No disparen al pianista







El verano, en nuestra cultura de trabajar once meses para intentar disfrutar uno, representa un tiempo para la reflexión, una especie de paréntesis en nuestros quehaceres cotidianos que nos impulsa a viajar, leer y, en definitiva, a redescubrir todas aquellas pasiones que dejamos aparcadas una vez que la infancia llega inevitablemente a su fin.

Lo mismo sucede en el mundillo del baloncesto. Durante el período estival éste se reencuentra con su vertiente más lúdica, la de parques y playgrounds. En estas catedrales del juego individualista y del lucimiento por el lucimiento el jugador de equipo se encuentra fuera de lugar, como una talla 44 en un desfile de moda o como, tirando de tópico, un pulpo en un garaje. Aun así, desde este humilde estrado, me gustaría que las canchas en la calle recuperaran el ambiente que de unos años a esta parte parece haber desaparecido. Me encomiendo a la crisis para que las terrazas y las jarras de cerveza dejen paso a un regreso paulatino del jugador a las canchas. Un regreso, eso sí, que no debe ser repentino y que conviene acompañar con un poco de trabajo aeróbico previo y con un control en el consumo de grasas saturadas.

Pero volvamos a la reflexión, a esa necesaria pausa que nos debemos regalar cada poco tiempo para redefinir objetivos y analizar porqués. Ello, tan necesario en todos los ámbitos de la vida, se vuelve imprescindible cuando a baloncesto nos referimos. Ya sea desde la óptica de un jugador, amateur o profesional, desde la de un entrenador o un árbitro, siempre es oportuno realizar un balance.

Un balance que, por otra parte, no nos puede llevar tres meses. Se trata de identificar las causas, de valorar las consecuencias y de plantear mejoras para ponerse, enseguida, manos a la obra. El jugador debe identificar sus déficits a nivel técnico y táctico y asesorarse sobre la mejor forma para corregirlos. Debe profundizar en el trabajo físico y debe realimentar su deseo no tanto en términos de resultados, como sobre todo en términos de ambición.

El entrenador, por su parte (por la mía), debe aprovechar este tiempo para estudiar y viajar, para conocer nuevos métodos, leer opiniones y observar partidos con la lupa del que ve más allá de lo que todos ven. Debe indagar en nociones que se alejan de lo estrictamente baloncestístico como las pertenecientes a campos como la psicología o la propia filosofía. Toda actividad que le lleve a conocer mejor a las personas en todas sus dimensiones será bienvenida en el proceso.

El árbitro debe reciclarse. No sólo en cuanto al conocimiento del reglamento, sino sobre todo en cuanto a la interpretación del mismo. Viendo partidos y hablando con jugadores acabarán por definir un estilo propio y personal que les identifique convirtiéndolos en únicos e irrepetibles. De esta manera el jugador sabrá, antes de que empiece el partido, cómo actuar y de qué manera dirigirse al colegiado en función de las características de su arbitraje.

Me preocupan los que ya decidieron colgar las botas, los que no se dieron tan siquiera unos días para averiguar si el virus del baloncesto aún seguía pululando por su organismo. Me inquieta el chico (la chica) que interpretó el baloncesto como un problema y no como una solución. En categorías inferiores son varios los chicos que tienen decidido dejar de jugar, muchos los que no conciben el modo de complementar los estudios con el ejercicio y aprendizaje de nuestro deporte. Otros, en medio de fases vitales complicadas, sacudidos por circunstancias difíciles de corte personal, deciden que no hay nada en el baloncesto que les pueda ayudar. Yo sólo les pido, les demando, les exijo, que recuerden a través de las fotografías o los vídeos o simplemente explorando en los recovecos de su memoria, lo felices que se sintieron el día en que anotaron su primera canasta, en el que dieron su primera asistencia o cuando entendieron el valor de una ayuda defensiva, la máxima expresión del trabajo colaborativo que exige el baloncesto, el máximo exponente de esa comunión de esfuerzos que implica jugar en un equipo. Y es que aunque formar parte de una colectividad implica renuncias, lo cierto es que siempre, si se juega con el corazón abierto y la mente despejada, las recompensas son mucho mayores.

Por eso chicos, en ese salón de película del oeste en el que se convierte a veces nuestra vida, recordad la única regla que rige en ese mundo sin ley: No disparen al pianista. No apunten al baloncesto, el único inocente de toda la cantina. 



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Gran entrada!!

A mí no me gusta parar, seguiré intentando estar en forma (tranquilo que no voy a hacer 100kms, de momento je je je) y como aquí no hay playgrounds, intentaré jugar pachangas cuando se pueda.

Me da pena que chic@s jóvenes dejen de jugar, espero que sólo sea un "calentón" y sigan haciendo deporte aunque no estén dentro de ningún equipo. Me parece un error que se lo toman como una obligación.
Un abrazo y buen verano, y por supuesto buen baloncesto.
Arturo

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