Desde
esta ventana indiscreta que se abre al cielo de Valladolid y a
caballo entre la oscuridad que define a una noche de luna nueva y la
luz que irradian los dos fluorescentes de mi habitación, me he
sentado a escribir, como intentaré hacer todas las noches de esta
semana, la crónica de la primera jornada en el curso de entrenador
de nivel II que organiza la Federación de Baloncesto de Castilla y
León.
Quería
evitar deciros que era temprano cuando sonó el despertador. De igual
manera, poco interés tiene el comentaros que a las diez estábamos
citados con Chechu Mulero, uno de los más grandes estudiosos del
baloncesto en nuestra región para hablar de fundamentos tácticos
colectivos enfocados al ataque. Poco, cuando lo comparamos con los
propios contenidos de una sesión de cuatro horas en las que
empezamos viendo cómo generar una ventaja y, sobre todo, cómo
mantenerla a través del movimiento del conjunto de los jugadores.
En el
baloncesto moderno, con preparaciones físicas tan detalladas y
scoutings tan exhaustivos, hablar de ventaja es hacerlo de milímetros
de terreno o de centésimas de segundo. Del mismo modo y hasta que no
se amplíe el ancho del campo -probablemente aún así-, la
generación de espacios para el juego de uno contra uno o dos contra
dos es una de las cuestiones prioritarias. De ahí que la mayor parte
de la mañana la dedicásemos a estos dos puntos que definirán, sin
lugar a dudas, las características de nuestro juego de ataque.
Finalmente,
tras analizar cuestiones del juego libre por conceptos y tras leer
situaciones tanto de bloqueo indirecto como directo, hemos empleado
unos cuantos minutos a la construcción de sistemas en todas las
versiones recogidas en el manual: sistemas de seguridad universales,
indeterminados o específicos, tecnicismos éstos que alimentan la
visión más científica y analítica del baloncesto, una visión de
la que pretenden vivir numerosos profesionales en los próximos años
y que, a mi modo de ver, complica artificialmente un deporte que se
asienta sobre los principios más instintivos y primarios de la
naturaleza: correr, saltar y lanzar.
Ojo,
apunten antes de lanzar y léanse, mientras, mis argumentos. Está
claro que el jugador debe memorizar gestos técnicos e integrar
dentro de sí, a través de la correcta repetición de los
ejercicios, un “savoir faire” que le dotará de una ventaja
competitiva frente a sus oponentes. Sin embargo, creo que los
entrenadores deberíamos dar más pautas e impartir menos dogmas,
hablar menos de nosotros y más de ellos, los jugadores y verdaderos
dueños de este deporte y es que, amigos míos, en las trece reglas
originales que diseñó Naismith se habla de balones, jugadores e,
incluso, de árbitros, pero en ninguna de sus líneas aparece una
mención a los entrenadores. ¿Seremos, acaso, un mal necesario?
Lanzo
al aire de Valladolid esta reflexión y me recojo. Han sido ocho
horas de bonito, pero duro trabajo, de debates intensos y de
conclusiones pendientes de asentar. Se alargó la sobremesa de la
cena discutiendo sobre el modelo ideal de entrenamiento, sobre lo
oportuno o ético de privilegiar el trabajo de un concreto jugador en
atención a su mayor potencial. En fin, miles de ideas que, seguro,
pasarán una y otra vez por mi mente a lo largo de este sueño que
finalizará en una habitación de una residencia céntrica de una
ciudad, Valladolid, desde la que os escribiré los próximos días
frente a una ventana indiscreta que mira más hacia dentro que hacia fuera. Espero que podáis resistirlo y que
sigáis fieles a este blog tanto como yo lo intento ser a todas
vuestras inquietudes.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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