Uno de
los muchos vagos recuerdos que conservo de mi infancia es el de Pepe
Navarro presentando “Esta Noche Cruzamos el Misisipi” (lo veo ahora y no me explico cómo no he podido borrarlo de la cabeza).
Probablemente por ello, éste fue el primer nombre de río que
aprendí. Bueno, éste y el del Hoang-Ho, el Río Amarillo, que por
la similitud fonética que presenta con mi nombre me condujo a ser la
diana de todo tipo de bromas.
El
Misisipi, al menos desde el siglo XIX, se ha caracterizado por ser
una especie de frontera natural en el interior de los Estados Unidos.
En la época de expasión hacia el oeste esta masa de agua marcaba el
inicio de lo desconocido, de ese fantástico e inexplorado mundo
repleto de oro y metales preciosos al que se referían las leyendas.
Ahora, en medio de un mundo globalizado, este río sigue desplegando
su efecto barrera dividiendo dos concepciones, dos formas distintas
de entender el baloncesto que tarde o temprano acabarán
colisionando.
Quienes
desde Europa critican el baloncesto NBA suelen partir de un argumento
falaz. Hablan de él como si se tratara de uno solo, como si todos
los entrenadores fueran hombres de un único libro. Olvidan que
Estados Unidos es un país con dimensiones continentales en el que en
cada valle, en cada cuenca, se concibe la vida de una manera
distinta. Y como la vida, también el baloncesto. Dado que es
imposible descender a ese nivel de detalle, poner la lupa en lo que
se cuece en cada gimnasio, me conformaré con discutir las
diferencias que existen entre las características del juego que se
disputa en una y otra conferencia de la mejor liga del mundo.
Esta
diferencia sienta sus raíces en los años 60, una década en la que
los Lakers y los Celtics se enfrentaban año sí y año también en
las finales de la liga en una lucha por algo más que un campeonato.
Así, mientras los Lakers acumulaban estrellas como si fueran cromos
(Jerry West, Elgin Baylor, Wilt Chamberlain,...), los Celtics se
ponían en manos de Red Auerbach para que éste conformara un equipo
desprovisto de egoísmo al servicio de un objetivo común.
En los
años 70, los del “vive y deja vivir” y el “haz el amor y no la
guerra” las diferencias se recrudecieron. En medio de una década
calificada por los historiadores del juego como oscura, los Blazers
de Luke Walton se erigieron en una especie de antorcha. Mientras, en
el este, de nuevo los Celtics, ahora sin Russell pero con Cowens, se
imponían en dos finales tirando de épica y corazón.
Este
choque de estilos experimentará una tregua durante los gloriosos
años 80, en la para muchos, época dorada del baloncesto NBA. En
ambas conferencias, a uno y otro lado del país, se sucedían los
partidos por encima de los 200 puntos, las transiciones vertiginosas
y las defensas con la mirada. Descansar en defensa para lucir en
ataque. Así funcionaban la mayor parte de equipos y en esa batalla
exclusivamente ofensiva se impusieron los equipos con mayor talento,
los que dominaban la zona y quienes tenían a los mejores clutch
players. Ganaron los Lakers porque tenían a Magic, Worthy y Kareem.
Ganaron los Celtics porque tenían a Bird, McHale y Parish. Ganaron
los Sixers porque tenían a Erving, Cheeks y Malone. Ganaron los
Pistons. Ay no, perdón, que aquí cambió la historia.
No es
que anduvieran cortos de talento los Thomas, Dumars, Aguirre o
Laimbeer. Lo que ocurre es que fueron ellos los primeros en
transformar los partidos en una pelea de barra de bar. Poco hubieran
podido hacer los Bad Boys contra los últimos coletazos de los Lakers
del Show Time o contra los primeros pasos del equipo llamado a
dominar la década de los 90 de haber puesto sobre la mesa las mismas
armas. Así, a base de dar primero y preguntar después, jugando
posesiones de 24 segundos y confiándose a la inspiración de Isiah
Thomas los chicos de la Motown pudieron ganar dos anillos.
