Se
evaporan ya las últimas gotas de sudor. Se guardan, hasta nueva
orden, los relojes y las flechas de posesión. Se acerca el verano
con su parsimoniosa melodía y su vestido de colores pardos. Finaliza
el baloncesto de competición y toca hacer un pequeño balance.
Hoy,
20 de mayo, fecha señalada para madridistas (la séptima) y culés (la primera), es también el día
en que han concluido las competiciones autonómicas para todos los
equipos del Club Baloncesto Santa Marta entre los que se encuentran
los dos, el Cadete A y el Infantil, en los que he procurado aportar
mi granito de arena. Se da carpetazo a mi primera temporada en la
categoría regional, a nueve meses en los que, con total seguridad,
me equivoqué más que acerté.
Prefiero
achacarlo a ese mal que se cura con el tiempo del que hablaba Jardiel
Poncela, a esa juventud que luego tanto se añora por lo inconsciente
de sus acciones y lo súbito de sus pensamientos. Algunas situaciones
se me fueron de las manos, algunos chicos no progresaron según lo
esperado y algunos partidos se esfumaron porque al mando de la
pizarra estaba un mal artista que, aunque dibujó lo que quería, no
se debió de explicar bien.
El
equipo infantil peleó con bravura por cada cancha que pisó. Fue
finalista provincial y venció tres encuentros de categoría
autonómica, amén de realizar varios cuartos de mucho mérito ante
equipos superiores en todas las facetas. Quizá algunos rivales nos
quedaron demasiado grandes, quizá la competición no estaba hecha a
nuestra más modesta medida. Aun así me quedo con que ningún equipo
nos sacó de la cancha, con que en todo momento y circunstancia
pudimos realizar nuestro juego basado en las nociones más básicas
del “dividir y doblar” y el “pasar y cortar”, en la formación
por encima del resultado, en la renuncia a colgarnos del aro para
intentar que la derrota fuera menos abultada.
La
espina clavada fue perder un efectivo a lo largo del curso, a un
chico que, aunque desde el principio dijo jugar obligado, no llegó a
conocer las bondades de nuestro juego seguramente porque yo no se las
enseñé. Son estas retiradas repentinas las que más duelen, esos fugitivos adioses los que más dudas te generan.
No sé
qué nos deparará el futuro o en qué lugar del planeta nos situará
el destino, pero estoy seguro de que Mario, Vítor, Héctor,
Fernando, Víctor, Diego, Álvaro, Raúl, Antonio, Aarón (no he
podido separaros ni en esta relación de nombres), Alejandro, Álvaro,
César, Alejandro, Álex, Óscar y Héctor no serán para mí, nunca
más, nombres anónimos que no expresan nada y sí diecisiete rostros
que, transparentes, me dejaron ver todo lo mucho y bueno que hay en
su interior. Sólo espero que con un gesto o unas palabras haya
podido ayudaros, que el día de mañana me recordéis como aquel
chico enamorado del baloncesto que intentó inculcaros todos los
valores que encierra y no como el capullo que os agrandó los balones
y os subió las canastas para alejaros de ese sueño de todo jugador
de mini que es hacer un mate.
