Finaliza
agosto y con él el tiempo de descanso y de toma de distancia con el
mundo laboral o académico en todas, sus múltiples facetas. En
escasos cinco días tomarse unos minutos para leer volverá a ser una
ardua tarea, tan complicada, casi, como el hallar el entorno adecuado
para pensar y encontrarse con uno mismo.
Por
otro lado, mientras el teletrabajo se va abriendo paso entre las
inercias y apegos del pasado, la reapertura de los centros de trabajo
provocará el reencuentro de los unos con los otros. Todas las
sociedades mercantiles que sobreviven aún a esta crisis, volverán a
funcionar al cien por cien de su capacidad, con altos niveles de
estrés y, a menudo, sin que ningún técnico se haya ocupado,
durante el verano, de renovar los tanques de la paciencia, la empatía
y la comprensión.
No
existen grandes diferencias entre una comunidad laboral y la que
conforman los doce jugadores, el cuerpo técnico, la directiva y el
entorno de un equipo de baloncesto. En el marco de un objetivo común
las ambiciones privadas siempre están al acecho y pretenden aflorar.
Surgen, es inevitable, conflictos de intereses, defensas
inexpugnables de criterios individuales que se anteponen al marco
común de convivencia, a las reglas del juego implícitas y
explícitas que existen en todo grupo humano que se precie de serlo.
La teoría es tan sencilla de formular como difícil de aplicar. El
individuo debe estar al servicio del colectivo pues éste, a través
de numerosos intangibles, le acabará devolviendo más de lo que él
mismo le entregó de forma altruista. Cada uno da lo que recibe,
luego recibe lo que da.
Sin
embargo, este concepto de reciprocidad choca con los principales
vicios en que incurrimos como sociedad y como individuos. No hay dos
varas de medir exactamente iguales del mismo modo que no hay balanza
lo suficientemente equilibrada como para evitar caer en la tentación
de sobrevalorar nuestros esfuerzos al tiempo que hacemos de menos los
que realizan los demás. Somos hijos de la generación que más
protagonismo le ha concedido al YO. Ello, que pretendía convertirnos
en seres más completos y felices, nos ha llevado a conocer la cara
más amarga de la frustración. La incapacidad para relativizar
problemas convierte cualquier simple anécdota en un asunto de vital
importancia. Y dado que reírse de uno mismo, de los problemas o de
todo en general es políticamente incorrecto, me gustaría apelar a
una nueva corriente para la resolución de conflictos que parte de la
premisa con la que titulo este post: “be hard on the issue, soft on
the people”, sé duro con el problema y blando con las personas.
Muchas
personas al mando de grupos o comunidades tienden a pensar que todo
lo malo que sucede en el mismo se debe a la naturaleza eminentemente
nociva de sus miembros. Este pesimismo antropológico conduce a un
abuso del castigo. Sospechan de todo y cualquier movimiento que se
aleje del camino trazado puede ser interpretado como una maniobra
sediciosa. De esta manera, a la hora de atajar los problemas, se
muestran implacables y despiadados. Atacan directamente a la persona
y se olvidan de los múltiples motivos, un fallo en la comunicación
o un posible estado de ansiedad, que pueden haber originado el mal.
De esta manera creen ver reforzada su autoridad, aunque en realidad
lo único que consiguen es desnudar su inseguridad. Esta manera de
actuar, tan común como perniciosa, no consigue atajar el problema y,
sin embargo, ataca directamente al principal activo de todo grupo
humano, las personas.
Por
ello, en esta nueva temporada que comienza, me he propuesto justo
esto, ser duro con los problemas y blando con las personas, combatir
los males que intentarán romper la dinámica de nuestro grupo sin
menoscabar las cualidades de quienes, por circunstancias puntuales y
sin presumir nunca una maldad genuina (más aún en etapas de
formación), los pueden estar generando. Los jugadores son el
principal activo de un equipo de baloncesto, como los trabajadores,
aunque algunos no lo crean, lo son de una empresa. Nosotros,
entrenadores, poniendo siempre por encima el valor del grupo, debemos
conseguir generar el entorno adecuado para que todos, en su nivel,
puedan brillar y enseñar su mejor versión. Vosotros, jugadores,
haced mejores al grupo que luego el grupo, por pura dinámica,
también os hará mejores a vosotros.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS