El curioso caso de Violet Palmer



No, no. Violet Palmer no rejuvenece con el paso del tiempo. No se trata de eso. Y tampoco es que me lleguen múltiples cartas de seguidoras de este blog criticando lo machista que es este deporte y exigiendo una entrada de este tipo para reivindicar su papel en este juego. Ojalá. Es sólo una nueva reflexión en voz alta desde este humilde púlpito desde el que me puedo expresar con total libertad.

Lo que sí pretendo, y no lo creo osado, es dejar constancia de una realidad que invade las canchas de baloncesto de nuestro país y de tantos otros, desde las categorías inferiores hasta las competiciones profesionales. No quiero hablar de machismo porque no creo que sea la palabra adecuada. Prefiero hablar de una ratio de masculinidad disparada y discutir sobre si se trata de una cuestión endémica de éste y otros deportes o si simplemente es necesario llevar a cabo un cambio de mentalidad, una apertura de miras.

Como ejemplo me voy a servir de la figura de Violet Palmer, una verdadera pionera al convertirse en la primera árbitro en dirigir un partido NBA. Y hubo voces en contra. Charles Barkley, ex jugador de talento proporcional al tamaño de su bocaza dijo que al igual que no quería mujeres en las fuerzas armadas, tampoco las quería arbitrando. Luego rectificaría.

Creo que es difícil cuestionar que trabajos como los de árbitro o entrenador no requieren de aptitudes físicas de legionario romano o espartano. Más aún si vemos como verdaderas tortugas como Amorós en la ACB (a punto de perpetrar uno de los mayores robos de la Historia contra el Blancos de Rueda ayer domingo) o Bavetta en la NBA siguen impartiendo cátedra (más bien su cátedra) o si medimos el contorno de cintura de muchos de nuestros entrenadores.

Supongo que la inercia tiene algo que ver. El deporte, desde tiempos remotos y salvo raras excepciones como las mujeres espartanas, ha quedado circunscrito a los hombres por razones diversas. Sin embargo, las mujeres poco a poco, al son de la nueva civilización marcada por la democracia, la igualdad de oportunidades y la libertad han ido ocupando parcelas también en el mundo deportivo. No todas.

Compiten entre sí en eventos más o menos importantes. Incluso algunas (Michelle Wie y Annika Soremstam en torneos profesionales y las hermanas Williams en alguna exhibición) quisieron participar en eventos masculinos ocurriendo lo que tenía que ocurrir. En algunos casos, la elasticidad y la plasticidad de movimientos hacen que los espectáculos sean mucho más llamativos que los masculinos como ocurre en la gimnasia o el patinaje.

Pero la igualdad, en algunos aspectos, es una patraña. La naturaleza no creó iguales a hombres y a las mujeres, ni siquiera a los hombres y a las mujeres entre sí. Que no pretendan las mujeres correr más rápido, saltar más alto o empujar más fuerte que los hombres (en igualdad de preparación). No digo que me alegre que sea así, digo que es así. Y no por eso soy un retrógrado machista.

Ahora bien, no encuentro el gen o el aspecto evolutivo que pueda impedir a una mujer ser la mejor árbitro o la mejor entrenadora de baloncesto. ¿Por qué entonces sólo hay una árbitro en la NBA y otra en la ACB? ¿Por qué ninguna mujer entrena a equipos profesionales masculinos mientras que son muchos los hombres que coordinan equipos femeninos? ¿Por qué tan pocas mujeres en los despachos o en las juntas de accionistas?

¿Acaso una mujer no puede conocer los secretos de cómo atacar una zona o de cómo salir de una presión? ¿Acaso una señora no puede decidir cuando el pie de pivote ha abandonado su contacto con el parqué? ¿Es que una mujer no puede decidir que Anderson es mejor que Tucker mejor de lo que lo hacen algunos directivos del Madrid?

Eso sí, y aunque pueda parecerlo, no quiero políticas de cuotas que introduzcan a mujeres por el hecho de tener dos glándulas mamarias y dos ovarios. No. Sólo animo a que las mujeres interesadas en el baloncesto no renuncien a ser árbitros o entrenadoras del máximo nivel limitándose a ser oficiales de mesa porque tiene que ser así, porque toda la vida ha sido así.

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Mercenarios y mercancías



La pasada noche se cerró el mercado de traspasos de la NBA y hubo importantes movimientos. Podría estar horas reflexionando sobre aspectos deportivos, sobre equipos que mejoran y otros que piensan en el futuro adquiriendo jugadores que finalizan su contrato. Pero no. No es el momento.

Prefiero dejar por escrito todo lo que pienso acerca de esas enormes masas de músculos definidos y singular talento, esos privilegiados que cobran sueldos impensables para los mortales y que disfrutan haciendo lo que siempre soñaron desde niños.

Menuda envidia, pensaréis. ¿Quién no renunciaría a madrugar para ir al curro, a comprar el pan en el comercio de siempre, a tener sólo una humilde vivienda por coger un billete de American Airlines y firmar un contrato con cualquiera de las franquicias de la NBA? De cabeza, ¿no?

Pues sí. Pero no. Ayer hubo muchas lágrimas acompañando el sonido inconfundible del broche de una maleta cerrándose. En el vestuario de los Celtics hubo incluso más sollozos que durante el fatídico día del 17 de junio en que perdieron la final. Al fin y al cabo entonces estaban juntos, todos juntos. Y ya no. Rondo se negó a hablar, Pierce lo hizo de decisiones que no se entienden, del carácter de mercadería que acompaña a algunos jugadores de la NBA que no pueden colgar la ropa en sus armarios porque no son de nadie y a la vez son de todos.

"Al final del día somos profesionales". Ésta era la frase que más se escuchaba en numerosos pasillos de diferentes pabellones durante el día de ayer. Resume en breves palabras lo que sienten la mayor parte de los jugadores de una liga y de unos clubes que manejan los designios de sus empleados de una manera que ni siquiera los adormecidos sindicatos de nuestro país dejarían pasar. Pero claro, cobran mucho dinero.

Y mientras algunos son tratados como las antiguas piezas de Indias, otros (éstos sí privilegiados) se cargan a sus entrenadores como si Utah Jazz fuera el Real Madrid (por cierto, a Deron ya le llegó su particular San Martín aterrizando en New Jersey) de la época de Mendoza o deciden su destino sin importarles un carajo lo que pueda pensar ese pequeño aficionado que porta una camiseta de su ídolo que le llega a los tobillos gracias a las renuncias de sus padres trabajadores. Estos Carmelos, Lebrones o Derones no me gustan nada aunque actúen con plena potestad haciendo valer su mayor categoría sobre la cancha para ejercer presión sobre sus jefes.

Menos me gustan aún esos propietarios y agentes que manejan a sus currantes y empleados como si de esclavos ricos y sin cabeza se tratasen (algunos se ganan a pulso este trato también es cierto). Y no incluyo a Danny Ainge en este grupo de Maquiavelos de los despachos. No lo hago porque también rodaron lágrimas por sus mejillas. Y también por las de Doc. Y es que de Danny Ainge no tengo dudas de que su verdadero amor son los Celtics, sus Celtics. Mis Celtics. Otra cosa será saber si habrá acertado. Si anteponer una presumible mejora jugador por jugador puede superar el efecto que este traspaso puede tener sobre la química de un vestuario que ha conocido la gloria del triunfo y el pesar de la más dolorosa derrota. Rieron y lloraron. Juntos.

Y ésta es la intrahistoria de una liga global que se alimenta tanto de mercenarios como de mercancías, que gana mucho dinero gracias a los primeros, pero que subsiste porque también hay de los segundos. Sí, los de la maleta siempre preparada.

Perkins, Gerald Wallace, Troy Murphy y tantos otros. Qué tengáis un buen viaje.

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La vida sigue igual



"Las obras quedan, las gentes se van (...) la vida sigue igual". Jamás habría imaginado que Julio Iglesias pudiera tener cabida en este blog, pero pocos versos podrían describir tan bien la situación de la NBA tras la convulsa madrugada del 21 al 22 de febrero. Con matices, claro está.

Porque obras no es que haya dejado muchas a su paso el bueno de Carmelo Anthony. Sobre todo si no contamos la penosa tangana entre los Knicks y los Nuggets el 17 de diciembre de 2006 tras la que el jugador de ascendencia portorriqueña y nacido en Brooklyn fue suspendido durante quince partidos. Y es que tres campeonatos de división saben a muy poco para todo lo que prometía el número 3 del Draft de 2003 y estrella de la universidad de Syracuse con la que consiguió el título de la NCAA.

El equipo de las Rocosas sigue estando rodeado de un halo de pesimismo con el que Carmelo no ha podido acabar y que, para desgracia de los de Colorado, no va a desaparecer por mucho que Chandler, Gallinari, Felton o Mozgov sean buenos jugadores.

No cambian mucho las cosas tampoco por la Gran Manzana. Que no se piensen los Knicks que Billups, Anthony y Stoudamire serán el nuevo Big Three de referencia en la liga. Que den las gracias si son capaces de ganar dos partidos de Playoffs a partir del mes de abril. Quizá el órgano del Madison resuene con mayor alegría los primeros días, quizá Spike Lee esté más alterado que nunca en su butaca de primera fila, pero nada va a cambiar. El estilo D´Antoni es tan divertido como perdedor. Desde unos años para acá al baloncesto se gana defendiendo, controlando el rebote y manejando el ritmo del partido. D´Antoni, heredero de inmigrantes italianos no quiso saber nunca nada del "catenaccio", pero habría que explicarle que esto no es fútbol, que aquí hay que atacar y defender y que, en este caso, defender mejor no significa atacar peor sino todo lo contrario.

Así que Carmelo se divertirá, estará en casa, verá a sus hijos crecer en torno a la desembocadura del Hudson y venderá muchas camisetas. Ahora bien, los anillos ya los puede ir encargando por e-bay porque los aficionados de los Knicks seguirán recordando aquel año 1973 como el último en el que se hicieron con un campeonato.

Por tanto, amanece un nuevo día en la costa este norteamericana y el sol sigue apareciendo por donde tiene costumbre. Las jerarquías permanecen intactas. Las Rocosas seguirán siendo un espacio remoto y en Nueva York las luces de Times Square lucirán con la misma intensidad esperando posibles títulos de los Rangers, los Jets, los Giants o los Mets. Lo de los Knicks ya lo dejaron por imposible.

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Cómo están ustedes




Los norteamericanos todo lo arreglan así. El primer domingo de febrero es la Superbowl, el segundo domingo de mayo es el Dia de la Madre, el tercer domingo de junio es el día del padre y, claro, coincidiendo con el tercer domingo de febrero tenían que hacer algo y han preparado un circo, perdón, el All Star.

Que me perdonen los aficionados de este tipo de eventos, pero el All Star es al baloncesto lo que el bombero-torero a los toros o lo que una charanga a la Filarmónica de Viena, es decir, un espectáculo folclórico inspirado en algo mucho más serio y al que los entendidos suelen dar la espalda.

Y no es que me las quiera dar de entendido pero hace mucho tiempo que no pierdo sueño por ver a diez tíos corriendo detrás de un balón (partido de rookies contra Sophomores) o por ver a diez señores tirando alley-hoops sin defender hasta los últimos segundos del partido en el caso de que esté igualado. No al menos el viernes o el domingo.

Los concursos del sábado, en cambio, siempre tuvieron su aquel, aunque salvando el de triples de baloncesto tienen bastante poco. El de habilidades parece querer asemejarse a un rally sin motor o a una prueba de hípica porque los ejercicios a los que exponen a los jugadores poco se asemejan a las muestras de verdadera habilidad de las que dan cuenta durante la competición.

El concurso de tiro por equipos en el que participan, además de un jugador de la plantilla actual, una vieja gloria y una jugadora del equipo femenino de la ciudad está falto de ritmo y carece de un necesario límite de tiempo que hace que, en ocasiones, los comentaristas cuenten lo acontecido en la discoteca durante la noche anterior mientras los jugadores (y jugadora) intentan meterla desde el centro del campo. Tampoco es baloncesto. Digo yo.

Los triples se salvan más allá de que no reproduzcan tampoco ninguna situación real de juego. Bueno, tal vez Kobe Bryant podría lanzar veinticinco veces seguidas sin pudor, pero no es lo habitual. Este año defiende título Paul Pierce y Ray Allen tratará de demostrar que el que mejor tira puede también ser el que gane el concurso. Que no siempre es así.

Y los mates, pues son ejercicios gimnásticos muy plásticos y espectaculares que suman dos puntos en un partido y, ninguno, si como es frecuente se producen después de una flagrante violación del reglamento en forma de "pasos". Sin embargo, creo que por ver a Blake Griffin hundir la pelota en el aro programaré el grabador que me regaló mi hermano y tal vez, si encuentro tiempo, le dedique unos treinta minutos. Que hace mucho que no voy al circo.

Y sé que esta entrada tendrá numerosos comentarios negativos de aficionados al All Star que también se sienten entendidos. No quiero decir que sea un descrédito para nadie pasar un buen rato viendo a estos jugones opositando a la mejor interpretación en los Globos de Oro. Sólo quiero decir que no es baloncesto al uso, aquel juego ideado con otros fines y en el que los dólares son sólo un complemento del honor y el orgullo, es decir, de los valores que se ponen en juego cuando se pisa una cancha vestido con una camiseta que compartes con cuatro compañeros y que te distingue de otros cinco que también se han estado entrenando a muerte para patearte el culo.

Disfrutad del fin de semana de las estrellas, pero dejadme poner en negrita el deseo que expreso cada vez que me despido de vosotros.

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Progresa adecuadamente...



... pero no lo suficiente. El proyecto del Real Madrid es interesante... pero es un proyecto. No se puede ir a la guerra a probar la artillería con ingenieros noveles que todavía tienen que realizar cálculos de trigonometría antes de disparar. Sobre todo si tienes en frente una amalgama perfecta entre la luftwaffe, la Royal Navy y los marines.

Lorbek y Morris no dudaron. Llul y Tucker sí. Y quizá reducir todo a una cuestión de galones y experiencia sea simplificar en exceso un partido rico en detalles. Habría que mencionar también los cojones de Sada y Grimau, los rebotes decisivos de N´Dong, el caos que generó Anderson en las tropas madridistas cual falange alejandrina y la fortuna, que también juega, en algunos tiros que entraron en un lado y se salieron en otro.

El arbitraje fue muy bueno como casi siempre. En realidad, en el baloncesto escasean los Pérez Lasa o Iturralde que buscan usurpar el protagonismo a los jugadores. Ni siquiera Arteaga, Hierrezuelo o García Cortés podrían incluirse en esta lista puesto que su nombre se lo han ganado con buenas actuaciones y no queriendo acaparar planos de más.

La afición impresionante. Como en todas las copas. Ninguna tan fiel como la del Caja Laboral (que tras perder de veinte estuvo cantando hasta media hora después de finalizado el partido hasta que salieron los jugadores a saludar). Ninguna tan exigente como la del Real Madrid. Ninguna tan feliz como la del Regal Barcelona.

Y estuvieron los presidentes. Se rumorea que Florentino Pérez necesitó echar mano de la planilla para reconocer a sus propios jugadores. Se dice también que le tuvieron que decir que era baloncesto y no ciclismo en pista. Pero bien, renunció a estar en Cornellá para apoyar a su sección, sí, esa misma que estuvo a un tris de hacer desaparecer por no ser rentable económicamente. Por su parte, Sandro Rossell empezó a alardear de aquello de "mès que un club". Realmente su mejor aval ha sido el no estropear lo que heredó y sentarse a disfrutar. Y lo ha hecho bien.

Y es que dejar trabajar a Joan Creus y a Xavi Pascual es garantía de éxito. Cuando dos primorosas mentes trabajan en común multiplican los aciertos y minimizan los errores. Esa es la filosofía en los despachos y esta misma se traslada a la cancha. Ante un rival muy duro y correoso como el Madrid los de azul y grana han jugado con oficio, leyendo las necesidades del partido y entendiendo que había que renunciar a un Navarro perfectamente marcado por la inteligencia y la garra argentina de Prigioni.

Al menos este Madrid, no sé si otros en otros deportes, tiene futuro y los pasos están bien definidos. Se trata de ir creciendo, superar la pubertad y llegar a alcanzar la madurez exigida para competir con hombres de los de verdad, con pelo en pecho (o con el culo pelado que diría Luis Aragonés) y heridas de viejas batallas. Para ello será necesario invertir para mantener el bloque, rezar para que los talentos no quieran viajar demasiado rápido a la NBA y hacer ligeros retoques.

Qué cerca y, al mismo tiempo, qué lejos se divisa la meta. Enhorabuena a los merecidos campeones.

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El espíritu de Siena contra el rodillo culé



Ya llegará la Semana Santa y, con ella, la hora de flagelarme por mis, presumiblemente, fallidos vaticinios sobre la NBA. Dejadme disfrutar, al menos por esta noche, con mi acierto a la hora de pronosticar la final de esta Copa del Rey que tan buenas sensaciones está dejando entre los aficionados.

Admito que mi apuesta no reportaría grandes réditos en las casas británicas. Sin embargo, sé que muchos entrenadores ACB habían depositado su confianza en que el Power Electronics pudiera dar la sorpresa ante el Madrid esta misma tarde. Y no les faltó mucho para estar en lo cierto.

Más bien les sobró. Les sobró el último tercio de partido cuando una defensa asfixiante del Madrid al límite del reglamento condujo a los "valencianos" (las comillas porque de valencianos tienen poco) a tomar malas decisiones y a perder el tempo de un partido que tuvieron controlado durante veinticinco minutos.

No hizo falta echar mano de la pizarra. De nuevo la jugada más básica del baloncesto moderno fue suficiente para desmantelar una defensa asfixiante de las líneas de pase. Si no nos dejan mover la bola, pues no la movamos debió de pensar Messina. Sergio Rodríguez amasó el balón, Fischer acudía para poner un bloqueo directo en lo alto de la bombilla y a partir de ahí empezaban a producir ya fuera doblando al propio Fischer o encontrando ventajas en el perímetro sobre la defensa de ayudas del Power Electronics. Igual que en Vitoria. Igual que en Siena. Con Mirotic, Suárez, Tucker y el ex del Maccabi en el campo. Demasiadas casualidades.

Por su parte, el Regal Barcelona tampoco engañó a nadie al exponer su vasto repertorio ante un Caja Laboral que, en este caso, sólo aguantó veinte minutos y a base, principalmente, de las penetraciones de un David Logan al que no se le había olvidado jugar al baloncesto. Pero los catalanes supieron encontrar un perfecto equilibrio entre el juego interior y el exterior personificado en la figura de Navarro para solventar el choque.

Anderson fue pieza clave en el despegue del tercer cuarto y Víctor Sada dejó patente que el arte del rebote es, en gran medida, deseo. Ricky estuvo bien y Perovic, N´Dong, Lorbek, Vázquez y Morris demostraron que el "front court" más poderoso y profundo de Europa juega de azul y grana.

Mañana por la noche quisiera estar feliz por haberme equivocado al pronosticar una victoria culé. Sin embargo, me daré por satisfecho si el equipo de Messina sigue creciendo, en la buena línea, fortaleciendo su identidad y sin renunciar a los valores de una casa que en su día apeló al espíritu de Juanito y que, hoy, se acuesta con la mente en Siena soñando con otro partido histórico que rellene las grietas que han dejado a su paso 17 años de sequía copera. 

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No son excusas, son leyendas


Podrían parecer perfectas excusas para no hablar de la derrota de los Celtics ante los Lakers. Podrían ser una cortina de humo ideal para encubrir las miserias de un equipo, el de Boston, que ha quedado reducido a una rotación de siete u ocho jugadores por culpa de las lesiones y que está pidiendo la hora en forma de All Star con inequívocas señales de auxilio. Yo soy Danny Ainge y ya estaría abriéndome paso entre los miles y miles de parados en Detroit para presentarme en la puerta de Joe Dumars (General Manager de los Pistons) y pedirle precio por Tayshaun Prince, un tres perfecto que ya secó en su momento a Kobe Bryant (finales 2004) y con la capacidad de anotar desde múltiples posiciones. Pero no. No se trata de desviar la atención. No fui yo el base de talento y un tanto presuntuoso que se enfrentó al bueno de Jerry Sloan para situar al club en la posición de "o se va él o me voy yo". Tampoco soy ese escolta de 1,92 formado en los Huskies de Connecticut que ayer situó el récord de triples de la NBA en 2562.

Cómo no hablar de Ray Allen tras una fecha tan especial. Sería injusto para él, para Reggie Miller (el jugador al que sucede como líder de triples en la competición) y para una liga, la NBA, que vende tan bien su producto. Durante un tiempo muerto se abrazó sucesivamente con Reggie, en su puesto de comentarista, con su madre, con su mujer e hijos y recibió la felicitación de Kobe, todo un señor. Todo ello es el resultado de una dedicación absoluta a su cuerpo y a su espíritu. No en vano, ayer repitió su rutina de siempre. Llegó al pabellón cuando aun estaban limpiando la suciedad del día anterior, se enfundó su codera en el brazo izquierdo y comenzó a lanzar desde diferentes ángulos para estar listo de cara a un día especial en cuanto a las cifras pero que en realidad, para Ray, no era más que otra jornada más en la oficina.

Pero la verdadera conmoción no vino marcada, en la jornada de ayer, por los clásicos o los "milestones" superados. Os invito a ir al United Center de Chicago, mirar hacia el techo del pabellón y buscar entre los seis banners que simbolizan los seis títulos de la franquicia y entre las camisetas retiradas de Michael Jordan o Scottie Pippen la del número "4", el primer jugador seleccionado por los Bulls en el draft de expansión de 1966. Quizá la retirada se debió más al propio hito de ser el "original bull", pero en su carrera como jugador marcada por las lesiones consiguió dos triples dobles y un partido con 43 puntos sin olvidar su principal marca de estilo, la defensa.

Y por la intensa defensa y por hacer de su pabellón un fortín (esa cárcel de cinco estrellas como denominaba Andrés Montes al Delta Center de Salt Lake City) se han caracterizado los mejores equipos de Sloan durante sus 23 años en el estado que los mormones fundaron para practicar con total libertad su credo religioso. No es por tirar de tópico y mencionar las tan manidas palabras de Churchill constantemente (como hacen los periodistas deportivos a falta de otros símiles), pero Jordan se las vio y se las deseó para extender su legado cuando topó en las finales de 1997 y 1998 contra los Jazz de Stockton y Malone. Y de Jerry Sloan.

Es el tercer entrenador con mayor número de victorias, consiguió meter a su equipo en la postemporada desde 1989 a 2003 y todo ello tras pasar por innumerables enfermedades relacionadas o no con sus malos hábitos de vida que ha venido reconduciendo en los últimos tiempos. Todo ello luchando contra el escaso atractivo del estado de Utah para la captación de grandes jugadores y ante la ceguera de quienes entregan los premios en la NBA. Si Sam Mitchell ha sido entrenador del año (2007) y Jerry Sloan, en sus 23 años, no lo ha sido nunca es que algo está fallando en la Meca del baloncesto.

Resulta paradójico que tras superar tantos malos momentos sea la mala relación con Deron Williams la que a priori marca su adiós. Quizá Sloan vio en éste al sucesor de Stockton. Y a Deron no le falta talento. Pero le faltan otras cosas. Respeto creo que lo llaman.

Os dejo con la rueda de prensa de despedida de ese incansable jugador y de esa leyenda de los banquillos que es Jerry Sloan. Y sí, Kobe y Gasol jugaron un partidazo. Pero este 10 de febrero de 2011 tendrá para siempre otros protagonistas. 



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Milagros con sello de entrenador




Es todo tan extraño. En una sociedad marcada por las etiquetas y en un deporte cada vez más profesional en el que las diferencias entre los grandes y los pequeños, los escapados y el pelotón son cada vez mayores, sorprende la irrupción de figuras y equipos que, sin saber muy bien cómo, rivalizan desde la humildad y el trabajo con los tiranos de los diferentes deportes.

Como este blog está dedicado al baloncesto tres nombres van a concentrar la atención de este artículo. En menos de un año natural tres equipos han sorprendido o lo siguen haciendo en diferentes competiciones y con diferentes objetivos.

En la Liga Universitaria, durante la deliciosa locura de marzo de 2010, los Bulldogs de Butler alcanzaron la final con el único aval de estar ubicada en uno de los santuarios de nuestro deporte, Indiana. Sus 4.500 alumnos son el menor número de estudiantes de un College que alcanza tales cotas en un Torneo Final de la NCAA. Los representantes de la Horizon League pusieron a la mítica Duke con su fantástico programa de baloncesto contra las cuerdas con un baloncesto colectivo claramente inspirado en la figura de su entrenador Brad Stevens quien, codiciado por numerosas universidades de prestigio, prefirió extender su contrato con este modesto centro que nunca reclutará a los John Wall o Derrick Rose de turno, pero que sí le dotará de total libertad para confeccionar plantillas a su medida en las que el trabajo y la buena actitud serán las únicas claves de futuros éxitos.

Para evaluar con perspectiva el tamaño del logro de este equipo baste con mencionar que este año son quintos de su división y que su mejor jugador, Gordon Hayward, pese a ser una elección alta del draft no juega más de siete minutos por partido en los Jazz de Utah.

Del mesetario estado de Indiana al costero de Oregón median más de 3.000 kilómetros, pero en la bahía de Portland nos encontramos con otro tipo capaz de abrir las aguas del océano. Habitualmente fustigado por los medios de comunicación en España Nate McMillan es un maestro en la regla del "menos por menos es más". Tras limpiar los últimos restos de los Jail Blazers, el conocido por Montes como "el espíritu de la bahía" (por la bahía de Seattle donde jugó muchos años) ha visto como la esperanzadora elección de Oden como número 1 del draft levanta constantes comparaciones con la de Sam Bowie en 1984 por delante de Jordan. Las lesiones del pívot de Ohio State han impedido que podamos medir su talento y las odiosas comparaciones con Durant seguro que a veces le impiden conciliar el sueño a Paul Allen, el multimillonario dueño de la franquicia. Si a eso le añadimos las dolencias crónicas de rodilla del líder natural del equipo, Brandon Roy, muchos estarían en disposición de asegurar que estamos ante uno de los peores equipos de la liga. Pero no.

Con LaMarcus Aldridge injustamente fuera del All Star (lo siento Pau, pero las cosas claras), con Wesley Matthews encestando lo que no mete ni siquiera entrenando en el patio de su casa y con un Andre Miller al que muchas voces han querido ver fuera del equipo los Blazers son ahora el octavo equipo de una conferencia floja por arriba, pero muy potente en su clase media. Además, Rudy ha ido captando el mensaje y sabe que tendrá que agachar el culo y entrenar fuerte todos los días para ganarse el puesto en una franquicia que desde que llegó McMillan se aferra al código militar para sobrevivir a los castigos divinos en forma de lesión. Y qué mérito tienen.

