dejo de divagaciones estériles. Y es que siempre hay una cura para esta clase de males, una receta milagrosa que dibuja en nuestros rostros una sonrisa que bien pudiera ser definida como tonta, aunque en realidad sea la más inteligente de todas. ¿Y qué hago siempre que me peleo con el mundo, las creencias populares o los belenes de cartón piedra? Pues pensar en baloncesto (por ejemplo en estas imágenes). 



Sirve igual, apunten los ingredientes, un partido de élite o una cancha de parque mugrienta con redes dispuestas a contagiarte el tétanos. No sean quisquillosos, tampoco, con el punto de vista. Jueguen, entrenen o arbitren. Sean, por qué no, meros, qué digo meros, grandes aficionados. Critiquen y abucheen. Simplifiquen si es necesario una complejidad a veces artificial, a veces inherente al propio juego. No sean clasistas. Baloncesto es todo. Lo que gusta y lo que no. Laso, pero también Pascual. Individual, pero también zona. Masculino y también femenino. Clasistas no, pero tampoco tontos, que luego te acaban poniendo el baloncesto a la hora del pincho los domingos coincidiendo con los partidos de las autonómicas y claro, luego audiencias a la baja, patrocinadores que se dan el piro, equipos que no pagan los avales y el reconocimiento generalizado de que el fútbol es más divertido (una liga sentenciada en diciembre), más dinámico (90 minutos de los que se juegan la mitad) o más sostenible (si los clubes de fútbol le debieran dinero a los Corleone habría habido más asesinatos en España que en el Chicago de los años 20).

Vaya, parece que con el fútbol me pasa lo mismo que con la Navidad. No creo en ellos, pero se cuelan entre mis letras como esas chicas de una noche a la que mis principios renuncian perdiendo siempre la batalla contra mis instintos. ¿O es que se dejan perder? Bueno, hablaba de baloncesto y ahora paso a hacerlo de BALONCESTO, el que se enseña, se aprende y se olvida para volver a aprender en las etapas de formación, en los cientos (quizá miles, no tengo ganas de comprobar el dato) de clubes que se esmeran cada día en formar a jóvenes que comparten una misma pasión. 



Por suerte no es éste un asunto de productividad y no aparece en la agenda del Consejo de Ministros, aunque siempre se cierna sobre él la sombra de la guillotina, la del recorte por falta de importancia, la del destierro al cajón del olvido. Y sí, modestos podemos llegar a ser, pero el exceso de humildad no debe impedir que se reconozca la función que miles de entrenadores realizan, realizamos, en los patios de los colegios o, si tenemos más suerte, en los pabellones de nuestras escuelas o localidades. Allí, con un balón por medio, con dos aros y unas cuantas líneas, sin envoltorios de regalo ni sonrisas postizas se entremezclan pasiones y sueños con valores fundamentales que todos debemos aprender. Y es que el baloncesto, bien enseñado, practicado con dureza e ilusión, es una auténtica escuela de vida.

Hablo ahora como entrenador para recordar que muy pocos jugadores de los que tengamos el placer de dirigir llegarán a ser profesionales, a hacer dinero con el baloncesto. Aun así tenemos la obligación de enseñarles todo lo que sabemos y de seguir formándonos para que que nuestro bagaje sea cada vez mayor. Eso, en el aspecto deportivo. Sin embargo, habida cuenta de la escasa proporción a la que antes hacía mención, creo que es más importante generar consumidores futuros de deporte en general y de baloncesto en particular y contribuir, al mismo tiempo, a su formación en aspectos tan básicos como el respeto al compañero y los límites a la libertad.

Me conformaría, y ya me despido, si estos chicos siguen pensando de adultos que Navidad, tal y como se entiende en estos tiempos y dado que no hay otra palabra, puede celebrarse cualquier día. Porque Navidad, en cuanto que sinónimo de celebración o fiesta, es también sinónimo de baloncesto. Y el baloncesto, en cualquiera de sus diferentes formas y bajo sus múltiples máscaras, siempre estará ahí para tendernos su mano amiga.

FELIZ NAVIDAD. FELIZ BALONCESTO

Noches de estrellas





En estos días de aproximación al fin de ciclo anunciado por los mayas y a la espera de que algún loco, otro más, actúe amparado por la predicción apocalíptica agarrando un arma o poniendo una bomba (en realidad no les hace falta ninguna clase de motivación) el baloncesto luce su mejor sonrisa. Lo hace gracias a la rebelión de los modestos, a las múltiples propuestas de juego atractivo que vencen y convencen a uno y otro lado del Atlántico y, también, por qué no decirlo, gracias a que sus figuras más emblemáticas se encuentran en un estado tal de inspiración que si les dieran un pincel y les situaran en el Barrio de los Pintores producirían las más bellas obras de arte.

