Son
muchos los títulos de película que se asoman por mi mente para
simbolizar el impacto que ha supuesto el conocer la desaparición del
Ros Casares, actual campeón de Liga y Copa de Europa en categoría
femenina.
En
primer lugar me acordé de aquellos dos jóvenes enamorados de la
botella que intepretaron a la perfección Jack Lemmon y Lee Remick en
la película dirigida por Blake Edwards Días de Vino y Rosas.
Toda una alegoría de la perdición, de la erosión de los valores a
cambio de un placer más instantáneo y frugal que después termina
convertido en tormento.
Poco
después empecé a pensar en José Coronado y en su magnífico papel
en No Habrá Paz para los Malvados y junto a su rostro
se dibujó otro, el de Carme Lluveras, la general manager de Ros, una
mujer que, en sus viajes por las diferentes canchas de la geografía
española, encarnó a la perfección el papel de la bruja de
Blancanieves.
Tampoco
desentonaría para la ocasión aquella película de 1956
protagonizada por el siempre viril Humphrey Bogart. En ella un
periodista es contratado con el único fin de hacer popular a un
boxeador, Toro Moreno, a quien pretenden hacer creer un campeón
mientras amañan todos sus combates. ¿Cómo se llamaba? Ah sí, Más
dura será la caída.
Y no,
no quiero decir con esto que el leve pero intenso transitar de Ros
Casares por la élite del baloncesto femenino español haya sido una
crónica de una muerte anunciada, una obra malvada o simplemente un
tocomocho. Todo lo contrario. En estos trece años en los que el
antiguo Godella ha estado presidido por Francisco Ros sus aficionados
han disfrutado de estrellas deslumbrantes, de un juego muy atractivo
y, sobre todo, de trofeos hasta decir basta.
Pero
ganar no siempre es suficiente y a Ros le ha faltado estilo, eso de
convencer además de vencer, aquello que los ingleses llaman “flair”.
Flair y, a veces, fair play. Si bien es cierto que poderoso caballero
es Don Dinero, Ros Casares ha echado en falta el asesoramiento de un
buen banquero. No porque no hayan hecho buenas gestiones, que sí,
sino por la falta de elegancia de alguna de sus escaramuzas en el
mercado. Para Ros Casares fichar siempre tuvo un doble sentido:
reforzarse y debilitar. Así, fiel a la cita de todos los veranos, el
equipo valenciano se llevaba para la costa levantina a todas las
jugadoras determinantes de los equipos que se atrevieron a poner en
solfa su hegemonía.
Aun
así, pese al recelo con el que miramos, por éstas y otras
triquiñuelas, los aficionados de Perfumerías Avenida al equipo
valenciano, lo cierto es que ayer fue un día triste para el
baloncesto. La crisis económica nos está conduciendo hacia un
equilibrio a la baja en un proceso en el que los cadáveres se
acumulan en las cunetas. El baloncesto, para nuestra desgracia, es
dentro de un barco repleto de mujeres y niños, el más viejo del
navío, un hombre al que nadie le ofrecería un bote, ni siquiera un
flotador. Sólo la NBA, poderoso galeón, se mantiene firme en pleno
temporal gracias a lo consagrado de su producto y a su constante afán
de renovación. Mientras, en España, la ACB está tocada de muerte y
otros campeonatos, más modestos, como la propia liga femenina,
tienen dada una certera estocada.
De
esta mala noticia me quedo con el hecho de que Ros Casares mantendrá
su estructura de cantera. Ojalá el día de mañana puedan jugar en
Valencia las mejores del mundo sin necesidad de sacar a relucir la
chequera. Ojalá que los futuros éxitos pasen por un modelo basado
en la enseñanza y no en castillos en el aire sujetados sobre ese
efímero pilar que puede llegar a ser un fardo de billetes de
quinientos.
Finalizado
el entierro toca mirar al futuro y enarbolar la bandera de un modelo
de baloncesto basado en el trabajo diario con esas niñas que aún
miran con la inocencia de quién no ha sido corrompido por la
infectada noción de la propiedad. La misma que llevó a Ros por el
sendero equivocado.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS