Nunca el “The Star-Spangled Banner” había sonado tan pachanguero como en la noche de ayer en Nueva Orleans. Incluso los propios miembros de “The Fray” parecían avergonzados por su actuación delante de todo el país. Afirman, algunos de los presentes, que de no ser por la letra nunca hubieran imaginado que se trataba del himno nacional de los Estados Unidos de América del Norte. Por suerte, toda la improvisación terminó en ese preciso instante. A partir de ahí habló el baloncesto en su estado más virginal. (Como el vídeo que he subido no tiene un audio demasiado bueno podéis comprobar cómo sonaba esta versión del himno, aunque no lo recomiendo, pinchando aquí).
Teague, Lamb, Kidd-Gilchrist, Jones y Davis por los Wildcats de Kentucky. Taylor, Johnson, Releford, Robinson y Withey por las Jayhawks de Kansas. Miles de camisetas blancas y azules. Otras tantas azules y rojas. Calipari y Self de pie delante de sus banquillos para vivir la revancha de la final de 2008 en la que el segundo, el Head Coach de Kansas, se impuso al primero cuando éste aún dirigía a los Tigers de Memphis (con Derrick Rose al mando).
Ritmo vertiginoso. Lo esperado por parte de Kentucky, uno de los equipos mejor preparados físicamente de la historia del baloncesto universitario. Kansas entró en el juego y sufrió un primer parcial en contra que le situaría a remolque para todo lo que restaba de partido. Las transiciones se sucedían y en ese juego Kidd-Gilchrist sacó el máximo rendimiento a su juego, el de un alero atlético y luchador que aún tiene que depurar muchos de sus movimientos.
Los árbitros contribuyeron permitiendo que las manos volasen sobre el parqué del Superdome imponiendo un criterio NBA que facilitó la lucha por los balones sueltos y, también, el que los porcentajes de tiro en torno al aro se volviesen casi ridículos. Sólo así se explica que el mejor jugador de la nación y futuro número 1 del draft acabara con 1 de 10 en tiros de campo. Bueno, sin olvidar la enorme labor del 7 pies blanco, Jeff Whitey, antiguo central de Volleyball reconvertido a excelso intimidador en baloncesto.
Terrence Jones y Thomas Robinson libraron su particular lucha en el poste bajo. El zurdo de Kentucky demostró poseer un envidiable dominio de su mano derecha, pero fue el ala pívot de Kansas el que venció en la batalla individual. Alimentado por el deseo de conseguir llegar a la NBA para hacerse cargo de la custodia de su hermana pequeña tras el fallecimiento repentino de su madre, Thomas Robinson es un jugador con alma. Podríamos hablar horas de sus movimientos de cara al aro, de sus reversos para gancho con ambas manos o de su capacidad para finalizar tras recibir el contacto y, sin embargo, estaríamos obviando su principal fuerza, la fortaleza mental que le hace creerse superior a todos los rivales.
Como muchas veces ocurre, cuando el foco está puesto en lo que puede suceder bajo los tableros, el partido se resuelve desde el perímetro y viceversa. Fueron Marquis Teague y, sobre todo, Doron Lamb los que con sus triples decisivos castigaron una defensa de Kansas que defraudó, en cierta medida, por lo conservadora que fue. Para que os hagáis una idea Doron Lamb es una especie de Ben Gordon, un tirador sin escrúpulos que se crece en los momentos de presión.
Así, con todos estos ingredientes, ya os podéis imaginar que Kentucky se ha hecho con el título sin mayores dificultades. Es más, así parecía cuando a falta de diez minutos rondaban una ventaja de quince puntos mientras la CBS rotulaba que la mayor remontada en una final la había protagonizado la propia Kentucky en 1998 frente a Utah siendo ésta de sólo diez puntos. Pero Kansas no dio su brazo a torcer. Los aleros de los Jayhawks intensificaron la presión en las líneas de pase y el uso de las manos fue cada vez más flagrante ante la pasividad arbitral. Así, poco a poco la brecha se fue reduciendo hasta colocarse en seis puntos a falta de poco más de dos minutos. Y entonces un balón suelto pasó rodando por delante de la defensa de Kansas en lo que parecía que iba a ser un robo con canasta cómoda en el otro aro. Pero este balón nunca llegó a las manos de un jayhawk y sí lo hizo, en cambio, a las manos de un wildcat. No hubo momento estelar en Nueva Orleans. Pero sí un justo campeón.
Kentucky. Rotación de seis jugadores. Tres freshmen, dos sophomores y un senior saliendo desde el banquillo. Cinco futuras primeras rondas del draft. Muy poco tiempo para construir un equipo, aunque eso sí, con los mejores cimientos. Un pívot que recuerda a Bill Russell, aunque lo comparen con Kevin Garnett. Anthony Davis cazó 16 rebotes, puso 6 tapones y repartió 5 asistencias. Dominó el partido sin ver aro. Como el mítico 6 de los Celtics. Como nunca hicieron otros que se anunciaban como los mesías. Y si Davis dominó el encuentro fue Lamb el que lo ganó metiendo los tiros que enfriaron la reacción de los chicos de Kansas.
Venció, también, el baloncesto ofensivo, una manera de entender el juego que en gran medida choca con los estándares más tradicionales no sólo por el estilo, agresivo y veloz, sino sobre todo por la filosofía de un programa, el de Kentucky, que apuesta por reclutar a los mejores jugadores de instituto del país a sabiendas de que éstos volarán después de un único año. Se pierde, así, la idea del entrenador formador y educador. Se concibe la temporada con planteamientos de equipos profesionales. Dicen que Bobby Knight se está tirando de los pelos, que no puede asimilar que este modelo dé sus frutos. Pero más allá de filosofías y prejuicios no conviene olvidar la encomiable labor de John Calipari a la hora de fabricar un sentimiento colectivo que ha dado como resultado una de las mejores defensas de la historia del baloncesto colegial. Te guste más un modelo u otro el mérito de Coach Cal es indiscutible. En Kentucky lo saben. Por eso la Blue Nation celebra hoy el octavo título de su historia, el que les coloca a tres de la única universidad que les supera, la UCLA de John Wooden.
UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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