Sirva el ejemplo de Carmelo Anthony, el nuevo ídolo del Madison, de una afición que, viendo al portorriqueño anotar de todas las maneras posibles, añora menos, aunque añora porque ésa es una de sus señas de identidad, a los jugadores que llevaron la camiseta de los Knicks en los victoriosos 70, en los más románticos 80, o en los pragmáticos 90. Así, aunque mucho más ortodoxo y con un rango de tiro mucho más amplio, hay algo en Melo que recuerda a Bernard King. Sobre todo su juego cerca del aro, su capacidad para postear a los aleros menos corpulentos que él. Ahora el número 7 de los actuales Knicks tiene la oportunidad de que la historia, y no la nostalgia, le coloque por encima de todos los fantasmas que merodean sobre la cabeza de los aficionados de Manhattan evocando un tiempo que no fue necesariamente mejor, pero que por ser pasado y por representar otra época, lo puede llegar a parecer. 



Y si los Knicks se están fabricando una gran oportunidad para hacer historia en la próxima primavera, los Heat están circulando bajo el radar tratando de deshacerse de un cartel de favoritos que no ayuda en absoluto a sus oportunidades de revalidar el título. Sin embargo, Lebron James sigue pareciendo cada día mejor jugador. En total control de la situación, de los tiempos y del espacio, al jugador de Akron cada vez le importan menos las estadísticas y más, en cambio, que sus acciones dentro y fuera de la cancha construyan un legado imperecedero a la altura del de los más grandes. Creo que a estas alturas, y a la espera de que engrose su palmarés con más títulos individuales y de equipo, poner a Lebron a la altura de los nombres que a todos se nos vienen a la cabeza no es blasfemar y sí, en cambio, hacer justicia a un jugador que, aun habiendo sido llamado para marcar una época, no lo hubiera podido hacer sin la evolución que ha experimentado a base de duro trabajo.

Si todo va bien, o mal, y no se acaba el mundo, el día 25 Lebron se verá las caras con Kevin Durant. Al 35 de los Thunder le sentó muy mal el saberse inferior a la estrella de los Heat durante las pasadas finales de la liga. Ahora, sin la compañía de Harden, pero con la ayuda de un mucho más silencioso, y eficiente, Kevin Martin, Durant sólo tiene que luchar contra los ataques de ego de un Russell Westbrook que debería admitir, de una vez, que su número de lanzamientos debería ser directamente proporcional a la calidad de ambos.

Con peores porcentajes que los anteriores, el máximo anotador de la liga vive en Los Ángeles y atraviesa por uno de los peores momentos de su carrera. Ello demuestra los infinitos recursos para la anotación que posee un Kobe Bryant desquiciado por la ausencia de dirección de una nave, la angelina, que no sabe bien donde se dirige. Pero poco tiene que ver el récord de los Lakers con las actuaciones, más que buenas, de su estrella. Lesiones, actitudes indolentes y, sobre todo, la poca capacidad de convicción de los técnicos llamados a suceder a Phil Jackson, dan lugar al cocktail perfecto para envenenar a una suegra, pero no, en caso alguno, para realizar el esfuerzo colectivo que se precisa para triunfar en el baloncesto.

Curiosamente, en el extremo opuesto del país, aunque por motivos muy diferentes, las cosas no marchan mucho mejor. Lo decía Doc Rivers: “Ahora mismo somos un equipo de cincuenta por ciento”. Lo decía por los números, pero sobre todo por las sensaciones. Perdida la identidad defensiva que le condujo a un anillo y a disputar hermosas batallas en las cumbres de la liga, a los Celtics les queda el orgullo, la inspiración de Rondo y la fiabilidad de unos veteranos que siguen escribiendo letras de oro a base de sudar y sufrir en los veranos de California. Si Garnett sigue siendo la sombra más temida de los jugadores interiores, a Pierce le basta, y le sobra, con su talento para seguir batiendo récords en la franquicia donde éstos tienen más peso. Con los 40 puntos de esta pasada noche se convirtió en el Celtic más veterano (35 años) en superar dicha cifra sin necesidad de prórrogas. Lo hizo con 16 tiros, con un espectacular 6 de 6 en triples y sin forzar una sola situación. 



La NBA se alimenta de sus estrellas y éstas han acudido a la llamada. Los entrenadores intentarán ahora dibujar esquemas defensivos que limiten su impacto, pero harán falta muchos traps para difuminar la luz que emana de los héroes que iluminan nuestras noches más oscuras de baloncesto de alta, muy alta, calidad. Súmenle a los nombres ya escritos los de Curry, Randolph, Parker, Paul, Griffin, Deron Williams, Ricky Rubio y tantos otros que me dejo y prepárense para disfrutar de unas navidades repletas de momentos para la esperanza. Eso, claro, si los mayas, o los perturbados, nos dejan.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

El espíritu de la bahía





Mientras los viejos rockeros siguen batiendo marcas de anotación (Kobe Bryant, 30.000 puntos, Paul Pierce, 23.000, y Ray Allen, 11º en la lista histórica), dando la batalla bajo los tableros y ganando partidos con triples imposibles, un nuevo espíritu está impregnando la liga. Es el espíritu de la bahía de Oakland, el de los chicos dirigidos por un Marc Jackson, tercer máximo asistente de todos los tiempos en la NBA, que ha conseguido que el juego alegre y dinámico de los Golden State Warriors empiece a plasmarse en triunfos.

El récord actual del equipo, con 15 victorias por sólo 7 derrotas, luce más lustroso aún habida cuenta de las bajas de Andrew Bogut, Brandon Rush y Richard Jefferson. Es cierto, ya lo sé, que las continuas lesiones del pívot australiano impiden hablar de ellas como de una contingencia. Sin embargo, la mera posibilidad de que el jugador nacido en Croacia pueda compartir dupla interior con el versátil David Lee abre una puerta a la esperanza. La sola presencia de un jugador de 2,13 que puede pasar y anotar además de intimidar provocaría un salto de calidad instantáneo en el juego de todo el equipo. Bogut, sin duda, contribuiría a la mejora de los porcentajes de Klay Thompson y Stephen Curry, dos exponentes indiscutibles del baloncesto de la vieja escuela y de cuyo talento es imposible no enamorarse.

Klay, escolta de casi dos metros e hijo del antiguo Laker Mychal Thompson, es la encarnación de la eficiencia en una cancha de baloncesto. Flotando sobre el parqué este joven jugador no realiza ningún movimiento en balde. Su mecánica de tiro, sus bandejas en extensión y sus tiros por elevación representan la mejor ilustración que un libro sobre técnica individual de baloncesto pudiera contener. Sólo un draft fecundo en jugadores de perímetro y un pequeño asunto relacionado con las drogas evitaron que fuera uno de los primeros cinco de la clase en 2011. Sin embargo, si las lesiones le respetan y su ética de trabajo le acompaña a lo largo de toda su carrera, Klay podrá decir, esperemos que dentro de muchos años, que él fue junto a Kyrie Irving el gran abanderado de su generación. 



Fino estilista, gran tirador e hijo de un antiguo jugador de la NBA es, también, Stephen Curry. El eterno ídolo de la modesta Universidad de Davidson y miembro del equipo nacional estadounidense que venciera en el Mundial de Turquía en 2010, ha vencido la batalla ante la plaga de lesiones que le venía afectando en los últimos años. Con sus tobillos en orden a Curry sólo le queda centrarse en hacer magia con su espigado cuerpo demostrándole al mundo que el prototipo de jugador que encabezan Lebron James o Dwight Howard es sólo uno más de los que se abren paso en la mejor liga del mundo, enseñándole al aficionado, y también al niño que empieza a enamorarse del balón, que los fundamentos son la mejor defensa contra las teorías evolucionistas de la selección natural o la supervivencia del más fuerte. 



Estos ingredientes de alta cocina sumados a los siempre profesionales Jarrett Jack, Carl Landry y a la nueva perla de la factoría de North Carolina, Harrison Barnes, deben llevar a la franquicia a una posición de playoff, algo que no experimentan desde aquella hermosa aventura en 2007 cuando consiguieron derrotar en primera ronda a unos Dallas Mavericks que habían estado intratables durante la temporada regular (67-15). Entonces fue la locura, pilotada por Don Nelson, de los Baron Davis, Al Harrington o Stephen Jackson la que devolvió la ilusión a la hinchada. Más lejos aún quedan los tiempos de Chris Mullin y Tim Hardaway, los más remotos aún de Mitch Ritchmond y los casi prehistóricos de Thurmond o Barry. Del anillo de 1975 ya nadie habla por la bahía. Ahora todos lo hacen de Curry y de Klay, de David y Carl, de Harrison y de la vuelta de Andrew, de lo bien que lo hace Mark en el banquillo o de lo bonita que es la nueva camiseta.

Os lo recomiendo. Seguid de cerca a estos Warriors. No os van a decepcionar. Ellos son la mezcla mejor elaborada del viejo y el nuevo basket pues haciendo gala de conceptos casi olvidados como el tiro en suspensión, la bandeja por elevación o el pase extra no se han olvidado de defender y de correr y por eso, claro, además de divertir ganan. Que dure la racha... Que permanezca el espíritu.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Yo vi otro derby... ¿y tú?






Corrían las ocho de la tarde de un frío 9 de diciembre en la Península Ibérica. Twitter ardía a consecuencia de una primera parte demencial en el Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid. Un escandaloso 52 a 58 lucía en el luminoso para el deleite de los aficionados. Algunos, de hecho, empezaban a pedir la dimisión de Pascual, Messina, Maljkovic,... Es decir, el destierro de los grandes gurús defensivos de los últimos veinte años. Obviaban, me parece a mí, que los grandes protagonistas de esos maravillosos veinte minutos de encuentro habían sido, además de los inspirados English y Gabriel, unos colegiados que hincharon artificialmente, con faltas inexistentes en base a un criterio ultraconservador, (para su trabajo que no para el espectáculo) un marcador tan grandilocuente como exagerado.

Y entonces llegó el descanso. Y entonces Laso y Vidorreta debieron contactar con los viejos gurús condenados a galeras por los aficionados y en la charla del descanso hablaron únicamente de defensa. Especialmente el entrenador del Real Madrid que decidió apostar por Draper para defender a Granger pasando a Llull al 2 para defender a English y ordenar constantes ayudas defensivas sobre Germán Gabriel. Resultado: 9-0 en cuatro minutos y medio y tiempo muerto de Vidorreta. ¿Para qué? Para meter una zona 1-3-1 tan agresiva como la voz de Justin Bieber que luego tuvo que transformar en una más ortodoxa 2-3. Estas indicaciones unidas a la concienciación individual y grupal de los jugadores, a la moderación de los colegiados en su actuación y al menor acierto de los jugadores determinaron que el cuarto finalizara con un modesto 14 a 12 que ya no generó tanta pasión entre las masas.

El último cuarto presentó el mismo semblante del anterior. La defensa zonal del Estudiantes, repasada en un tiempo muerto instantáneo (tras un minuto de juego) por su entrenador convirtió las habituales veloces posesiones del Real Madrid en lánguidos movimientos de balón por el perímetro que culminaban con tiros lejanos y en rebotes ofensivos aprovechando uno de los puntos débiles de este tipo de formación. La tradicional voluntad de correr derivó en un control absoluto del tempo del partido jugando, nuevamente, con otra de las flaquezas de estas defensas zonales.

El Estudiantes, por su parte, se estrelló contra una defensa individual que trabajó mucho mejor en la defensa de los bloqueos directos, en los closeouts hacia perímetro y también y, sobre todo, en el poste bajo. Y es que a Pablo Laso no le pagan porque el aficionado se divierta viendo como Germán Gabriel vuelva loco una vez tras otra a sus interiores en el uno contra uno o a English en plan estelar culminando con un triple sin oposición cualquier aseada circulación de balón. No, a Pablo Laso le pagan por ganar y si para ello debe hacer un par de ajustes defensivos y renunciar puntualmente a las posesiones cortas no creo que nadie se lo pueda reprochar.

Por todo ello a mí me gustó mucho más la segunda parte del Madrid que la primera. La que gana 22 a 29 con total control del partido y silenciando a una hinchada que se había apoderado del encuentro durante un segundo cuarto muy caliente que en nada beneficiaba a las opciones victoriosas del Real. Me gustó el Madrid que se confió a la defensa pues sólo de esta manera podrá competir en Europa y contra el Regal Barcelona. Cuando se enfrenten uno contra el otro los dos mejores equipos del país no será una cuestión de estilo y sí de defensa. De ganar. Porque sólo ganando podrá triunfar la filosofía de juego vertical y veloz que propone este Real Madrid. Y para ganar, nos guste o no, hay que manejarse bien en todos los registros. También en los ritmos lentos.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

En los límites del mundo conocido




Escribir para uno está bien, pero no nos engañemos, escribir y que te lean es mejor. Por eso quiero agradecerle a Juan Pedro Núñez la posibilidad de escribir, y que me lean, en su web recientemente actualizada en la que podréis encontrar artículos sobre diferentes temáticas unidas por un nexo común, el deporte que tanto queremos y que tanto nos da. 


Os dejo el enlace a la primera colaboración en este nuevo período y os invito a bucear por las diferentes secciones que www.jordanypippen.com nos ofrece. 


Arvydas Sabonis, en los límites del mundo conocido.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS