Hay varios lugares de peregrinación que todo amante del baloncesto debería visitar al menos una vez en la vida. Si tenéis tiempo y dinero no podéis dejar de visitar Springfield, MA, donde todo empezó. O el United Center de Chicago, donde este deporte fue elevado a la propia estratosfera por su Majestad El Aire. Si no queréis ir muy lejos y sois madridistas había un viejo frontón con casi tanta historia como aquel salón de juego de pelota parisino donde los revolucionarios se comprometieron a no abandonar Francia sin antes redactar una Constitución para su país. Me refiero al solar que hasta 1965 ocupó el Frontón Fiesta Alegre donde el Madrid de Pedro Ferrándiz empezó a labrar su condición de club más laureado de Europa y que fue derruido por los motivos especulativos que tan conocidos nos resultan en estos tiempos revueltos que corren. Y si decidimos desplazarnos por el viejo continente qué mejor que acercarnos a la Costa Dálmata a visitar el lugar de origen del eternamente joven, del genial e irrepetible Drazen Petrovic.
Pero si os digo que las coordenadas que hemos de marcar en nuestro GPS son los 55º N y 24ºE rápidamente vuestro geolocalizador os situará en uno de esos templos que los que practicamos la religión del baloncesto no podemos dejar de visitar o, al menos, conocer. Kaunas, una de las perlas que esconde la República báltica de Lituania, un pequeño paraíso en la confluencia de dos ríos, el Neman y el Neris, que vio nacer a algunos de los hombres más importantes del país. Y no son políticos o estrellas de televisión. Son jugadores de baloncesto. Son los Sabonis, Chomicius, Jasikevicius, Ilgauskas,... Es Sarunas Marciulionis.
Aunque nacido en Kaunas, Sarunas iniciaría su carrera deportiva en la capital, Vilnius, en el seno de un modesto equipo (el actual Lietuvos Rytas), factor éste que le impidió pelear por los principales títulos continentales. Pronto destacó como una de las figuras emergentes del baloncesto soviético en el marco de una generación irrepetible al frente de la cual lograría el oro olímpico en Seul 1988. Sin embargo, toda vez que la URSS empezó a desintegrarse proclamándose independientes muchas de las repúblicas que la constituían, el propio Marciulionis movilizó a sus compatriotas para conformar un potente combinado que, en su primera participación por separado, lograría una muy meritoria medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Barcelona (actuación que repetirían cuatro años más tarde en Atlanta).
Si nos ceñimos al aspecto puramente deportivo, Sarunas fue un base de 1,96, con un físico poderoso y con un talento innato para el dribling. De su zurda maravillosa igual podía salir una suspensión desde cinco metros, que un triple tras bote o que una entrada brutal hacia canasta. Su físico privilegiado, más propio de un jugador afroamericano, fue un factor decisivo para que su carrera en la NBA no fuera la del típico europeo de los años ochenta, que chupaba banquillo a cambio de un buen sueldo y de poder decir que estuvo en la mejor liga del mundo. Ya desde su año de rookie Marciulionis demostró que su juego se adaptaba perfectamente al de la competición americana anotando con suma facilidad y desarrollando promedios más que interesantes. Lo cierto es que su aterrizaje en la Bahía de Oakland, en el seno de unos Golden State Warriors dirigidos por Don Nelson y con verdaderos jugones (Chris Mullin o Tim Hardaway) como compañeros, ayudó a que su proceso de aclimatación fuera más sencillo.
En dos temporadas fue finalista en el premio al mejor sexto hombre de la competición llegando a promediar 18 puntos por partido a pesar de jugar apenas 30 minutos. Pronto las lesiones, especialmente una de rodilla, mermarían su capacidad atlética y su atractivo para las franquicias. De ahí que no renovara contrato con los Warriors y que acabara convirtiéndose en un temporero más con la maleta siempre en la puerta y jugando en tres franquicias distintas (Sacramento, Seattle y Denver) antes de dar por finalizada su carrera deportiva.
Su última gran actuación tuvo lugar durante el Europeo de 1995, un Europeo disputado en Atenas en el que España fue apartada de las medallas en un partido muy igualado ante el equipo anfritrión. Allí, en el país heleno, se reunió tal pléyade de estrellas que fue difícil escuchar sin sonrojarse aquello de que el último Eurobasket (Lituania 2011) presentó el mayor nivel de su historia. Puede ser que no haya habido nunca en Europa una pareja interior como la de los Gasol, es cierto, pero es que en aquel 1995 Yugoslavia presentaba a Djordjevic, Danilovic, Bodiroga, Divac, Rebraca, Savic,... Croacia a Kukoc, Radja, Vrankovic, Perasovic, Komazec, Grecia a Giannakis, Fassoulas, Ekonomou, Sigalas,... Sólo si comparamos estas tres selecciones con las que han presentado estos mismos países en el Europeo de 2011 tendríamos material suficiente para desechar la afirmación antes mencionada. Pero si evocamos el quinteto formado por Marciulionis, Kurtinaitis, Chomicius, Karnisovas y Sabonis entonces ya tenemos claro que se trataba de una broma, que por mucho que Francia presentara seis o siete jugadores NBA poco hubiera podido hacer contra cualquiera de estas selecciones salvando la distancia temporal y la evolución física del juego.
Y entre todas aquellas estrellas y a pesar de los 41 puntos de Djordjevic en la final, fue Marciulionis el que se alzó con el título de mejor jugador del campeonato. Cuando la botaba Marciulionis hasta el propio Sabonis (al que le deseo una pronta recuperación de su dolencia cardíaca) parecía pequeño. El "7" de la URSS y el "13" tanto de los Warriors como de la selección lituana, jugaba como un auténtico líder. Manejaba todos los registros. Podía correr como una gacela o hacer que el tiempo pareciera detenido. Podía penetrar y anotar con su enorme talento para finalizar, podía dividir y asistir a sus compañeros o podía detenerse y elevarse en una suspensión infinita para anotar haciendo saltar la red de la canasta. Lo tenía todo: físico, talento y capacidad de liderazgo. Muchos en los 90 quisieron ser como él en la cancha. Muchos, aún hoy, quieren dominar el baloncesto como él lo hizo.
No es de extrañar que hoy sea una auténtica referencia en su país, un hombre respetado y escuchado, un empresario de éxito y una voz muy tenida en cuenta. Un hombre íntegro que meció la cuna del baloncesto del este sin insidias ni venganzas de por medio. Sólo manejando el bote de una pelota mientras el mundo le miraba asombrado, mientras el niño se quedaba dormido y soñaba con poder algún día jugar así a este deporte, un deporte que mientras él lo jugaba bien podría haberse llamado Marciulionis.
UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS