El
pasado domingo, mientras el Reino Unido hacía gala de un narcisismo
patológico mostrando al mundo lo extenso, bueno y malo, de su
repertorio musical reciente, me preguntaba si realmente trataban de
vender hospitalidad o si, por el contrario, sólo querían demostrar
lo cómodos que se encuentran en una especie de bloqueo continental
autoimpuesto, lo felices que son en unas islas que geológicamente se
resistieron a formar parte de Europa y que en términos políticos
siempre quisieron navegar aparte.
Mucha
gente en twitter se preguntaba si España, en unos futuribles Juegos
de 2020, podría montar un espectáculo semejante con una antología
de canciones tan espectacular. Y bueno, aceptando que Londres es la
capital mundial de la industria, a años luz de Madrid en términos
cuantitativos, creo que unos cuantos temas de algunos cuantos genios
podrían representar a la perfección la imagen que de nuestro país
ofrecen los deportistas, especialmente aquéllos de quienes no
tenemos noticias hasta que la llama se enciende en el estadio.
Para
ellos, los héroes anónimos, el entrenar cada día es como acudir
puntualmente al Sitio de su Recreo, a esa pista de atletismo, esa
piscina de agua tibia o ese gimnasio de mancuernas oxidadas donde la
nieve, el huracán y el abismo no consiguen suplantar ese halo mágico
que lo envuelve.
“Todo
pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar”. Machado y Serrat lo
saben. Los deportistas también. Y aunque para trasmitir este mismo
mensaje podríamos recurrir también a La Vida Sigue Igual de Julio
Iglesias, prefiero la noción de camino que encierran los versos del
poeta, unos versos que parecen estar inspirados en el trayecto que
termina y comienza cuando el fuego olímpico se consume al final de
unos Juegos, en el inicio de una nueva olimpíada.
No. No
tenemos un canto pacifista tan icónico y estremecedor como el
Imagine (entre otras cosas porque no existe), pero algunas piezas
como No dudaría, Sólo le pido a Dios o una más comprometida aún
Papá, cuéntame otra vez podrían hacer las veces. Y si se pretende
que los Juegos de 2020 sean un canto a la libertad por la que tanta
sangre han derramado miles de inocentes en este país qué mejor que Libertad sin ira para recordarnos, de paso, que no quedan tan
lejos los tiempos de joderse y aguantarse, de callar, en definitiva,
ante el inmisericorde mensaje de un dictador.
Y
aunque nuestro carácter es en esencia mediterráneo, dado que ya
Barcelona rentabilizó en su justa medida la obra maestra de Serrat,
yo prefiero que retumben en el estadio los acordes de Entre dos
Aguas. Dos aguas que para Paco de Lucía representaban la rumba y
las alegrías y que para nosotros, los españoles, bien podrían ser
las del Mediterráneo y el Atlántico, las de un mundo que nos
descubrió y las de unas tierras que un día ya lejano conquistamos.
Si
entre dos aguas se escribe la historia de nuestro país, Entre dos
tierras, éxito y fracaso, perseverancia o abandono, se encuentra
también el deportista cada vez que las dudas le invaden. Por ello, y
como homenaje además a una persona a la que aprecio demasiado (ella
sabe quién es), Enrique Bunbury y sus Héroes del Silencio, no
podrían faltar en tan señalada ocasión.
De
desengaños, amorosos o no, también está hecha la vida del
deportista y qué mejor que Cadillac Solitario de Loquillo para
introducir al espectador en ese campo de sensaciones, de decepciones
y sinsabores, que acompañan al competidor cuando no se consiguen los
objetivos. Y para no alejarnos del rock me quedo con Maneras de Vivir
de Rosendo para identificar esa idiosincrasia tan particular que
define a todos esos locos que abandonan carreras e hipotecan su
futuro a cambio de explorar hasta el último rincón de sus sueños.
Como
critiqué la excesiva duración de la ceremonia de clausura del
domingo, creo que va siendo el momento de lanzar la traca final. Una
traca final que empezaría con el Bienvenidos de Miguel Ríos. Con la bienvenida a ese cruce de caminos donde el mar no se puede concebir,
donde regresa siempre el fugitivo. Pues eso, Pongamos que hablo de
Madrid.
Y así,
sin necesidad de grupos juveniles de dudosa calidad, de Spice girls marchitas o de absurdos homenajes a la talla 36, habríamos dibujado una ceremonia que
daría paso a unos Juegos Olímpicos que de celebrarse en Madrid y
gracias al esfuerzo de todos nosotros, españoles, tardarán en ser
olvidados más de 19 días y 500 noches.
UN
ABRAZO Y MUCHA SUERTE PARA EL PROYECTO MADRID 2020
1 comentarios:
Me encanta :) y estoy de acuerdo con la crítica a esa clausura ostentosa de los ingleses.
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