Es la
una de la madrugada. Lo sé porque me lo indica el súbito sonido de
una campanada furtiva que se ha colado entre el silencio que invade
la noche vallisoletana. Desde aquí, la ventana indiscreta de la que
ya os hablé ayer, me siento como James Stewart en aquella obra
maestra del Hitchcock más genuino. No sólo por mi posición
privilegiada desde la que cualquier domicilio privado se hace público
a mis ojos, sino también porque el mercurio no baja de los
veinticinco grados empapando camisetas y negando cualquier sensación
de bienestar.
Pero
en fin, se trata de estudiar y seguir formándose en el campo que más
nos gusta, el que hemos elegido y el que tantas satisfacciones nos da
hasta cuando el desaliento intenta apoderarse de nosotros como
consecuencia de malos resultados, conflictos mal resueltos o duros
despertares a una realidad, la del baloncesto, que cada día que pasa
me resulta más diversa e inabarcable.
Inabarcable
por lo infinito de sus matices y por la constante renovación a la
que se ve sometida. Es por ello que todos los entrenadores que
imparten lecciones en el curso dejan clara la premisa de que no
pretenden sentar cátedra. Nos piden, casi nos exigen, que
experimentemos, que probemos con nuestros equipos las ideas que
vayamos recibiendo desde las diferentes fuentes en las que bebamos. A
partir de ahí, el propio método del ensayo-error nos irá marcando
el camino. Yo, inevitable verdugo, sólo espero que durante el
proceso no acabemos con un largo listado de víctimas, con una
relación de nombres tan larga como a la que, por desgracia, se rinde
homenaje cada once de septiembre en Nueva York.
Esta
mañana, con los ejercicios que nos proponía Roberto González
como excusa, surgieron interesantes debates sobre la defensa de
diferentes bloqueos indirectos en diferentes lugares del campo y en
atención a las características concretas de los jugadores, sobre la
defensa del pick and roll central y lateral o sobre los, a priori,
simples conceptos de los cambios defensivos y las ayudas. Y el debate
enriquece, es cierto. La oposición de ideas siempre termina
encontrando el atajo hacia un término medio que si no es el ideal
mucho se le parece. Sin embargo, siento decir que muchas veces la
discusión se ha convertido en una especie de sesión parlamentaria
en la que, por turnos, cada cual ha ido expresando su idea con el
único afán de imponerla. Mientras uno hablaba el otro preparaba su
discurso. Así hasta intentar quedar por encima, sin capacidad alguna
de autocrítica o reflexión. Echando todo hacia fuera. Quedándose
con lo mismo que ya tenía dentro. Muchas veces nada.
Ojo,
no todos los alumnos de este curso se dedican a vomitar lo poco o
mucho que ya saben. Muchos escuchan y hablan desde la humildad que
debe definir al ignorante. Porque ignorantes somos todos en un arte que aún
no dominamos. Y es que enseñar baloncesto, tiene tanto de enseñar
como de baloncesto. Y sobre esa tarea educativa, sobre el papel de
líder que le corresponde al entrenador nos habló José Ignacio
Hernández, entrenador del Wisla Cracovia en un “speech” bastante
académico y filosófico sobre las características con las que ha de
contar, o las que debe aprender, todo entrenador. Fue fácil decirlo.
Más aún escucharlo. Será complicado reunirlas pues no es sencillo
ser un buen maestro, un buen psicólogo, un buen preparador, un buen
diplomático, un buen juez y, en definitiva, un buen líder.
Ojalá,
por la buena salud del baloncesto, que salgamos de aquí bien
preparados y con la ambición suficiente como para seguir creciendo
en esta tarea de aprendizaje, formación y entrenamiento. Ojalá que
podamos reunir todas esas cualidades y a modo de hombres del
renacimiento podamos aglutinar en nuestra persona todas las
capacidades que definen a un buen líder. De momento, al sonido de
las dos campanadas, me despido de todos vosotros dándoos las gracias
por seguir ahí después de, con esta, trescientas entradas.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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