Por
primera vez en muchos años, tal vez desde que ganaran la Eurocopa de
fútbol en 2004, las calles de Atenas fueron ocupadas por gente feliz
y orgullosa y no por ciudadanos expropiados de su alma buscando
cambiar lo inmutable.
La
final de la Euroliga estuvo secuestrada durante diez minutos por los
entrenadores. El primer cuarto lo ganaron los equipos técnicos y los
encargados del scouting. Las defensas se anticiparon a todos los
movimientos de los ataques dejando que el balón circulara por las
manos menos diestras como queda reflejado en el 10-7 del primer
parcial.
En el
segundo cuarto, mientras el ataque griego, falto de ideas, seguía
viendo el aro como el agujero por el que se introduce un pequeño
pendiente, Teodosic se apoderó del encuentro para poner al CSKA
catorce puntos arriba al descanso después de una magistral secuencia
de tres triples consecutivos. Aquello, que parecía la sentencia, se
convirtió en un arma de doble filo para los rusos. Cuando hizo falta
la colaboración de más gente el base serbio se encontró solo.
Había dejado de jugar con los compañeros. Le perdió su narcisismo.
Su juventud.
En el
tercer cuarto todo se igualó. El baloncesto se volvió más fluido y
el CSKA parecía encantado de haberse conocido. Anotaba de todas las
formas posibles y no le importaba que Olympiacos le devolviera las
canastas en su propio aro. Con una ventaja de quince puntos y con los
mejores jugadores sobre el parqué no había nada que temer.
Pero
nunca hay que subestimar a un equipo entrenado por Ivkovic. Tampoco a
un conjunto griego que, tras la crisis económica del país, se
refundó sobre las viejas cenizas del anterior modelo basado en la
contratación de estrellas y jugadores mediáticos. Ahora la camiseta
era defendida por griegos, por griegos de verdad, descendientes de
quienes habitaron la península en el pasado, más espartanos que
atenienses, más hijos de Leónidas que de Sócrates. Fue la
remontada de ayer, 18 puntos en 12 minutos, una prueba digna de
Heracles, una gesta alejandrina. Papanikolau dijo “podemos” y,
cual Bucéfalo, todo el equipo se montó sobre sus hombros para
intentar la gesta.
Para
entonces el equipo ruso había dejado de jugar al baloncesto, se
había confiado a la inspiración de Teodosic y a lo que pudiera
barrer Kirilenko. Los balones sueltos, los rebotes y los triples
empezaron a caer del lado griego. El miedo a ganar de los rusos
atenazó sus muñecas y paralizó sus piernas. La posibilidad de
vencer, de remontar y dejar un episodio para la historia, movió a
los chicos de Olympiacos a pelear el partido hasta el último
segundo. Lo hicieron por su afición, la que nunca les abandona
aunque esta vez sólo tuviera que atravesar el Estrecho de los
Dardanelos. Lo hicieron por un país intervenido que sólo se siente
libre cuando juega al baloncesto.
Libres,
también, son los tiros que se realizan a 4,60 metros del aro sin
oposición. Los que de punto en punto pueden marcar el devenir de un
encuentro. Aquellos que se realizan siempre bajo las mismas
condiciones de ausencia de viento y rival y a la misma distancia.
Pura repetición. Eso, claro, si no piensas en lo que significan.
Pensaron Kirilenko, Teodosic y Siskauskas. Fallaron. No lo hizo el
inconsciente Papanikolau. Acertó. Puso a uno a su equipo y tras los
tiros libres fallados por el lituano, Spanoulis cogió el balón y
tras driblar todo el campo en menos de cuatro segundos dobló la bola
para que Printezis, otro griego al que le delatan sus facciones,
anotara un pequeño “floater”, una sutil suspensión a una
mano que acabó entrando y dándole la segunda Euroliga a un equipo,
el ateniense, que desde los años 90 se encuentra en la élite
continental.
La
remontada nos dejó un buen sabor de boca. Arregló un partido
gobernado por los entrenadores y disimuló las carencias técnicas y
de talento de muchos de los jugadores sobre el parqué. Los primeros
minutos nos enseñaron que es necesario ampliar el ancho de la pista
e introducir la técnica por tres segundos defensivos. Los últimos,
que el baloncesto, se juegue con las regles que se juegue, es siempre
un deporte apasionante, la vida en una pequeña maqueta, un sueño (a veces pesadilla) de
cuarenta minutos.
Si
Andrés Montes hubiera narrado la última canasta de Printezis estoy
seguro de que hubiera dicho dos cosas. Una, que la vida puede ser
maravillosa. La otra “que viva el basket”. Yo me permito añadir,
estimado Andrés, “que viva Grecia”, ese país en el que nació
la filosofía y en el que se puso la semilla de la democracia. El mismo
que hoy se encuentra en la UCI por el simple hecho de que los
partidos de la economía se juegan al juego de los políticos y no al
de los hombres de verdad. Al baloncesto. (No os perdáis este vídeo, aunque no se vea nada se siente todo).
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
4 comentarios:
a ti estudiar derecho, te viene bien para escribir
¿no?, es que como no se te nota ni eso jajjaa, es ironía, vaya crónica
Una fina ironía, desde luego, escrita pulcramente y con la elegancia que requiere la misma.
Buen post, Juanjo. No te disminuyas por críticas de desconocedores del punto y seguido y las mayúsculas, y sigue escribiendo. Un saludo :)
Miguel
Tú lo has dicho, el juego de los hombres de verdad. No el de los de políticos. Se necesitan otros valores, más puros y sinceros, para ganar en el baloncesto que para vencer en el juego de los mercados.
NCAA Fan
los partidos de la economía se juegan al juego de los políticos y no al de los hombres de verdad
Qué pedanteria....
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