Crisis, guerra, Juegos





“Cuando tenemos que competir con chicos de fuera es muy complicado”. Estas palabras mencionadas por uno de los ocho becarios españoles (ciento noventa y dos son extranjeros) de la Fundación La Caixa resumen a la perfección el estado en el que nos encontramos como país y como sociedad. Algunos de nuestros prohombres nos dicen adiós entre los habituales halagos al que ya no tiene nada que decir. Mientras, alguno de nuestros parajes más emblemáticos se convierten en campos de cenizas sobre los que la famosa ardilla de Estrabón acabaría abrasada. Poco queda ya de aquella Península Ibérica a la que los griegos quisieron confundir con el jardín de las Hespérides. Y no he buscado que fuera así, pero una tormenta se acaba de posar sobre el cielo de Salamanca queriendo ser partícipe de este tiempo de esperanzas vanas e ilusiones caducas.

Caducas como el ciclo de modernidad y apertura al mundo que se inauguró hace veinte años en la España de la Expo y de los Juegos Olímpicos, del Curro y del Cobi como mascotas de un nuevo período en el que nuestro país estaba llamado a tener mucho que decir. Con el Plan ADO la generación de deportistas dejó de depender del genio y de la calle, para pasar a ser un asunto medido y programado. Por su parte, Barcelona se convirtió en una ciudad referente, en un ejemplo de cómo superar una crisis industrial para convertirse en una de las capitales del mundo más dinámicas y envidiadas. 



Entonces, cortando el viento como la flecha que envió camino del pebetero Javier Rebollo, España empezó a crecer y a situarse en la vanguardia económica y social de Europa. Lo hizo demasiado rápido, generando burbujas de cuya explosión nadie se quiso hacer cargo. Al finalizar el verano las familias se citaban para el siguiente mientras se alejaban de una cala plagada de basura en la que habían convertido aquel sutil regalo de la naturaleza. Porque no nos engañemos, detrás de la miseria económica y la crisis social se esconde una infinita pobreza moral, una falta de principios que en medio del todo parece la nada y que en medio de la nada lo viene a explicar todo.

Ahora, dos décadas más tarde, una nueva cita olímpica se presenta como escaparate de lo que España tiene que ofrecer al mundo. A Londres hemos enviado una delegación de hombres y mujeres enamorados de su trabajo y amantes de la vida y del deporte. Ejemplos, a fin de cuentas, de lo que debería ser y no es en un país, el nuestro, acostumbrado a la cerveza y el vino, a trasnochar y a criticar al cabronazo que le da por trabajar.

Que se celebren los Juegos es una buena señal. En la Antigüedad suponían un pacto tácito de no agresión, la apertura de un período de paz irrenunciable. En la era moderna, por su parte, el que tengan lugar significa ausencia de guerras abiertas y declaradas a escala mundial. No, en cambio, que sigan muriendo seres humanos en descarnados conflictos civiles o que epidemias y hambrunas sigan segando proyectos de vida que en realidad nunca fueron tales.

De momento, y hasta que la crisis se convierta en un elemento más del paisaje, nacer en España es hacerlo en un país occidental con un nivel medio-alto de calidad de vida, es hacerlo en una región del planeta, la templada-mediterránea, especialmente apta para el desarrollo de las especies que el ser humano necesita para sobrevivir. De momento, y antes de que la situación se agrave, los Juegos Olímpicos nos seguirán ofreciendo la oportunidad de disfrutar con los triunfos y las derrotas de cientos de deportistas anónimos que se levantan y acuestan antes que cualquiera y que alimentan sus sueños de renuncias que pocos de nosotros estaríamos dispuestos a realizar.

Inauguro aquí, con este post que habla de todo y de nada, un tiempo para hablar de deporte con mayúsculas, de deportistas que son un ejemplo más allá de lo que indiquen o dejen de indicar sus resultados. Estaré atento a todo lo que pueda suceder con la selección de baloncesto, pero no dejaré de escuchar lo que en forma de sonrisas y lágrimas tengan que decir los que pasaron sus últimos cuatro años entrenando por un sueño. Y es que cada cuatro años el deporte vuelve a ser deporte, cada cuatro años la guerra se dirime según los códigos del honor y del esfuerzo. No dejéis de llorar con este vídeo.




UN ABRAZO Y FELICES JUEGOS OLÍMPICOS PARA TODOS

1 comentarios:

Explorador dijo...

Los Juegos son lo mejor, aunque con tanta mercadotecnia nos los acabarán estropeando también. Nuestra burbuja deportiva también estallará, supongo, y demostraremos de nuevo la diferencia entre nuestra preparación en deportes masivos de élite y el deporte de base. Aún así, tenemos que seguir. Y disfrutar el lado lúdico de la vida, al menos.

Un saludo :)

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