Qué
decir de los cadetes, de esos adolescentes en busca de un hueco en el
mundo, tan necesitados de cariño como de un par de consejos a
tiempo. Fue una gran experiencia poder ayudar en lo posible a Nacho
Iglesias, un fantástico entrenador, compartir con él largas
conversaciones de teléfono con este equipo y su progresión como
telón de fondo. Fue, para qué engañarnos, una temporada un tanto
frustrante, por debajo de las expectativas generadas y de las
ilusiones depositadas en una generación que fue cuarta de Castilla y
León en infantiles. Me guardo algunos momentos para el recuerdo. Por
ejemplo aquel emocionante partido en Plasencia en el que uno de
nuestros jugadores me anunció, un par de horas antes del inicio, que
sería el último en unos cuantos meses debido a que debía ser
sometido a un agresivo tratamiento contra un cáncer del que, por
fortuna, está saliendo victorioso. Y cómo olvidar aquellos cuarenta
minutos de Zamora cuando aún soñábamos con meternos entre los ocho
mejores de la región, con algunos jugadores disputando minutos más
propios de un profesional con los ojos inyectados en sangre y las
encías a punto de salírseles por la boca y con otros chicos
sacrificando su físico por el bien de una empresa colectiva que por
momentos, en diciembre, parecía transitar por la senda correcta. Un
punto abajo en la cancha del C.B. Tormes “B” cambió todo el
panorama y nos relegó a competir por objetivos más modestos. Con el
sueño de clasificarnos truncado, al equipo le empezaron a pesar las
piernas y, lo peor de todo, se llegaron a perder alguna de las señas
de identidad que lo hacían único y especial. No sé si se nos acabó
el amor de tanto usarlo, pero en determinados momentos lo que seguro
perdimos fue la fe.
Sin
embargo, y aunque pueda parecer contradictorio, las siempre
inoportunas lesiones espolearon a algunos jugadores. Viajando con
seis o siete efectivos a Valladolid o León, algunos chicos que
venían disputando menos minutos se doctoraron aportando todo aquello
que silenciosamente venían labrando en el túnel del viento de todo
jugador de baloncesto, las sesiones de entrenamiento. Acabamos con
cuatro ante Ponce y estuvimos a punto de vencer. Viajamos con siete a
León y nos partimos el rostro. Los cadetes se dejaron la piel y por
eso no hay lugar para el reproche.
Menos
aún en el día en que jugaron su último partido, un partido jugado
con pasión y en el que nuestros dos capitanes se reencontraron con
el tacto del balón y con el calor de la grada. Puede que esta
generación se reencuentre dentro de dos años, pero lo cierto es que
cada experiencia vivida es única e irrepetible. Cambian los tiempos,
cambian las reglas, evoluciona el juego y, sobre todo, nosotros nunca
volvemos a ser los mismos. Igual que, como dijo Heráclito, no
podemos bañarnos dos veces en el mismo río, tampoco se podrán
repetir las aventuras que esta temporada, ya pasada, nos dejó por el
camino. Nos quedarán los recuerdos fotográficos y los momentos
compartidos. Nos quedará, es lo único, la memoria para que todo, lo
bueno y lo malo, pueda ser revivido en torno a una mesa de café
dentro de unos cuantos años. Gracias, chicos, por el compromiso y la
lealtad hacia este deporte y este club. No dejéis de disfrutar del
baloncesto.
Añado esta foto de ayer con los cadetes. A ver si os van echando un vistazo los ojeadores NBA.
Añado esta foto de ayer con los cadetes. A ver si os van echando un vistazo los ojeadores NBA.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
5 comentarios:
Enhorabuena por un año dando la cara, sea cual sea el resultado, lo importante siempre es el BALONCESTO y si es con jóvenes más.
Abrazos
Muy emotivo, enhorabuena y ánimo para los años que sigan. Disculpa si me quedo en la trivialidad, pero creo que cada vez escribes mejor, y ya el listón quedaba alto de inicio. Sigue así, ánimo con los estudios, y habrá tiempo para alguna pachanga, espero ;)
Ah, y recuerda la definición de éxito de John Wooden. Siempre viene bien.
Un abrazo. Miguel :)
Con la pasión que desprendes por este deporte, seguro que algo les ha quedado. Es importante ganar, pero en esas categorías deben primar otras cosas y creo que tú sabes transmitirlas perfectamente.
Un abrazo
Arturo
Enhorabuena por la temporada Juanjo, a pesar de no conseguir los objetivos no fue mala, y seguro que aprendieron mucho contigo al mando como ya hicimos algunos ;). Muchas suerte para la proxima temporada
Un abrazo tio :)
Muchas gracias a todos. Fue un año muy bonito en el que aprendí mucho tanto del resto de entrenadores, algunos de enorme nivel, como sobre todo de los propios chicos.
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