Desde el reprobamiento de César a Pompeya sabemos que la mujer del César además de ser honesta debe parecerlo. Por la tradición popular puesta en boca de Groucho Marx que “detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”. Y por Lord Byron y su frase “cuanto más conozco a los hombres, menos los quiero; si pudiera decir lo mismo de las mujeres me iría mucho mejor” que no hay placer inocuo.
Mucho se ha escrito también sobre las mujeres de los jugadores de la NBA. De muchas conocemos sus nombres. De otras, como las tres mil amantes de Wilt Chamberlain, por fortuna no. Una de ellas, Adriana Lima, quiso darle la razón al maestro Jacinto Benavente cuando afirmaba: “Bien sé que, por lo regular, las mujeres aman a quienes lo merecen menos. Las mujeres prefieren dar limosnas que entregar premios”. Seguramente Jacinto Benavente dijera esto después de alguna decepción amorosa, pero el hecho de que la modelo brasileña contrajera matrimonio con Marko Jaric, un jugador que aun prometiendo mucho se quedó en nada, te hace reflexionar.
La mayor parte de estrellas de la NBA son precoces a la hora de contraer matrimonio. Unos se casan con su novia de toda la vida a la que conocieron en el instituto o en la Universidad. Otros, la mayoría, sucumben rápido ante la tentación en forma de mujeres despampanantes con la que se cruzan una vez que se convierten en famosos. Después, salvo excepciones, estos idilios terminan en divorcios millonarios. Uno de los más sonados fue el de Michael Jordan. Inexplicablemente enamorado de Juanita, una mujer con escaso atractivo aparente, diecisiete años de matrimonio tocaron a su fin por el precio justo de 168 millones de dólares. No tengo la menor duda de que a Juanita Vanoy, al igual que a Sabina, le sobraban los motivos para demandar al que fuera su esposo (es por todos conocida la ludopatía de Jordan), pero es éste un caso que se repite y del que muy pocos se libran.
Pero no era mi objetivo incidir en un modo de vida, el de los jugadores de la NBA, que ha conseguido fusionar, cual estilo musical, lo mejor, o lo peor, de las tradiciones afroamericanas y europeas en lo que se refiere a los conceptos de compromiso y promiscuidad. Y es que entre dimes y polvetes, entre tanta bacanal descontrolada, irrumpe un modelo distinto, el de los matrimonios entre los entrenadores y sus esposas.
La mujer del entrenador es como una navaja suiza (denme un segundo para explicarme antes de mandarme a la hoguera). Es madre y esposa. Es experta en su trabajo y tiene nociones básicas de fisioterapia y psiquiatría. Aunque suelen tener la edad de una “mujer desesperada” o de una de las chicas de Sexo en Nueva York su concepto del amor y de la sexualidad las acerca más a la figura homérica de Penélope. Sin necesidad de tejer, y destejer, su sudario cada noche, son fieles a sus maridos (y viceversa) pese a que éstos permanezcan largas temporadas lejos del hogar.
Más ardua es, aún, su labor, cuando el hombre regresa al nido sin presa entre el hocico, cuando las cosas no funcionan sobre el parqué y la sutil diferencia entre un tiro que entra y otro que se sale lleva a los entrenadores a cuestionar su verdadera valía. Aunque pueda parecer lo contrario, no todo se soluciona enviando a Karanka a hablar con los medios o cargando contra los árbitros. Los miedos, las preguntas sin respuesta y la incertidumbre siguen ahí. Es entonces cuando más grande se hace la figura de la esposa, la de una mujer que, sin necesidad de renunciar a sus propios sueños, ayuda a hacer más factibles los de sus maridos. Sirvámonos, si no, de algunos ejemplos.
Kristen y Glenn Doc Rivers llevan casados desde 1986. De su matrimonio han florecido cuatro hijos con enorme talento para el deporte, un talento que con casi toda seguridad proviene de la mezcla genética tan explosiva de la que proceden. La propia Kristen, dotada de poderosos rasgos nórdicos, reconoce haber escuchado comentarios racistas durante su noviazgo en la Universidad de Marquette. Pero el amor venció a la intolerancia para dibujar una de las estampas familiares más envidiables de toda la liga. Es habitual ver a Kristen en la fila 1 del Boston Garden leyendo alguna novela mientras su marido se estruja los sesos para sacarle partido a una de las plantillas más envejecidas de la liga.
Scott Brooks siempre recordará la fecha límite de traspasos de 1995 cuando en el descanso del partido que disputaban los Houston Rockets y Los Ángeles Clippers le anunciaron que había sido traspasado a los Dallas Mavericks. Desde entonces, para evitar este tipo de situaciones, la hora límite de traspasos es a las 15 horas en la Costa Este. Sólo Sherry, su esposa, pudo consolarle ante una situación tan estrambótica como aquella. Brooks se enteraba de esta manera de que tenía que dejar de jugar para el equipo campeón y hacer las maletas para pasar a militar en una franquicia de Dallas que atravesaba por un prolongado período de sequía. Ahora, cada verano, mientras descansa de su duro trabajo con los Thunder, recupera el tiempo perdido con su mujer, se pone al día de las novedades y acude a ver los partidos de fútbol americano de Chace, su hijo.
Pero no son sólo casos puntuales. Estas mujeres, no conformes con sostener un hogar, educar a sus hijos y atender a sus compromisos profesionales, decidieron fundar, en mayo de 2009, una asociación orientada a la ayuda de aquellos miembros de la comunidad más desfavorecidos. Su programa estrella es el conocido como The HoopDreams Grant a través del cual prestan ayuda a todos los jóvenes que carecen la capacidad financiera suficiente como para poder desarrollar una carrera deportiva.
Mujeres que hacen renuncias. Mujeres enamoradas. Mujeres, al fin y al cabo, que sin estar directamente involucradas con el deporte, y a causa del amor que profesan por sus maridos, terminan por contraer matrimonio con el propio juego, casándose con el baloncesto. Desde aquí mi homenaje y mi admiración.
UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
5 comentarios:
Me parece indignante este post,machista a más no poder.
Por la foto pareces una persona de unos 30 años, por lo que creo que los de tu época seguiis con los mismos clichés machistas.
Es intolerable tener que seguir leyendo este tipo de posts. Creo que deberías retirarlo y respetar el papel de la mujer.
Natalia
Gracias por echarme treinta años. Siempre quise tenerlos.
No creo que sea machista. Simplemente pretendo rescatar del anonimato a las mujeres de los entrenadores, esas sufridoras que sin renunciar a sus propios sueños, a sus carreras profesionales o sus luchas personales, son una pieza fundamental en la estabilidad emocional de sus maridos y, por ende, de los equipos que éstos entrenan.
Respeto como el que más el papel de la mujer. No admito lecciones en este sentido.
Gracias por pasarte por este blog, aunque haya sido por esta vez y nunca más. Un saludo.
Lo siento si aparentas 30 años y no los tienes, todo es cuestión de cuidarse.
Reitero el machismo de tu aportación, sin ninguna duda.
Respeta menos el papel de la mujer y escribe mejor de nosotras, somos más que un apéndice de un hombre, entérate.
Tu respuesta ha sido muy buena, no lo habrían escrito mejor en Altamira.
Natalia
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