Cae la tarde en el sur de Madrid. Las mujeres recogen la ropa de las cuerdas y ordenan a sus hijos pequeños subir a poner la mesa. Por su parte, los barrigudos maridos apuran su cerveza como si la última luz del día fuese la señal indicada para hacerlo.
Sin embargo, durante el verano, el ocaso es el comienzo de un nuevo modo de vida. Suena música de fondo y un buen número de familias se aglutina en torno a un pequeño lugar. No se trata de ningún edificio religioso ni de la tumba de ningún líder político. No sé si me engañan los ojos, pero creo que es sólo una pista de baloncesto. No tiene el parqué recién pulido ni las líneas perfectamente pintadas. Se trata de un pequeño rectángulo de cemento irregular con dos canastas ni siquiera enfrentadas y con los aros ligeramente caídos. Las redes que la rodean tratan de evitar que los balones rueden hacia la carretera tras un impreciso pase.
Mi curiosidad me arrastra y me acerco a dicho lugar sagrado con el tiento de quien se aproxima a una mezquita o a un mausoleo. Identifico a muchos latinoamericanos, aunque también hay asiáticos y africanos. Desconozco si he de realizar alguna especie de ritual u observar algún precepto. Por suerte, pronto siento su calor. Soy bien recibido.
“¿Quiere jugar hermano? Nos falta un buen point guard” (base).
“De verdad me gustaría”, respondí, “pero una lesión en la mano me lo impide”.
La dichosa lesión de la que ya tenéis noticias dio pie a iniciar una inolvidable plática, a que se interesaran por mi cuarto metacarpiano como si fuera el suyo propio. Comprendí que aquel no era mi sitio. No estaba a la altura de la empatía y afecto que me demostraron siendo, como era, un extraño. Yo, que soy hijo de un tiempo en el que el egoísmo es primer y segundo plato y en el que la solidaridad y la unión no tienen ya lugar ni como entrantes, estaba siendo acogido como un miembro más de aquella comunidad que cada noche se reúne en torno a su particular templo.
Poco a poco se fueron soltando y comentándome sus quehaceres, sus problemas para sobrevivir en la gran ciudad durante la gran crisis. Para ellos, me explicaron con voz sentida, no es sencillo sentirse extranjero en un momento en el que se llama a hacer patria y piña para afrontar las dificultades, en un contexto, y dejémonos de eufemismos, en el que el extranjero es visto por los cortos de perspectiva (y de corazón) como un expropiador de la fortuna ajena. De pronto se hizo un breve silencio que fue interrumpido por una frase que me abrió los ojos. Definitivamente aquel sí era mi lugar.
“El baloncesto es nuestro medicamento. Sin estas 2 horas a la luz de la luna no sé qué sería de nosotros”.
Me lo dijo Walter, un chico dominicano que ejercía de líder por su facilidad para la oratoria, pero asintieron los muchos que nos rodeaban. Yo también asentí. El baloncesto fue mi elixir en períodos oscuros en mi vida personal, la cura para la pérdida de seres queridos y el río que se llevó los desencantos sentimentales hacia el mar.
“Al fin y al cabo compartimos el idioma”, me dijo Walter al tiempo que me pasaba con sutileza el balón de baloncesto hacia mi mano izquierda. “Éste es nuestro idioma”.
10 euros de cuero y goma hechos esfera para quien no ve más allá de las formas y de las sombras. Todo un modelo de vida para quienes amamos el baloncesto. Este deporte es, para los que lo sentimos, una liberación, una parada necesaria para revitalizar nuestros espíritus y para olvidar los malos días en el trabajo.
Yo ya era consciente de todo esto, pero aquel improvisado paseo me lo recordó. Nunca olvidaré el agradable trato que me dispensaron, jamás la mirada de complicidad de aquellos pequeños niños a los que trataban de hacer dormir sus afanosas madres. Y qué decir de ese apretón de manos izquierdas con el que Walter me dio las gracias por acercarme a conocerlos cuando, sin duda, el agradecimiento era mío por haber tenido la suerte de estar allí en aquel preciso momento.
Desde este modesto blog me atrevo a hacer una promesa. NUNCA y digo NUNCA dejaré de hablar el lenguaje más universal que conozco, el del BALONCESTO. ¿Puedes prometer lo mismo?
UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
7 comentarios:
Cuanta razón tienes un lenguaje UNIVERSAL!! me encantó. Un saludo
Muy bueno Juanjo
Dani Legend
Te has pasado un poco pero me ha encantado crack.
Yo a lo mío. Los Lakers le han birlado a Barnes a Celtics y Heat. Un abrazo,
NCAA fan
Escribes y transmites mejor que la mayor parte de los comentaristas deportivos.
Kna
Gracias a todos. Y ya sabéis, seguid practicando el idioma del baloncesto allá donde vayáis.
Tal vez, si no fuese por el Baloncesto, no hubiesemos llegado a ser amigos, tal vez, no hubiese pasado mas allá de un simple buenos dias, o un simple hasta luego en el pasillo de la facultad, pero no, el baloncesto, hizo su aparición, y mira tu, comentando el blog de uno de los que considero mis mejores amigos, así que espero que ese lenguaje dure por muchos años.
Hola!!!
Joder... Me voy 5 días y jugar al basquet no podrás pero escribir... Jajajajajaja. Menudo ritmo!!!
Bueno, gran entrada, y mejor mensaje... Puedo sumarme a tu lenguaje y puedo prometerte lo mismo (dure lo que me dure el tobillo).
Abrazos!!
Javi
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