En Valladolid, en cambio, el código a seguir es el que dicta el nuevo profeta del baloncesto en Castilla y León: Porfirio Fisac. El segoviano, y que me perdonen los puristas, está haciendo parecer pequeños los logros de otros castellano leoneses de postín en lo que a materia de banquillos se refiere. Y no son nombres sin peso los de Gustavo Aranzana, Francisco García o Moncho Monsalve.

Sin embargo, coger a un equipo en liga LEB destrozado financieramente tras el timo de la estampita (nunca mejor dicho) de Forum Filatélica, subirlo con el discurso del trabajo diario y la única religión de las camisetas empapadas de sudor y los sistemas defensivos aprendidos al dedillo, mantenerlo en ACB ante maquinarias mucho más poderosas y, al tercer año, situarlo en Copa del Rey y tercero de la liga tras veinte jornadas ha de despejar las dudas de los más escépticos y generar enorme ilusión entre los que a Dios no nos ha dotado de ningún talento sobrenatural.

Yo, desde ya, me subo al carro de esas universidades pequeñas, de esos EQUIPOS de NBA que maximizan lo poco que tienen y de esas pequeñas historias en las que la humildad y la fuerza de corazón se rebelan ante la hegemonía del papel moneda y los avales bancarios. ¿Os subís también vosotros?

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Vísperas de Copa


Se siente. Se acerca. Se huele. Se toca. Faltan sólo cuatro días para que empiece uno de los acontecimientos señalados en todo calendario de cualquier buen aficionado. Febrero, cada año, nos regala con dos fines de semana de oferta baloncestística diversa, pero magnífica.

Para hablar del All Star ya habrá tiempo. Además, por muchos de vosotros es sabida mi escasa devoción por eventos más circenses que deportivos en los que el baloncesto deja de ser la última ratio para pasar a ser un mero instrumento del entretenimiento gratuito de quienes nunca entendieron el verdadero valor de la competición. Aun así comprendo que buenos aficionados dediquen cuatro o cinco horas de sus agendas a desenfocar su mirada de un mundo que, si no fuera por momentos como el concurso de mates o el concurso de alley hoops también conocido como Partido de las Estrellas que, como diría mi admirado Javier Palao, ya no es lo que era cuando las grandes estrellas se picaban de verdad en defensa de su honor y en la búsqueda de la gloria. Que poco queda de eso. De honor y gloria me refiero.

Así que me centraré en la competición casera. En la monárquica. En la que cada febrero nos depara duelos memorables e imágenes para el recuerdo. En esa competición en la que Pau Gasol comenzó a escribir su historia y en la que soldados rasos y albañiles juegan papeles sobresalientes. Se me viene a la cabeza Jordi Trías, MVP de la Copa de 2007. Ver para creer.

La Copa se presenta con un claro favorito. El Regal Barcelona ha encontrado, de nuevo, esa dinámica de aplastar todo lo que se encuentra en su camino. Con un Navarro recuperado, con un Anderson que parece haber nacido en la vega del Llobregat de lo integrado que se muestra y con un banquillo tan solvente poco parece importar que Pete Mickeal esté lesionado o que Terence Morris no esté aportando tanto como nos tenía acostumbrados.

Como principales aspirantes se presentan Real Madrid y Caja Laboral. Los blancos llevan una racha ganadora importante, aunque lo ajustado de sus victorias es un hecho definitorio de equipo con etiqueta de "en construcción". Parece que Messina ya ha encontrado el quinteto para empezar los partidos (Prigioni, Llul, Suárez, Felipe y Tomic) y los cinco con los que se jurará los minutos finales de un partido decisivo (Prigioni, Tucker, Suárez, Mirotic y Fischer), aunque ya nada me puede sorprender con el italiano al que admiro, pero no siempre comprendo.

Los de Vitoria dieron un golpe sobre la mesa al vencer la pasada jornada de Euroliga al Panathinaikos. Sin embargo, no parecen ni de lejos tan sólidos como en pasadas temporadas. Barac estaba llamado a ser el nuevo Splitter, el nuevo Scola, es decir, el nuevo oscuro deseo de la NBA, pero el papel le ha quedado grande. En mi opinión, sus opciones pasan por la inspiración de ese virtuoso de este juego que es Marcelinho Huertas.