Los
sucesores de los Pistons fueron los Bulls y si por algo se
caracterizó aquel equipo de Chicago fue, además de por contar en
sus filas con el mejor jugador de todos los tiempos, por su aguerrida
defensa. Con Pippen apretando siempre al encargado de subir el balón,
los Bulls de los tres primeros anillos presionaban en toda la cancha
después de canasta y tras tiempo muerto. Con ello, más allá de
robar balones, conseguían retrasar el ataque rival obligándolo a
realizar tiros de bajo porcentaje. En todos los anillos previos a la
primera retirada de Jordan, los que van desde 1991 hasta 1993, los
Bulls vencieron en la final a conjuntos cuya filosofía de juego
recordaba aún a la de los años 80. Lakers, Blazers y Suns
triunfaron en el oeste, pero poco pudieron hacer ante un estilo de
baloncesto que poco a poco iba cobrando prédica al este de los Apalaches como confirma el creciente prestigio de entrenadores enseña
del catenaccio como Larry Brown, Pat Riley (sí, el que después de
dejar Los Ángeles se cae del caballo y empieza a practicar un
baloncesto en las antípodas del “show time”) o Jeff Van Gundy.
En el
período finisecular, y también en el siglo XXI, sólo un equipo,
tejano para más señas, se equivocó de conferencia. Me refiero a
los San Antonio Spurs y al juego controlado que practicaron durante
sus cuatro anillos enseñando, desde dentro, cómo el modelo de
defender primero y atacar después es el más apropiado para
conseguir títulos. Echando la vista atrás, si tomamos como
referencia el año 1991, nueve anillos fueron a parar a la
Conferencia Este y doce a la Oeste. De estos doce cuatro fueron de
los Spurs, un equipo que, como apuntaba, se impuso gracias a un
estilo más propio del este. Asumiendo, que es mucho decir, que los
Lakers de Phil Jackson, Los Rockets de Tomjanovich y los Mavericks de
Carslile ganaron jugando con el modelo propio de su conferencia, la
realidad es que 13 de los 21 títulos que se dirimieron en este
período cayeron en las manos de un equipo del este fuerte en defensa
o en las de unos San Antonio Spurs que, bajo esta misma premisa,
sentaron las bases de una irrepetible dinastía que todavía puede
ver ampliado su palmarés en breves semanas.
De
vacío se fueron los Kings de la tortilla de patata y el tocata de
pilas (qué genial Montes), los Blazers de Mike Dunleavy, los
Mavericks de Nash, Nowitzki y Don Nelson y los Lakers de los Cuatro
Fantásticos. Cuatro equipos que o no pudieron, o no supieron, o no
quisieron defender. Sus ataques nos dejaron madrugadas de ensueño, pero ya se sabe, no fue hecha la gloria para los vencidos.
Nos
guste más o menos. Nos identifiquemos o no con el estilo de juego,
lo cierto es que el baloncesto del este ha demostrado ser el más
efectivo. Y yo, aunque fui un enamorado de los Kings, también me
identifico más con sus claves e ideario. Con la pureza del
baloncesto que se disputa a orillas del Atlántico. Al este del río Misisipi.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
2 comentarios:
Gran post Juajo, como suele ser habitual por tu parte!!!
Yo me quedo con el juego desplegado por mis Bulls, pero con un matiz. El juego desplegado por los equipos del Oeste donde se jugaba a meter dos más y ganaba el que más talento tenía me encantaba sobremanera
Un gran artículo... Pero hay algo que, como adorador absoluto de la filosofía de juego de aquellos Kings, no puedo callarme...
Los Kings no fueron campeones en el 2003, en el cual fueron el mejor equipo de la liga durante todo la temporada, porque se lesionó Chris Webber en la segunda ronda de playoffs contra los Mavs. Ese año estoy seguro de que hubieran sido campeones... Eran muy superiores a todos los demás, pero tuvieron muy mala suerte.
Saludos.
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