La
séptima jornada de los Juegos, además de una nueva medalla para
Mireia Belmonte, nos dejó varios finales épicos en el escenario
propicio para ello, el mítico All England Club, el jardín trasero
de la casa de Roger Federer sobre el que éste, cuando llegue el día
de su retirada (que no llegue nunca por favor), paseará a sus hijas
gemelas recordando cada golpe que dio sobre la hierba de la única e
indiscutible catedral del tenis mundial.
El
mismo día en que Michael Phelps sumó una nueva presea a su
abrumador historial olímpico, Roger Federer puso los cimientos para
conquistar el último ocho mil en su particular ascenso a los
altares. Y no quisiera entrar en comparaciones tan estériles como
absurdas pues ambos me fascinan cada vez que pisan una piscina o una
pista de tenis. El americano por sus brazadas casi infinitas, el
suizo por la elegancia que desprende a cada paso y en cada swing.
Los
primeros años de milenio estarán para siempre asociados a estos dos
nombres. También a los de Bolt, Tiger Woods o Lance Armstrong. Todos
ellos superaron récords que parecían inamovibles. Los cinco
atravesaron las alargadas sombras de los que les precedieron. Spitz,
Sampras, Carl Lewis, Michael Johnson, Jack Nicklaus (aunque éste
todavía ostenta el mayor número de majors con 18) o Eddie Mercx se
convertieron de pronto en piezas de museo, en grandes que dominaron
su tiempo, pero que dejaron de ser los mejores con la llegada de
estos nuevos ídolos, de estos nuevos hombres que amparados en mayor
o menor medida en los avances biomecánicos y médicos de los últimos
años han conseguido dejar obsoletas hazañas que en su momento
compungieron el corazón de medio mundo.
Hablar
del talento natural de Federer no significa menospreciar su ética de
trabajo. Decir que va de sobrado no quiere decir, tampoco, que
infravalore al rival. Y, ojo con lo que voy a decir, afirmar que le
debe mucho de lo que ha conseguido a la irrupción de Rafa Nadal no
tiene nada de pretencioso o chovinista. Es la realidad.
Hasta
la llegada del manacorí, Roger Federer arrasaba en el circuito,
ganaba por aplastamiento y porque su tenis era infinitamente superior
al de sus rivales. Ni Ferrero, ni Roddick, tampoco Hewitt, tenían la
calidad suficiente como para discutirle la supremacía. Por entonces
nadie era capaz de determinar si el suizo era o no un jugador
mentalmente preparado. Y en esas apareció Nadal martilleando la
moral de Roger con derechas liftadas que botaban a la altura del
segundo anfiteatro. Fue entonces, al verse pasado una vez tras otra,
al verse superado física y mentalmente, cuando Federer dio una
vuelta de tuerca más en su entrenamiento y decidió que sólo con
talento no era suficiente.
Y
entonces su juego maduró y los partidos igualados empezaron a caer
de su lado. Así sucedió en Wimbledon 2007 doblegando a Nadal en el
quinto set o en ese mismo torneo en 2009 ante Roddick (16-14 en el
quinto) para batir el registro de Sampras. Y algo parecido sucedería también en
el US Open de 2007 con dos tie breaks incluidos frente a Djokovic.
Por eso me extraña que los expertos hablen de una especie de
dificultad intrínseca para resolver los partidos igualados. ¿No
será un nuevo caso de percepción selectiva? ¿No ocurrirá que la
derrota puntual nos queda más grabada en la mente que las repetidas
victorias? Y sí, Federer lloró como un niño tras caer derrotado
por Nadal en la final del Open de Australia. Pero ojo, Federer acabó
por enterrar la carrera de Roddick en aquel 2009 e hizo llorar a todo
un país hace escasas fechas tras derrotar a Murray en la misma pista
central que pisarán ambos el domingo. Esas lágrimas le sirvieron
para crecer. Otros no pueden presumir de ello.
Sus
derechas majestuosas, sus reveses de otro tiempo y sus voleas de alta
escuela son suyas. Propias, privadas e inalienables. Sin embargo,
como bien diría Eddie Felson en un discurso que a muchos cinéfilos
les sonará: “Dime Bert, ¿cómo puedo perder? Tenías razón, no
basta tener talento, hace falta carácter también. Estoy seguro de
que ahora tengo carácter. Lo aprendí en una habitación en
Louisville”. Esa habitación de Louisville en la que Paul Newman
encontró yaciendo sobre el suelo a su amada es para Roger la
Philippe Chatrier de París, la central de Roland Garros en la que
muchos domingos de junio recibió las mayores lecciones sobre
carácter. Las aprendió de ti, Rafa. Y por eso, por esa mezcla de
talento y carácter, Roger será, durante muchas décadas, si no para siempre, el más
grande.
UN
ABRAZO Y MUCHA SUERTE A ROGER FEDERER EN LA FINAL OLÍMPICA
5 comentarios:
"una nueva presea"
QUÉ PEDANTE ERES... ERES UN REDICHO.
jack niclaus?????? GOLF UN DEPORTE?????
JA JA JA JA JA... CON ESAS BARRIGAS
BURGOS
" Sin Navarro no podemos ganar" ... Toma derrota contra Rusia, y con Navarro jugando
Alabanza a Federer y... Toma derrota contra Murray.
Una cosa es coger tres artículos y hacer un post, al alcance de casi todos, y otra cosa hablar de deporte y es ahí donde se ve lo que cada uno sabe ...
Un fan
Da gusto ver a tanto atletas en los Juegos y en especial los grandes, claro.Pero es bonito ver el nivel de muchos ellos. Yo lo paso muy bien
Cómo que el golf no es un deporte? Claro que sí, está al mismo nivel que la petanca,las canicas y el parchis.Cuanta ignorancia
me has censurado un mensaje.eres un facha
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