Sobrevivir
a un dieciocho de julio en Valladolid no es fácil. Y no lo digo por
cuestiones políticas o históricas. Es más, si alguien en esta
ciudad situada en la margen derecha del Duero hubiera querido
resucitar al caudillo en el septuagésimo sexto aniversario del
levantamiento militar, poco después éste hubiera muerto
deshidratado. ¿Hubiera sido necesario resucitar también a Arias
Navarro para que volviera a dar el anuncio? Pues hubiera dado igual.
Habría muerto de una insolación.
Pero
no se trata de hablar de Franco o del calor. Se trata de hablar de
baloncesto y de lo que la tercera jornada del curso de entrenadores
ha dado de sí. Todo empezó, como siempre, a las diez de la mañana
en las instalaciones deportivas del complejo Río Esgueva. Allí,
José Ignacio Hernández, flamante entrenador del equipo campeón de
liga y copa en Polonia nos intentó explicar de manera condensada las
claves que todo técnico ha de manejar en lo que a dirección de
partido se refiere (entre ellas el poder evitar que el equipo rival te meta un triple y te gane el partido cuando ganas por dos y restan pocos segundos).
No nos
engañemos. El partido es la última ratio, el espejo en el que han
de verse reflejadas las horas previas de trabajo. En cuarenta
minutos, personas que no conocen, ni tienen por qué, los métodos
empleados los juzgarán en base a unos resultados que en cierta
medida van a estar condicionados por el rival y otra serie de
circunstancias que rodean al juego. Es misión del entrenador reducir
al mínimo la cuota de improvisación, el número de factores que se
escapan de nuestro control. Sin embargo, no lo olvidemos, el
baloncesto no es ajedrez y cuando movemos piezas no lo hacemos con
alfiles o peones, sino con seres humanos. Y si nosotros no somos
“deep blue”, aquella computadora que osó plantar cara a Gary
Kasparov (y no al revés como habitualmente se piensa) tampoco
nuestros jugadores son máquinas perfectas capaces de percibir y
ejecutar con precisión suiza en atención a estímulos que se
suceden de manera no siempre ordenada.
En
cierta medida, a lo largo de las dos horas siguientes, dedicadas a la
observación del juego o lo que en la jerga más baloncestística se
conoce como “scouting”, aprecié una cierta deshumanización de
nuestro deporte. Y es lógico. El baloncesto profesional no está
para dar palmaditas o para impartir caridad. Hay mucho dinero en
juego y la victoria es el mejor aval para la supervivencia. El
jugador se convierte en un mercenario, en alguien, o algo, que debe
justificar con su rendimiento el sueldo que se le abona a cada
principio de mes (o cinco meses después tal y como están las
cosas). Por ello también ha de ser un estudioso del juego, conocer
al detalle al que va a ser su pareja de baile durante el encuentro.
Pero claro, ante tanto vídeo, ante la minuciosidad del estudio del
rival, a uno le vuelven a llover las ideas acerca del rapto al que se
ve sometido un deporte que, como Elsa, la leona, también nació libre.
Por
fortuna, una larga sesión de técnica individual repleta de detalles
con los que podremos estar más o menos de acuerdo, nos alivió en
cierta medida y nos hizo reencontrarnos con el baloncesto más puro,
el que se alimenta de gestos que generan ventajas, de pequeños
ajustes en una postura que determinan la ganancia de unos centímetros
claves para la consecución de un buen tiro. Allí, en medio de la
sauna en la que se fue convirtiendo el pabellón, discutimos sobre
utilizar los efectos en los pases de exterior a interior, sobre la
medida en que la colocación de la mano puede determinar la violación
por acompañamiento o sobre cómo se contabilizan los avances para
que el árbitro entienda que se ha caminado.
Y
entre dimes y diretes, sesiones más o menos didácticas o
entretenidas, se pasaron las ocho horas de trabajo a las que
acompañamos, por si la dosis no fuera aún la suficiente, con dos
horas más delante del televisor analizando cada detalle del partido
de nuestra selección. Y sí, quizá sean los primeros síntomas de
una enfermedad a las que muchos, desde fuera, pueden denominar
frikismo, pero esto es así. Nos gusta el baloncesto y lo vivimos de
esta manera. Y es más, lo podemos hacer porque al igual que el
propio juego y a pesar de que algún 18 de julio de infausto recuerdo lo
intentara evitar, nacimos libres y libremente esto es lo que hemos elegido.
Baloncesto creo que lo llaman.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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