El resto de equipos viajan, como diría Manel Comas, con tantos calzoncillos como días dura la Copa pero sólo por si las moscas. Lo normal es que sólo uno de ellos llegue a semifinales, el Blancos de Rueda o el Power Electronics y que, entonces, caigan con dignidad, pero caigan. Sé que no hay que cazar al oso y bla bla bla, pero pondría bastante dinero si lo tuviera en unas semifinales Caja Laboral-Regal Barcelona y Real Madrid contra cualquiera de los dos equipos antes mencionados. Mi corazón dice Blancos de Rueda y mi cabeza dice que puede pasar cualquier cosa. En Pucela se dice que Porfi Fisac puede convertir el agua en vino, así que tendré fe.

Se admiten apuestas y, sobre todo, se recomienda ponerse cómodos para disfrutar de una competición que, seguro, nos dejaré jugadas espectaculares. 



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Desde un ángulo diferente

No sé si es pereza, poca profesionalidad o sinvergonzonería. Resulta que el autor habitual de este blog me ha confiado la redacción de un post de folio y medio para entretener a sus lectores mientras él se dedica a otros menesteres.

Espero que perdonéis mi léxico sencillo y sin alardes y alguno de los tacos que pueda soltar. En realidad he estado en numerosas escuelas y universidades, pero no salgo del gimnasio. No hago más que entrenar y entrenar.

Supongo que Juanjo, sí, el que os aburre con entradas sobre el Madrid o los Celtics cada dos días, me ha encargado esta misión por mi conocimiento cercano sobre el juego y por mi trato directo con los mejores de la NBA. También con los peores, que soy un profesional y me debo a todos ellos. No soy ni racista ni elitista.

Creo que es hora de presentaciones. Se dirige a vosotros el Spalding 29,5 pulgadas oficial de la NBA. La esfera a la que los malos tiradores achacan sus fallos y a la que los grandes taponadores maltratan sin misericordia. Un balón profesional para profesionales.

Soy como esas mujeres que se fijan especialmente en las manos de los hombres. Eso sí, el haber pasado por muchas de éstas no me convierte en facilón (si me llamáis balón) o facilona (si me llamáis pelota). Como veis me adapto muy bien a las exigencias de la ex ministra Bibiana Aído en lo que a sexo y género se refiere. Sin embargo, no soy tan tolerante con los albañiles que en vez de tirarme piropos me lanzan vehementemente contra el tablero casi sin parábola. Recuerdo a unos cuantos como Shaquille desde los tiros libres, Madsen el de los Lakers o Chamberlain, que para haber estado con tanta mujer no se le daba muy bien domar mis curvas. 



Siempre preferí aquellas manos que parecían de seda. En el cajón de la mesilla guardo fotos de Allan Houston, Reggie Miller o Ray Allen. Me han dicho que éste último está a ocho triples de obtener el récord histórico. Sin duda se lo merece. Siempre me gustaron los aleros con clase.

También adoraba ser raptada sin previo aviso, robada de los dominios de quien no sabía cuidar de mi presencia. Algunos robos pasaron a la leyenda como el de Bird a Isaiah Thomas en el último segundo o el de Jordan a Malone en Utah. O el que el locutor del Garden, Johnny Most narraba de la siguiente manera porque daba un nuevo título a la franquicia del trébol: "La ha robado Havlicek, la ha robado Havlicek". 



No os voy a mentir. Me gusta ser protagonista, me gusta que el foco apunte sobre mí en los últimos segundos de una escena épica. Me gusta que falten 12 segundos y estar en posesión de un gran jugador. Recuerdo a Kobe y ese tiro contra Phoenix en los playoffs de 2006. No me olvido de Derek Fisher que me encestó en menos de cuatro décimas según la mesa y tres árbitros que no saben lo que son cuatro décimas. Cómo ignorar aquellos tiros salvadores de Horry ante Sacramento jugando en los Lakers o ante Detroit jugando en San Antonio. Pero sin duda el que mejor me trató en esos últimos segundos, cuando la gloria y el fracaso se encuentran en el mismo camino y la línea que los separa es tan sutil, fue Jordan, Michael Jordan. Michael sabía cuando debía amasarme con cuidado hasta que la arena del reloj expirara siendo ese el momento de circular por sus dedos suavemente para salir disparada por su muñeca con una leve revolución sabiendo que sólo iba a tocar la red. 



Entonces caía al suelo, el público saltaba emocionado y yo sólo pensaba: "Lo ha vuelto a hacer, es el más grande".

Gracias a todos por estar ahí y valorarme. Espero que tratéis bien a mis hermanas porque nada hay más justo que una canasta a 3,05 metros de altura y una esfera de 29,5 pulgadas. Esto es el baloncesto y casi siempre gana el mejor.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS